Con países como México, Panamá, Colombia, Argentina, Perú, Brasil, Chile y Venezuela, América Latina debería ser no solo una potencia sino una región totalmente estable y organizada económica, política y socialmente. Lamentablemente en estos países y los doce que no nombré, la realidad no es tan bonita como las proyecciones económicas quisieran. Hoy, comenzando el 2016 se puede entender nuestra realidad como preocupante, si reconocemos que los países que lideraban la economía de la región se sumergen poco a poco en posos de corrupción fétidos que sin más, ahogan por varios años la prosperidad que en algún momento conquistaron.
Argentina por ejemplo, pasó de ser el país líder en la región del siglo pasado, a convertirse rápidamente en una década en un país con profundos problemas económicos y grandes vacíos en la justicia frente a la corrupción oficialista. La historia empeora en Venezuela, un país supremamente rico que se encuentra hoy al borde de la quiebra estatal y muy cerca de ser el país más inestable políticamente en toda la región, con violaciones a los derechos humanos y preocupantes lesiones a la democracia.
Lo mismo pasa en Brasil, los escándalos de corrupción aparecen semana tras semana arrinconando al actual gobierno y poniéndolo en una posición preocupante después de ser ejemplo en la región en racionabilidad, economía, reducción de la pobreza y políticas sociales.
México además de enfrentar focos de corrupción casi que instaurados, se enfrenta a complejas organizaciones narcotraficantes, obligando al estado a destinar gran parte de su presupuesto a contrarrestar las acciones propias de este negocio que mutan a las nuevas generaciones y dejan resultados mortales impresionantes, algo que por supuesto retrasa el desarrollo de cualquier país.
Cada vez que visito un país, una ciudad cualquiera, intento conversar con el señor que conduce el auto que me transporta, con la señora que me atiende en el café, o con el señor que vende el diario en una esquina cualquiera. Y no importa en qué país esté, siempre las quejas resultan similares, por no decir que son exactamente las mismas. Para la ciudadanía, la culpa de todo la tienen los dirigentes políticos y los damnificados siempre estarán en la población, algo que no es falso, pero tampoco es cien por ciento auténtico. La lógica de una democracia dice básicamente que el pueblo tiene el poder de elegir a sus gobernantes, entonces entendemos que cada pueblo tiene el gobernante que quiere, las políticas que quiere y el enfoque político que quiere. Esto en la práctica no es así. Y no lo es porque la gente no vote, pues en varios países de la región el sufragio obligatorio es una realidad con algunas variaciones en la edad de los electores. En los últimos gobiernos de democracias con el voto obligatorio, podemos ver la insatisfacción mayoritaria de los electores y grandes equivocaciones en el ejercicio del poder. En países como Colombia, donde el voto es totalmente voluntario, el número de ciudadanos que asiste a las urnas en preocupante, no llegando ni siquiera al 50% de ciudadanos habilitados para votar, ¿entonces por qué elegimos mal? Básicamente porque no sabemos elegir y porque no nos interesa elegir.
Los latinos no ven en la participación política una manera de contribuir a sus países, no entienden el funcionamiento de la democracia y no les interesa profundamente quién los gobierna, hasta que las acciones de quienes los gobiernan afecten su espacio. La educación, el medio ambiente, las oportunidades laborales y últimamente las causas altruistas como la defensa de los derechos de los animales son preocupaciones que logran cautivar a los ciudadanos inclinando casi siempre la balanza hacia los menores de 40 años. La mayoría de las decisiones políticas que mayor relevancia tienen en el desarrollo de un país, no están afiliadas ni a causas altruistas ni se pueden medir a corto plazo. Esto hace que los ciudadanos no comprendan con facilidad la importancia de cualquiera de esas decisiones. Con todo esto junto, más el desconocimiento preocupante por las necesidades reales y principales de sus países, los ciudadanos que votan lo hacen mal, ya sea por ignorancia, porque obedecen a una maquinaria ideológica o porque sus votos compensan una transacción económica.
Algo que tampoco entiende la ciudadanía, es que los cambios importantes no se dan de la noche a la mañana, básicamente porque los cambios serios y sostenibles en cualquier frente deben afrontar medidas de socialización, voluntad política y algo muy importante, participación de la ciudadanía. Por esto es que particularmente creo que las protestas y movilizaciones sociales convocadas alrededor de cualquier inconformidad, que exigen cambios inmediatos no tienen otra función que llamar la atención mediática y en ocasiones desestabilizar gobiernos. El llamado entonces, es a que el conformismo que inunda las vidas de muchos latinos sea erradicado gradualmente y reemplazado por compromiso con los procesos políticos y el desarrollo, cumplimiento y buen gobierno de nuestros dirigentes. Votar no es suficiente si se hace con ignorancia, incluso es mucho más peligroso que evadir la responsabilidad de asistir a las urnas.
Esta mediocridad a la que me refiero en este artículo, es mediocridad política y democrática, participativa, es esa mediocridad que aprovechan los políticos que llegan al sistema para defraudarlo, para robar y lograr viciar organismos que deben funcionar siempre en pro de las necesidades de nuestras naciones. También encontramos dirigentes políticos comprometidos pero sin experiencia y la academia necesaria para cumplir con sus funciones, y esto sin duda los termina empujando al error.
No nos podemos conformar con lo que hemos logrado o lo poco que nuestros gobernantes hacen por nosotros, ni podemos dejar que las preocupaciones más importantes no estén en las prioridades de nuestros gobiernos. Informarnos nos ayuda a comprender mejor el organismo de nuestras entidades y las responsabilidad de nuestros gobernantes. Votar bien es una buena opción, a ver si algún día, somos la potencia que deberíamos ser hoy.
Giovanni Acevedo