Me hubiera gustado despedirme saltando a tus brazos como lo hacía cuando era un niño y envolverte. O intentar envolverte mientras tú me dabas el abrazo del gorila.

Me hubiera gustado darte un beso en la frente y pedirte al oído que no te fueras o que, si te ibas a ir, como lo hacías siempre, me dijeras el día de tu regreso.

Pero luego de unos minutos recuerdo tus palabras, siempre sabias, siempre sosegadas, siempre cariñosas aún y en los peores momentos; “no debes hacer lo que los demás esperan que hagas, debes hacer lo que tu corazón espera que hagas”. Quiero creer entonces que este viaje te lo pedía tu corazón, que es un viaje necesario para el alma, aún cuando no sepamos en qué momento nos volveremos a ver.

Además de enseñarme a conducir en tu jeep blanco, a levantarme todos los días antes de las cinco de la mañana, cepillarme los dientes, tender la cama y agradecerle a Dios por un nuevo día; me enseñaste a decir mi verdad siempre, por eso te escribo estas líneas intentado reunir en ellas lo que no nos dijimos, intentando despedirte con el corazón en la mano, pero con la tranquilidad de siempre haberte dicho todo lo que pienso con el riesgo, siempre, de equivocarme, porque la verdad es relativa. También me enseñaste que equivocarse es de humanos y que perdonar también lo es aunque resulte más difícil y pocos lo logren de corazón.

Seguramente, hay muchas cosas de las que tendríamos que hablar. Hoy tengo un millón de preguntas. Pero son sólo eso, por qués incómodos, ningún reproche, no me siento con la autoridad de reprocharte nada, sólo tengo ganas de abrazarte, de agradecerte por tanto, de molestarte por gordo, por tragón, por las orejas de gorila y por dejarte utilizar por tanta gente que hoy veo que no entienden el valor de la lealtad. Estoy seguro de que sí te quieren, pero no lo suficiente como para respetar tu memoria porque pocos logran amar de la manera tan abnegada y transparente como siempre tú lo hiciste. El dinero corrompe, por eso yo no tengo dinero, hijo, yo se lo doy a los que lo necesitan, me decías cada vez que hablamos de esas personas que tanto querías, pero que tanto te defraudaron, una vez tras otra. Siempre perdonaste.

Perdóname si me faltaron te amos, abrazos y gracias. Perdóname si alguna vez dije algo que te hizo sentir incómodo. Perdóname por nunca aprender ni a jugar al fútbol o al básquet, ni a apreciar las disputas deportivas. Sé que te hubiera encantado que viera contigo los partidos del América y de los Texas Longhorns, pero es que siempre he pensando que ponerse en frente de una pantalla a ver unos tipos detrás de una pelota es perder tiempo.  Yo pierdo tiempo de otras maneras. Perdóname también por no haberte obligado a ejercitarte, a comer sano, a cuidarte, porque el amor es eso, es protección, es autoridad y es incómodo, pero es amor.

Por mi lado, no tengo nada que perdonarte, sólo tengo mucho por escribirte, por agradecerte, por recordarte. No te preocupes por lo que estás viendo, todo se va a solucionar, todos vamos a salir adelante y el amor desinteresado, la honestidad y la inmensa paciencia que siempre tuviste serán los pilares de mis decisiones. Como me enseñaste.

Te amo, viejo, buen viaje y, ya sabes, no me traigas nada, no espero lo que viene en tus maletas, te espero siempre a ti. “Ya tu sabes”.

 

Giovanni Acevedo