Giovanni Acevedo, escritor bogotano, columnista de opinión, asesor en asuntos políticos para América Latina, estratega político.

Los tiempos en los que la fe movía montañas han quedado atrás, y ahora esa fe; la de los cristianos, los católicos, los evangélicos, mueve resentimiento, odio y mentiras. Por lo menos ese es el mensaje que nos queda a muchos, después de ver lo que sus dirigentes escupen en los medios de comunicación de toda América Latina. Pareciera que la fe se ha convertido más en un caballo de batalla, y no en un instrumento para nutrir de espiritualidad a sus consumidores. Siempre ha sido un negocio por lo siglos de los siglos, y un negocio supremamente rentable. Porque además de tener poder político, económico, académico y social, la fe ha tenido poder sobre la moralidad de las personas. Poder que era casi absoluto, cuando los mandamientos fungían como directrices éticas y morales, y los representantes de esa fe acá en la tierra, lo hacían como jueces y dueños de la verdad.

Lo cierto es que estas asociaciones, que agrupan a fieles, pierden año tras año credibilidad y capacidad de evangelización, esto se traduce en que poco a poco son menos, y menos quiere decir menos dinero, menos poder. Las batallas que la fe perdió en el siglo pasado, y las que ha perdido en lo que vamos de este, sobre todo en América Latina, son supremamente preocupantes para los que están de ese lado; para los que estamos de este lado, son apenas justas. La fe ha apoyado dictaduras militares, golpes de estado, la fe ha sido cómplice de vejámenes contra la mujer, los negros y los animales. Perder las batallas contra el uso del preservativo, las pastillas anticonceptivas, los derechos civiles de los gais, la abolición de la esclavitud, los derechos políticos de las mujeres, el aborto, la eutanasia, y, el matrimonio y la adopción por parte de parejas del mismo sexo, es el conteo regresivo que les va anunciando, que su negocio se les está acabando. Y esto claro que los preocupa.

Representantes de esta fe, la que busca reprimir y someter masas, hoy se escandaliza porque sus hijos crezcan respetando y entendiendo que en el mundo real la diversidad existe, y su inclusión en los valores de los seres humanos es indispensable, para que nuestra humanidad avance acompañada de respeto. Esta batalla, la de buscar que en Colombia los colegios sean espacios educativos, y no espacios de adoctrinamiento de la fe, es solo una más de tantas que la humanidad ha tenido que dar. Así como los negros rompieron sus cadenas y las mujeres se alzaron las faldas, los maricas debemos romper el mito absurdo que esa fe ha creado para mostrarnos como enfermos, como portadores de vergüenza, de contaminación para la sociedad (los mismos argumentos en contra de las mujeres y de los negros) debemos hacernos escuchar y, sobre todo, hacernos respetar. Esta no es una batalla entre maricas y creyentes de Dios, esta es una batalla entre lo que es lógico, necesario y justo, y lo que un grupo de personas cree que el resto debemos pensar, sentir y obedecer, tal vez porque como en casos anteriores, creen que son superiores, creen que son dueños de la verdad.

Entonces la responsabilidad de nuestros dirigentes políticos es gobernar para seres humanos, para las libertades y para el progreso de nuestras naciones, no para la fe. La responsabilidad de los creyentes es respetar a los demás, la misma responsabilidad que nos debe llamar a nosotros, a todos.

Aprovecho para darle todo mi apoyo a la ministra Gina Parody, por saber afrontar este reto, que no solo tiene tintes sociales, como parece, sino políticos, como en realidad es.

Libertad es la única expresión a la que nos podemos acostumbrar.

Hasta la próxima.

Giovanni Acevedo

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