La Colombia que el mundo conoció a finales de los 80 y los 90 no es muy diferente a la Colombia de hoy. Sí, es verdad, hemos tenido avances tímidos en distintos frentes de desarrollo. Tenemos más escuelas, más carreteras, más hospitales, más personas en la universidad, no tenemos que tramitar visa para visitar muchos países, Santos firmó una paz imperfecta y Uribe logró una seguridad estética.  Pero también hoy tenemos más narcotraficantes y los problemas históricos que por décadas han aumentado la inequidad en nuestro país siguen tan presentes como el fabuloso negocio de la coca.

 

Tenía más o menos ocho años la primera vez que visité Chocó. Hoy tengo treinta y dos. Han pasado veinticuatro años, es decir, cuatro presidentes: Duque, Santos, Uribe y Pastrana. Les puedo decir que Quibdó, su capital, no ha cambiado casi nada por no decir que ni mierda. Mis amigos de esta zona del país hoy no tienen empleo, siguen viviendo en las mismas casas deterioradas, aún no tienen alcantarillado y muchos no cuentan con agua potable. Esta historia es la misma de muchas regiones del país.

 

Nuestros avances no son lo suficientemente importantes como para atacar estructuralmente nuestros problemas. Todos los gobiernos se han dedicado a ponernos pañitos de agua tibia en los dolores, pero ninguno se ha comprometido con soluciones profundas y de largo aliento, algunos por mezquindad y otros porque sencillamente no se les da la gana.

 

Pero lo favorable de todo este salpicón de acontecimientos es que hoy la democracia está del lado de la cancha de las nuevas generaciones, las cuales hoy están más informadas, son más críticas, menos conformistas y mucho más agresivas. Toda esta energía se debiera canalizar en la búsqueda de soluciones, en la construcción colectiva de un nuevo futuro, de propuestas que nos den una pizca de esperanza.

 

En Colombia hoy tenemos la oportunidad de encausar toda la energía que se ha desprendido de las manifestaciones en nuevos liderazgos y en formar, de una vez por todas, la cultura responsable de asistir a las urnas y votar no por quien nos digan, sino por quien represente nuestras convicciones como jóvenes que quieren vivir en un país que crece y le brinda oportunidades a su población.

 

Sin embargo, hoy Colombia es la de siempre. Seguimos exportando más coca que café. Seguimos viviendo aislados de las realidades regionales. Seguimos pasando vacaciones divinas en Miami o en Melgar, según nuestro estrato social, y seguimos rebuscándonos la papa y lo de la cuota del Icetex para después del grado, buscar trabajo como cajeros en supermercados.

 

Giovanni Acevedo

Twitter: @Gioacevedo_