Cuando decidí regresar a Colombia y radicarme en Bogotá, lo hice, entre otras cosas, porque mi jefe de entonces era una señora caderona con complejo de inferioridad y grandes limitaciones para comprender la innovación social en América Latina. Y porque el panorama para Bogotá pintaba bien. Por lo menos se sentía un aire de optimismo al llegar una mujer honesta y progresista a la Alcaldía.
Durante el gobierno del alcalde Peñalosa logré varios acercamientos con él y con uno de sus alcaldes locales. Mi propósito era desarrollar un proyecto que proponía convertir la Carrera Séptima entre la Calle 26 y la Plaza de Bolívar en la galería de arte urbano más grande de América Latina. El proyecto era ambicioso, pero con voluntad y compromiso poco a poco las dificultades se irían superando. Peñalosa me propuso crear mesas de trabajo con la Alcaldía y con los vecinos de la Séptima para comenzar a diseñar la agenda de trabajo. Esto me lo dijo mientras se zampaba un merengón en el Gimnasio Moderno.
Peñalosa dejó de responder mis mensajes por WhatsApp después de algunas semanas. Yo estaba en México cuando vi en las redes sociales de la Alcaldía una publicación que anunciaba un proyecto de arte urbano sobre la Carrera Séptima. Pues sí, Peñalosa quiso hacer el proyecto sin nosotros, sin los vecinos y sin los procesos que logran que este tipo de iniciativas tengan legitimidad, consiguiendo así sostenibilidad a largo plazo. La idea le salió mal.
Así que cuando ganó Claudia pensé: esta vieja puede ser un poco más sensible y comprometida con el trabajo comunitario y los proyectos de intervención de espacios públicos con vocación social. Y aterricé aquí con muchas expectativas, queriendo trabajar por Bogotá y por el Chocó, mis dos grandes amores. Llegó la pandemia y las prioridades cambiaron. Por supuesto.
Hoy recorrer Bogotá despierta preocupación. La capital colombiana parece ser una ciudad de nadie. Es preocupante ver cómo se están normalizando comportamientos negativos en el espacio publico. Si caminas la ciudad, no debes hacer mucho esfuerzo para encontrarte con ciudadanos en cualquier medio de transporte infringiendo las normas de transito, transitando de manera irresponsable, tirando basura, colándose en TransMilenio, robando en los semáforos y corres el riesgo de ser apuñalado por tu celular o hasta perder la vida por tu bicicleta.
Y como si fuera poco, los huecos de esta ciudad son tan solo una muestra de la crisis a la que nos enfrentamos. Lejos estamos hoy de ser la Silicon Valley de América Latina como lo pronosticó Andrés Oppenheimer en su libro Crear o morir, en el que también asegura que, para que una ciudad realmente sea atractiva para la inversión, para los innovadores y para los emprendedores; debe desarrollarse integralmente desde el espacio publico.
Hoy, con los indicadores de inseguridad, ocupación laboral, eficiencia del transporte público, servicios y oportunidades que ofrece Bogotá, estamos en el hueco, lejos de atraer mentes brillantes con ideas asombrosas, lejos de ser la gran ciudad repleta de oportunidades, lejos de ser la Bogotá sexy de la que estoy enamorado.
Giovanni Acevedo