Giovanni Acevedo, escritor bogotano, columnista de opinión, asesor en asuntos políticos para América Latina.

El presidente actual de Colombia no solo ha sabido gobernar un país históricamente difíci, por sus problemas de narcotráfico, conflicto interno, atraso en infraestructura y profundas inequidades sociales, sino que además, ha gobernado con la oposición más pendenciera patentada en la tradición colombiana. La oposición que ha construido el ex presidente Álvaro Uribe, antecesor de Juan Manuel Santos y líder político con gran acogida en la población por sus logros en materia de seguridad y duros golpes contra la guerrilla más grande de toda América Latina en la actualidad, ha tomado colores y formas que deberían preocupar no solo al gobierno del presidente Santos, sino a gobiernos de la región, pensando en conservar la estabilidad democrática en la vecindad.

En su momento, Juan Manuel Santos – Ministro de Defensa de Colombia, con Alvaro Uribe – Presidente de Colombia.

Álvaro Uribe le reclama lealtad al presidente Santos, quien en su primer campaña para la presidencia, logró enrolar un caudal nada despreciable de votos fieles en su gran mayoría a las políticas que en ese momento, el presidente saliente Uribe representaba. Desde ese momento la oposición al gobierno liderada por el uribismo en diferentes tribunas ha sido una guerra sin escrúpulos, que pareciera más bien buscar la desestabilización del gobierno, que el debido control político. Situaciones parecidas se han vivido en países como Bolivia, Perú, Argentina y Guatemala, Venezuela, Paraguay, Ecuador, Haití y Brasil, terminando estos países sumidos en delicados estados de seguridad, con saqueos, muertes por enfrentamientos de la sociedad con la fuerza pública, y en casos como Bolivia y Argentina por ejemplo, al borde de una guerra civil.

El presidente de Colombia, ha querido, por medio de una mesa de negociación, acabar con la guerrilla de las FARC, terminar de una vez con todo el sufrimiento, las muertes inocentes y el desgaste económico que esto le demanda al país, y es este tal vez el punto en todo el gobierno Santos que más le ha servido a Uribe para atacar a quien fuera años atrás, su ministro de defensa más eficiente.

La oposición es necesaria en cualquier democracia, siempre y cuando esa oposición exista y se mantenga por la búsqueda de mejorar realidades del pueblo, por atender las solicitudes de ese sector que representan. Pero si esa opción es el caballo de Troya para desestabilizar un gobierno, para ponerlo contra las cuerdas y empujar al país a paros nacionales, a la resistencia civil y a la rebelión, entonces es una oposición que no le obedece a los intereses generales de un país, sino a la sed de poder de unos pocos. Este puede ser el camino, o para sacar del poder a dictadores como Pinochet, o para adueñarse de un país e imponer un modelo de dictadura “moderna” como lo logró Chavez en Venezuela. Evo Morales por ejemplo, tras perder las elecciones presidenciales en 2002, lideró la oposición en Bolivia utilizando cada paso que daba el Gobierno de Gonzalo Sánchez para atacar, para desestabilizar al gobierno, y fue finalmente la intención de venderle gas a Chile por parte del Gobierno, lo que enardeció las emociones avivadas por Evo en el pueblo, lo que puso contra las cuerdas al presidente, quien decidió renunciar al ver que su país se destruía en las calles de La Paz. En Perú también sucedió con la marcha de los 4 suyos, una movilización también alimentada por un candidato perdedor. Alejandro Toledo llevó contra la pared al presidente Alberto Fujimori, con manifestaciones en todo el Perú y una gran concentración en Lima, la capital. Fujimori renunció por fax desde Japón, luego de posesionarse en medio de saqueos, incendios y descontrol en las calles de Lima. En este caso, Toledo salvó al Perú de una dictadura, pues Fujimori logró elegirse por tercera vez como presidente, utilizando artimañas para modificar la constitución del Perú. Así como el ex presidente Álvaro Uribe logró modificar la constitución de Colombia, comprando votos de congresistas para poder presentarse a una primera reelección. Intentó también ser reelegido por segunda vez, pero el político colombiano Germán Vargas Lleras se lo impidió, movilizando y dirigiendo su bancada en el congreso en contra de esa segunda reelección. Ahora es Álvaro Uribe quien se siente traicionado y derrotado, y al lado de sus seguidores y amigos lidera la oposición contra el gobierno Santos.

El paro agrario, el paro de profesores, auspiciados y defendidos claramente por Uribe, y un sin número de movilizaciones, manifestaciones y marchas sin mayor éxito, (expresiones sociales no permitidas en el gobierno de Uribe) han sido, para mí, intentos por desestabilizar al gobierno de Colombia, para recuperar en medio de la locura y el desorden social, el poder. Y esto es preocupante aún más en este momento.

Las encuestas que miden la popularidad y la aceptación de un presidente son un termómetro mediático que pueden llegar a convocar episodios como los vividos en Perú y Bolivia. Y son precisamente las encuestas las que en este momento no favorecen al gobierno del presidente Santos. Con la popularidad por el piso, con la aceptación también por el piso y con un opositor con sed de poder como Uribe, cualquier cosa puede pasar en un país en donde la política es practicada vagamente, sin argumentos y con emociones personalizadas. El gobierno Santos no ha sabido comunicar nunca sus propuestas y sus logros, pareciera no sus asesores en esta materia no comprendieran la importancia de esta tarea, y la dejaran de lado, de última en la lista de tareas por tener en las cuentas.

Es evidente que la comunicación de arriba hacia abajo no va a funcionar en este momento. No importa cuántos acueductos, carreteras, escuelas, pueblos enteros construya el presidente Santos, no importa cuántos empleos fomente y cuántos millones de dólares entren al país gracias a inversionistas extranjeros que ven en Colombia un país con un futuro económico estable y en crecimiento. No importa que sea en su gobierno donde más recursos se le han destinado a la educación o que sea su gobierno el que más ollas podridas haya destapado en distintas entidades del estado. En este momento la popularidad y la aceptación del pueblo al gobierno Santos está por las orillas del 20%, y sus ciudadanos lo tildan de traidor y mentiroso. Cuando el pueblo pierde respeto por su gobernante principal, y ese sentimiento de desaprobación es patrocinad0 por alguien como Uribe, esta historia puede terminal mal.

 

Giovanni Acevedo

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