Maricón, mariquita, florecita, pasivita, loca, quebrado, galleta, fresa, puto, peluquera, roscón y cualquier otro adjetivo que se pueda utilizar para señalar la humanidad de alguien como homosexual, me parece además de inevitable, divertido.
Si la solución a la discriminación hacia la comunidad gay es prohibir palabras insultantes, entonces lo primero que deberíamos hacer, debería ser inventarnos un nuevo vocabulario.
Al norte de mi país, en Barranquilla, un diseñador gay de indumentaria, recurrió a la acción de tutela para encontrarle solución a episodios constantes de discriminación por su condición homosexual, discriminación perpetrada por algunos de sus vecinos. Veinte años de ultrajes verbales y amenazas debió sumar el diseñador para que su paciencia se agotara, y decidiera acudir a un derecho que en mi país funciona a medias. La Corte Constitucional revisó su petición y resolvió prohibirles a los vecinos discriminatorios, hacer alusión a la condición sexual del diseñador con las bellas palabras “maricón” y “mariquita”. Luego aclararon que no estaban prohibiendo el uso de estos adjetivos, y que, en todo caso, cualquier intención de discriminación de manera verbal, debe ser estudiada puntualmente.
Para algunos de mis colegas, la decisión de la Corte es trascendental y es un gran paso hacia la igualdad de derechos (tal vez porque no les gusta que los llamen maricas). Para mí, (que no me incomoda) a la decisión le faltó más que buena intención. Para mí el problema no es la palabra que se utilice para referirse de manera peyorativa a alguien gay, para mí el problema es que exista la intención. Y si bien la Corte no puede simplemente cambiar la idiosincrasia de un pueblo devorador de telenovelas y defecador de oraciones santificadas, si puede instar a los que corresponda, actuar en contra de los discriminadores de manera contundente y ejemplar, a la vez que el sistema educativo se renueva, incluyendo en el menú pedagógico talleres y materias que formen personas con valores y respeto. Y no me refiero solo a la discriminación hacia los maricones (como yo), me refiero a todo tipo de discriminación. Los negros, las mujeres, los indígenas, los regionalismos…
Siento la decisión de la Corte débil, simple, falta de sustancia y de verdadera intención por mejorar y avanzar en la construcción de un país progresista y tolerante, un país de avanzada. Absurdo seria que más adelante encontremos titulares que anuncien la prohibición de las palabras “boyaco, pastuso o rolo” y descabellado si nos prohíben utilizar el término “uribista”.
Yo no tengo problema, a mí me pueden llamar como mejor les parezca siempre y cuando, como lo advierte la corte, vaya ese llamado, contextualizado y acorde a la situación y el momento. Llámenme santista, maricón, boyaco, perra, zorra, puta, papi y hasta mami.
Feliz viernes santo.
Giovanni Acevedo