Giovanni Acevedo, escritor bogotano, columnista de opinión, asesor en asuntos políticos.

No hay otra manera de rotular a un grupo de especímenes que desde hace varias administraciones, hacen los que se les da la gana en Bogotá.

Tomar un taxi en la capital de mi país, se ha convertido en una decisión difícil de culminar, complicada de defender, imposible de sostener. Hace varios años, los problemas más recurrentes con los conductores de taxi, se limitaban al abuso a la hora de cobrar sus servicios, porque estos caballeros adulteraban los medidores de la tarifa, conocidos en Colombia como taxímetros. Adulterio que aún continúa. Después, una oleada de delincuencia, desplegada por conductores de taxis y que apuntaban directamente a los usuarios de este servicio, se convirtió en el terror de cualquier prójimo, decidiendo entonces no tomar, en la medida de lo posible, un carro amarillo en las calles. Era la época en que las líneas de servicio al cliente de las empresas de taxis se saturaban en hora pico, la época en que los centros comerciales, hoteles y restaurantes, le otorgaban una identificación a cada taxi que se le permitía prestar su servicio a los clientes de dichos establecimientos, todo esto con la única intención de contrarrestar el incremento de paseos millonarios, atracos y abusos por parte de los taxistas a cientos de bogotanos que necesitaran movilizarse rápido, cómodo y seguro por Bogotá.

El crecimiento rápido de Bogotá, incrementó por supuesto la necesidad de transportarse por la metrópoli, el número de taxis aumento rápidamente, y la necesidad de encontrar conductores fue saciada con el primero que se le midiera a conducir. Entonces nos encontramos con taxistas que no tienen ni idea para dónde agarrar cuando uno necesita ir al Unicentro de la 127, a la calle 72, a la plaza de Bolívar o al aeropuerto El Dorado. El termino de ATENCIÓN AL CLIENTE lo desconocen por completo, no existe en su léxico, no comprenden como se come, por eso es que cuando uno decide viajar en un taxi, sabe que el cliente no es el que paga, sino el que cobra. Además de pagarle lo que el hombre quiera, debemos soportar la música que él quiera al volumen que quiera, debemos aceptar la ruta que él quiera, debemos aceptar que maneje como quiera y que salude a todos sus amigos también taxistas que se encuentre en el trayecto, y al final, debemos aceptar que nos deje donde él quiera y debemos pagarle con billetes de baja denominación porque ellos nunca tienen cambio.

La situación se ha vuelto insostenible, al punto que el descontento, la desconfianza y temor por utilizar el servicio del taxi, logró hacer que muchos decidiéramos buscar otra opción de trasporte, una que llegue a tiempo, y que cobre lo justo, lo que debe costar un servicio limpio, tranquilo, respetuoso y eficiente. Por eso UBER en Colombia ha logrado satisfacer las necesidades de transporte de un gran número de pasajeros que preferimos pagar más, si por lo que pagamos cumple con nuestras expectativas. UBER no es otra cosa que la antítesis de lo que representa un taxista en nuestra ciudad, es todo lo que como usuarios queremos, y todo lo que un taxi corriente no logra ofrecer. Pero hay algo curioso en todo esto, y es que muchos de los conductores de UBER, fueron o conductores de taxi, o conductores de Bus. Ellos comprenden, que el servicio que prestaban antes no tiene comparación con el que prestan ahora, al volante de un carro blanco. Entienden que de la calidad que ofrezcan en atención al cliente y de la eficiencia de su trabajo depende directamente la estabilidad de su negocio, prestar un buen servicio es la consigna que tienen los conductores de UBER, por eso no solamente se preocupan por cumplir con su labor de conducir, además están atentos a ayudar cuando su pasajero lleva paquetes, necesita cargar su celular o está buscando una dirección en particular. En UBER no importa si usted lleva a su bebe en brazos, si tiene ademas un choche para guardar en el maletero, o si usa silla de Ruedas, no importa tampoco cuantas veces deba parar usted en el trayecto, o si debe recoger a un amigo antes de llegar a su destino final.

Los carros blancos tienen el mercado de los hoteles, directamente contratados por el hotel porque saben que los viajeros deben quedar con ganas de regresar, por eso el servicio de un taxi no resulta pertinente. Además tienen el mercado de ejecutivos, empresarios, clientes esporádicos que les llaman de cuando en vez, siempre buscando eficiencia. Y tienen también el mercado de los que deciden salir a tomarse unos tragos, y al momento de regresar a sus casas no tienen la menor de duda de llamar un UBER, no se les pasa por la cabeza, utilizar un taxi.

Ahora, lo que debe llamar la atención de las autoridades, del misterio de transporte y de la secretaria de movilidad, es la manera como los conductores de taxi se organizaron para infringir la ley, y además, tomársela por sus propias manos. No puede ser posible que bajo el albedrío de un taxista se resguarde la posibilidad de parar a cuanto carro decidan, exigirle documentos a sus ocupantes y poder revisar sus celular a ver si son, o no, clientes de UBER. Estos hombres se están comportando como una pandilla, y una pandilla amarilla además, y su objetivo es acabar con la tranquilidad que nos queda en Bogotá, asaltar literalmente a sus usuarios cobrando lo que a ellos les parezca mejor, y conduciendo de la peor manera posible.

Entonces la pregunta para finalizar es: ¿Aquí los que mandan son los de la pandilla amarilla? O somos los ciudadanos y las instituciones que fueron creadas para regular y castigar este tipo de actuaciones…

 

Giovanni Acevedo

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