El senador tiene piel de lagarto. Nada lo debilita. Ha librado tantas batallas durante años de carrera pública que esta, la batalla contra la muerte no podría ser la primera que logre derrumbarlo así que tomó el sobre que su medico le pidió abrir con calma, y lo leyó solo para él como el que lee una noticia en el diario, sin dársele nada, sin pestañar, sin demostrar debilidad alguna. El Senador es médico así que se tomó el tiempo de analizar los resultados que venían en un sobre blanco impresos en unas cinco hojas dobladas en tres fragmentos como cualquier carta de correo.

¿Me voy a morir en cuánto tiempo? -Le preguntó al doctor y el doctor asintió con la cabeza, y dejó escapar de sus labios tímidamente- dos años senador, eso es lo que calculamos le queda de vida.   -respondió el doctor como antesala de un silencio absoluto, perpetuo-.

¿No hay nada que se pueda hacer verdad? No senador, el tumor cerebral es inoperable -le respondió el doctor mientras se frotaba las manos, como ansioso, como temeroso-.  Todo lo contrario, a la actitud del senador quien siempre se mostró tranquilo.

Lo único que podemos hacer es paliar los síntomas y mejorar su calidad de vida. Le recetaré unos medicamentos para el dolor y las convulsiones. Pero debe saber que el tumor va a afectar su memoria, su personalidad, su juicio. Va a tener cambios de humor, alucinaciones, delirios. Va a perder el control de sí mismo -le explicó el doctor mientras el senador se enfrentaba a cientos de recuerdos todos de su carrera política. Como por una ametralladora su cabeza fue atacada por una ráfaga sostenida de pequeños fragmentos de su vida, en los que debió enfrentarse a retos que parecían imposibles de conquistar pero que siempre logró vencer-.

Gracias por su honestidad, doctor -dijo el senador con una sonrisa falsa-. Se levantó de la silla y se dirigió a la puerta. Antes de salir, se volvió hacia el doctor y le dijo; por favor, esto en secreto. No quiero que nadie se entere de mi condición. Ni siquiera mi familia o mi partido y menos mis contradictores. Es un asunto personal y privado que no debe por ningún motivo afectar al gobierno ni al país. -Se fue-. Caminó por el pasillo hasta llegar a su carro blindado. Le pidió a su jefe de seguridad que lo dejaran solo por unos minutos. Dentro del carro y aislado del exterior por el blindaje nivel 7 gritó como cuando a un niño le quitan su juguete. Lo hizo por casi dos minutos.

Las cinco camionetas y las cinco motos que conforman su esquema de seguridad tomaron camino hacia la Casa de Nariño mientras el senador le pedía al presidente veinte minutos de su agenda para tratar un asunto importante.

El presidente lo recibió en su despacho con una sonrisa cordial y un abrazo efusivo. El senador le devolvió el gesto con hipocresía y falsedad. No le caía bien el presidente. Lo consideraba un mediocre. Siempre fue su contradictor en el Congreso y siempre participó en gobiernos ideológicamente opuestos a los del presidente, pero sabía fingir muy bien. Se había ganado su confianza y respeto en las últimas elecciones presidenciales. Se puede decir que el senador fue uno de los principales promotores y zorro político responsable de lograr la victoria del primer presidente de izquierda en un país culturalmente conservador pero que en ejercicio es liberal.