La lucha de lo que resulta obvio y necesario en el camino a la igualdad, en el camino de esa búsqueda incansable pero dolorosa y espinosa que debemos soportar, los que reclamamos derechos que se convierten en ocasiones, en privilegios exclusivos de unos cuantos. Luchas que ya debieron soportar y pagar con sangre, lágrimas y tristezas los negros, las mujeres, los judíos, y ahora los gais, en contra de los prejuicios de la iglesia y algunos de sus representantes, resulta a esta altura del siglo XXI un despropósito de medidas voluptuosas.
A esa corriente de los que se creen con el derecho de escoger con la misma mano que reciben los diezmos, que es, y que no es lo correcto, se suman celebridades de la política, políticos que se alimentan de los votos que cultivan con cada discurso que entonan en frente de las cámaras de televisión o de pulpitos que se prestan para el proselitismo en nombre de Dios. Lo cierto es que la igualdad no puede ser una bandera electorera, ni un discurso político, debería ser, sin más arandelas, un derecho y un deber supremo que guie la constitución de nuestras consciencias y corazones.
En los 1888 y sus alrededores, los negros debieron soportar los abusos de los blancos que se creían con el derecho mezquino de comerciar con ellos como si estuviéramos hablando de cualquier bulto de mercancía barata. Debieron esperar a que muchas historias se escribieran con sangre para que la abolición de la esclavitud comenzara a presentarse en la realidad de estas personas abusadas y maltratadas desde el siglo primero hasta la edad moderna.
Las mujeres, en nuestro país, debieron esperar a ser casi las Últimas de todas las mujeres americanas en gozar de derechos políticos. Solo hasta diciembre de 1957, las que los hombres decimos que tanto queremos y respetamos, pudieron votar como lo hacían los caballeros de la época, libremente. Se debe también anotar que solo hasta 1954, las mujeres se les reconocieron como ciudadanas, permitiéndoles esto tener cedula de ciudadanía y todos los reconocimientos y derechos que vienen junto con ese documento legal.
Hoy, en pleno siglo XXI, una senadora “liberal”, doña Viviane Morales, se toma el trabajo de recoger, dice ella, unas 200 mil firmas en contra de la adopción por parte de parejas de mismo sexo, su objetivo por supuesto, no es otro que negarle la posibilidad a cientos de niños, hijos de padres heterosexuales, que no supieron, no pudieron o no quisieron responder por ellos, la posibilidad de ser adoptados por una pareja gay. No hay que tener dos ojos señora senadora, para ver y entender la magnitud de su intención, que por supuesto no tiene ninguna explicación científica, médica o social que justifique el abuso que usted está queriendo cometer a punta de firmas.
En realidad, no existe una ley en Colombia que le prohíba adoptar a una persona gay. El gay que quiera adoptar lo puede hacer, porque pare cumplir con los requisitos no es necesario ser ni heterosexual, ni tener una relación con una persona del sexo opuesto. Entonces el afán de los que están en contra de la adopción por parte de gais no es que no adopten los gais, sino que no adopten las parejas gais. El afán es que los gais que decidan unirse y conformar una familia no lo puedan hacer, porque según esa clase de personas no tienen lo mínimamente necesario para conformar una familia.
Hasta donde pueden llegar los prejuicios alimentados por la fe católica y cristiana, pareciera que no existieran limites en estos casos y ese lado pariera personajes como el concejal de la familia, el procurador don Ordoñez o el profesor de la Universidad la Sabana que le entregó su conciencia al absurdo, y firmó un documento que después, el claustro universitario desmintió, dejando sus tesis “científicas” como tan solo, la suma de pensamientos amañados. Estamos viviendo en Colombia, en los años en que los negros debían esconderse, no podían comer en los mismos restaurantes en los que lo hacían los blancos, pareciera que la mentalidad se hubiera quedado en los tiempos en los que las mujeres no eran otra cosa que máquinas para hacer hijos y para limpiar, lo que los decidieran.
La iglesia, debería preocuparse más por filtrar con juicio sus filas, por encontrar sacerdotes consagrados y monjas juiciosas y seminaristas recatados, porque es que la cantidad de curas que visitan los bares gay de Bogotá es tanta, que pareciera que los seminarios tuvieran alianzas comerciales con estos lugares de diversión nocturna. Señores, nosotros no nos dejamos meter los dedos en la boca, por lo menos no como ustedes pretenden, no nos crean ingenuos.
La historia de un sacerdote
Hablé con un sacerdote obeso, fracasado, feo, un sacerdote que vive en la miseria personal, hablé con él porque me pidió una cita y lo atendí en un café cerca de mi oficina, iba vestido de negro y tenía hambre porque pidió muchas galletas de chocolate con trozos de almendras. Me solicitó que le ayudara a gestionar proyectos para encontrar recursos que le sirvieran a su comunidad, para mejorar su iglesia, para comprar un carro, para comprar sillas, y para comprar zapatos. Por supuesto le dije que yo no tengo la forma de gestionar ningún tipo de recursos económicos, que yo no soy millonario de mucho menos. Me pidió entonces que le ayudara a hablar con alguien de El Tiempo, qué él quería que ese periódico, contara su historia, su lucha constante. ¡Cuál es su lucha don sacerdote? Le pregunté, y me respondió que su lucha era en contra de los maricas. No pude contener una carcajada enorme, no pude disimular. No le puedo ayudar en nada señor don sacerdote, ni a conseguir dinero, ni mucho menos apoyarlo en su lucha en contra de los maricas. Le dije, mientras el comía galletas como un niño hambriento. Insistió. Una cita con algún político que le ayudara. Me negué una vez más y decidí cancelar la cuenta. El señor me dio la bendición, y en voz baja le pidió a Dios que me acompañara en mi camino.