Voy caminando por la avenida Cabildo y voy caminando tranquilo, sin prisa, sin pretensiones de ninguna clase. Me tomo el tiempo necesario para ver con diligencia todo lo que me rodea, a todos los que me rodean. Porque yo aquí en Buenos Aires no hago nada, solo escribo y ya, y como reposar mis nalgas y acomodarme en posición de escritor fracasado y escribir cualquier necedad como las que yo escribo es tan fácil y poco exigente, entonces tengo tiempo suficiente para caminar mansamente y para ver los gestos de los demás. Hace frio porque aquí es invierno, porque cuando es invierno hace frio, y uno aquí, o por lo menos yo, lucho contra el frio húmedo y despiadado con una taza de café muy caliente, tan caliente que me calienta todo el cuerpo, desde las manos hasta las piernas el cuerpo todo entra en calor y me veo en la necesidad de abrir un poco mi chaqueta, de darle aire a mi institución.
Justo cuando la Av Cabildo termina una línea del tren cruza torpemente y corta el paso de los andarines perezosos y calmosos como yo, que no queremos esforzarnos en lo más mínimo, que queremos caminar sin obstáculos y sin tropiezos. Esta interrupción arquitectónica le da muerte a la Av Cabildo y le da vida a la Av Santa Fe, nos obliga a internarnos en un pasadizo sucio, oscuro, que te puede llevar a tres destinos distintos; A la estación del Subte Ministro Carranza, a la parada del tren Ministro Carranza, o a la cautivadora Av Santa Fe. La vida siempre te va a poner intencionalmente en momentos incomodos y angustiantes como este, y no vas a saber qué camino tomar, si te vas en tren, en metro o sigues caminando, o compras otro café y regresas a casa y te das por vencido. Como estoy a punto de cumplir 50 años, y mi cuerpo no me da más que para caminar pausadamente y me pide que no lo exponga a la aventura, entonces decido seguir caminando por la Av Santa Fe y dejarles el tren y el metro a los trotamundos.
Resuelvo entonces obtener un café más, y lo acompaño con unas galletas dulces y le digo al joven vendedor que no quiero azúcar, porque el azúcar estropea el café, él sospecha entonces que mi vida es amarga como el café y me lo hace saber y me sonríe;
– ¿De dónde sos?
– De Colombia.
– ¿Siempre eres tan serio?
– Al parecer sí, todos me hacen la misma pregunta.
– Debe ser porque le falta el azúcar a tu vida.
– Puede ser… ¿Cuánto le pago?
– Dejá así que yo invito.
– Gracias pero yo quiero pagar, ¿Cuánto es?
– No es nada, yo invito hoy y vos me podés invitar otro día.
– ¿Seguro me quiere invitar?
– Claro que sí, yo hoy te invito.
– Bueno, entonces quiero el café grande y las galletas con crema de dulce de leche.
– Bueno.
Sigo caminando, sigo luchando contra el frio, sigo observando detenidamente a los demás, sigo vivo y sigo escribiendo. Caminando siempre obediente al trazo de la Av Sante Fe llego a la estación del Subte de Plaza Italia. Estoy cansado, cruzo la calle, entro en un bonito parque y me siento en una bonita silla. Aun me quedan galletas con crema de dulce de leche.
– Hace frio.
– Si hace frio.
– ¿Por qué dejó Colombia?
– ¿Cómo sabe que soy colombiano?
– Porque uno conoce a los colombianos.
– Yo no me di cuenta que usted es colombiano.
– Muchos dicen que no parezco colombiano, usted no es el primero, pero si soy colombiano, soy bogotano, igual que usted. ¿Por qué dejó Colombia?
– No sé, ¿usted por qué la dejó?
– No la dejé, nunca la he dejado, solo estoy aquí por un tiempo corto, ya regresaré.
– ¿Por qué no se queda aquí?
– Porque no soy de aquí, porque aquí no están las personas que amo y las personas que me aman,
– ¿Qué es eso?
– Mi tiquete de regreso a Colombia.
– ¿No sabe si regresar?
– No sé nada.
– ¿Por qué se fue de Colombia?
– Porque no tenía nada, porque no tenía dinero para estudiar, porque no podía estudiar, porque no conseguía trabajo, porque en Colombia todo es una mierda.
– Y si Colombia es una mierda, pues no regrese, no tiene sentido.
– Me hace falta Colombia.
– Le hace falta la mierda entonces.
– Puede ser, ¿usted cuando regresa?
– Dentro de poco.
– ¿Que hace en Colombia?
– Lo mismo que hago aquí.
– ¿Y que hace aquí?
– Nada.
– ¿Cómo así que nada? algo debe hacer…
– Soy escritor, un escritor malo por supuesto, un escritor corriente.
– ¿La gente en Colombia lo lee mucho?
– ¡No!, Solo mis amigos por misericordia y todos mis enemigos, ellos me leen a ver si los nombro y digo que me los comí, o que entre ellos se comen.
– ¿Por qué tiene enemigos?
– En política todos tienen enemigos.
– ¿Usted es político entonces?
– Tal vez, ¿Para cuándo está el vuelo?
– Para hoy 20 de julio.
– ¿Va a regresar?
– No lo sé, no me presione.
– ¿Y aquí está estudiando?
– Sí, aquí estudio, aquí trabajo, aquí vivo.
– Entonces a que va a Colombia, no sea estúpido.
– Ya le dije, me hace falta mi país.
– Le hace falta la mierda.
– ¿Bueno y es que usted odia a Colombia o qué?
– No, a Colombia no, de hecho no odio a nadie.
– ¿Entonces?
– ¿Entonces qué?
– ¿Entonces porque se expresa así de su país?
– Yo únicamente escribo la verdad.
– ¿Por qué tanto fastidio por Colombia?
– No le tengo fastidio a Colombia, les tengo asco a los colombianos.
– ¡Oiga! ¡Respete!
– ¿Respete qué?
– A mí, yo soy colombiano, igual que usted.
– Y quien respeta a los demás.
– ¿A quiénes?
– A los que mueren, a los que viven en el exilio, a los que son masacrados, a los que se le prohíbe casarse, a los que no tienen que comer, a los que no tienen como estudiar, a los que mueren de hambre… ¿a ellos quien los respeta?
– Pues no sé, yo no tengo la culpa de eso.
– Yo sí.
– ¿Usted la tiene? pero por qué, si es un escritor fracasado que vive en Buenos Aires ¿No me dice que no es nadie?
– Soy colombiano, que más quiere.
– Pues no sé, ser colombiano no es razón para sentirse culpable por el país de mierda que tenemos.
– El país no es una mierda, el país es hermoso, la mierda son los colombianos.
– ¿Usted es una mierda entonces?
– ¡Sí!, correcto.
– En serio no debería ser tan duro con usted.
– No soy duro conmigo, conmigo soy suave, soy condescendiente.
– ¿Cuando llegue a Colombia que va a hacer entonces?
– Escribir.
– ¿Su vida es aburrida?
– Sí, mi vida es miserable.
– ¿Por qué lo dice?
– Porque nací en un país en donde la mayoría son miserables, y la mayoría manda, somos democracia.
– Eso no es así, los miserables no somos la mayoría, los miserables son lo que están en el poder.
– Ellos no son miserables, ellos son felices en un país triste.
– Ellos tienen acabada a Colombia, no ve a Samuel Moreno, a Uribe, al procurador Ordoñez ellos si son una mierda, no nosotros.
– ¿A ellos quien los elige?
– El pueblo.
– ¿Y usted hace parte del pueblo?
– ¡Claro!, por supuesto.
– Entonces usted es una mierda, usted eligió a esos desgraciados.
– Yo no vote, yo no los elegí.
– ¿Entonces quiénes?
– Los que votaron, y ganó la mayoría y por eso los eligieron.
– ¿Se da cuenta?
– ¿De qué?
– ¿De que la mayoría si elige? Y elige por usted y por mí.
– ¿Que quiere que haga entonces?… no puedo hacer nada.
– Entonces no haga nada, haga lo que hacen todos.
– ¿Y qué hacen todos?
– Quejarse.
– Pues hablar mal del país no lo va a cambiar.
– Seguramente hablar bien del país sí.
– Pues no lo sé… ¿Y va a celebrar el 20 de Julio?
– No celebro nada.
– Pero es el día de nuestra independencia.
– ¿Usted es independiente?
– No.
– No entiendo.
– Yo tampoco.
– Si no me voy para Colombia hoy, voy a ir a la celebración del 20 de Julio, va a estar bueno.
– ¿A qué se refiere?
– Pues que van a poner música y vienen grupos de salsa y orquestas y una pantalla gigante, debería ir, así se distrae y baila un rato.
– Yo no sé bailar.
– Un colombiano que no sepa bailar no es colombiano.
– Eso me dicen siempre.
– Vamos, y de paso conoce mujeres.
– ¿Para qué?
– Pues no sé… ¿Es que usted es marica?
– No lo sé.
– Un escritor fracasado que no sabe si es o no marica, usted es muy raro.
– Un colombiano que ama a su país pero que no vota, que no sabe si regresar o no, y que baila, usted es muy normal.
– Pues sí, soy normal, eso no es malo.
– Bueno me voy, quiere estas galletas con crema de dulce de leche.
– Bueno si, gracias.
– ¿Gracias de qué?
– Pues por las galletas.
– Pierda cuidado.
Me levanté con esfuerzo, el frio se estaba apoderando silenciosamente de mi cuerpo, crucé la calle, caminé unas cuentas cuadras hacia la Av Cabildo, entré al mismo lugar de hace un rato y pedí dos cafés calientes, con galletas dulces pero sin crema de dulce de leche. El joven de ojos verdes sonrió.
– Esta vez invitás vos.
-Por supuesto.
– Y contame… ¿Por qué no estas celebrando como todos los colombianos el 20 de Julio?
– No tengo nada que celebrar.
– El 20 de julio me dijeron que es feriado en Colombia y que la gente baila y canta y se muestran muy contentos…
– El 20 de julio en mi país no es otra cosa, que un feriado menos del año, un día de no trabajo, de no estudio, eso es lo que los alegra finalmente.
– Sos como raro, como que no sos colombiano vos.
– Eso dicen…
Giovanni Acevedo