Sobre esta superficie lisa y que se extiende bajo tu mano, a lo largo de la longitud de tu brazo, hay una figura compuesta. Es decir, una figura hecha de varias otras. En este caso, el objeto que describo para ti tiene dos figuras básicas: el cubo y la esfera. Ambas provienen de versiones más sencillas; el círculo y el cuadrado. Recuerda que a la hora de dormir primero te sientas al borde de tu cama. Mamá Isidora te entregaba un pantalón y una camisa de pijama. Luego de deshacerte de la camiseta que usaste durante el día tomas la camisa para dormir y la desdoblas; encuentras ambas aberturas que luego sincronizas y levantas los brazos para meterlos en las mangas y meter la cabeza. Ella sabía que solo tenía un par de segundos para aprovecharse de tu torpeza. Mientras tu cabeza pasaba por la camisa, ella, con sus manos siempre heladas, dibujaba un círculo sobre tu ombligo. Luego te retorcías de risa, como siempre, y ese círculo se deshacía mientras te apretabas el vientre con ambas manos.
El cuadrado es una figura que parece una estrella, solo que este no tiene cinco o seis puntas, como la que colgaba de un hilo desde la puerta de mamá Isidora todos los diciembres. El cuadrado es una estrella de apenas cuatro puntas. El cuadrado grande, liso y plano donde solemos comer todos los días también lo es. Eso quiere decir que tú siempre has comido en el cielo y te has sentado a estrellas de cuatro puntas toda tu vida. Claro, David, las sillas también son estrellas de cuatro puntas; los bordes de los cuadros y las paredes también lo son. Tantas estrellas cercanas son una constelación. Vives en una constelación con varias puntas y varios bordes rectilíneos, unos más cortos que tu brazo y otros mucho más largos. Cuando yo no estoy, las esquinas y los trazos de las estrellas te llevan de la mano para que no tropieces con los juguetes que dejas tirados por el suelo.
A tres pasos sobre tu lado izquierdo hay una caja. Agáchate y tómala. Tiene seis estrellas de cuatro puntas cada una. Hay constelaciones muy grandes, como nuestra casa; y las hay también muy pequeñas, como esa caja. Cuando las estrellas se han organizado de tal manera y queda un espacio vacío en el centro nace una constelación que llamamos el cubo. Esa es nuestra primera figura.
Recuerda la figura que tienes sobre tu mano derecha. Al tacto es muy parecida a la porosidad que cubre el coral muerto que guardas bajo la cama y que recogiste con mamá Isidora cuando viajaste al mar y ella compró una balaca que descendía en líneas curvas sobre su cráneo. Si cubres la parte superior de la figura con tu otra mano sentirás que su forma es muy distinta al cubo. Estas líneas son curvas y descienden hasta encontrarse con el cubo más abajo. Tú tienes balones, pelotas y globos en tu cuarto. A esa figura se le llama esfera. Pero una esfera no lo ha sido siempre. Recuerda los círculos sobre tu ombligo. Bueno, pues allí nace su geometría. De la misma manera que los niños crecen hasta ser hombres, así también crecen los círculos hasta ser esferas.
Siente lo que hay por debajo. Hay un agujero grande; y si acomodas tus dedos pulgar, índice y del corazón hacia este lado, vas a encontrar dos agujeros circulares. Acomódalos allí. Así. Ahora toma tu pulgar y, justo en medio de los dos agujeros circulares más pequeños hay uno todavía más reducido. Tienes razón, este no tiene forma circular, u esférica o cuadrada y tampoco cúbica. Tiene la forma de una lágrima grande y larga, como la nariz de mamá Isidora. Coloca tu pulgar allí. Ahora que sabes dónde están ubicados puedes alejar los dedos de los dos agujeros circulares superiores. Tu pulgar también. Hace muchos años esta esfera era un círculo que se fue llenando con el aire que entró por los orificios que te he mostrado. Ahora ya es una esfera completamente inflada que se quedó clavada en el tiempo. Ya no guarda aire en su interior, ya no respira porque ya no vive. No quisiera confundirte con esta afirmación. No todas las esferas están vivas, solo algunas. Recuerda cuando yo te acaricio el entrecejo y revoloteo los dedos detrás de tu cuello. Recuerda cuando acariciabas la frente de mamá Isidora y pasabas tus manos sobre su cabello antes de que se quedara dormida y recuerda que bajabas tus manos por sus mejillas y con tus labios le soplabas las orejas y ella sonreía. Recuerda su respiración pesada con los ojos a medio cerrar. Podías escuchar los lados de su frente. Un pájaro golpeando con su pico una ventana. A ese sonido le llamamos pulso. Las esferas que viven tienen pulso. Si te acercas a tus balones no escucharás nada. Si te acercas a nuestra esfera su pulso ya ha muerto.
Estoy tomando la punta de tu dedo índice derecho y lo paso por debajo del orificio que parece una gota grande y gruesa; uno de los puntos por donde se encuentra la esfera con el cubo. No es un cubo perfecto, pero sí es lo más cercano a lo que quisiera describirte. Acerca tu mano izquierda a tu boca y estira tu dedo índice. Toca tus dientes húmedos de saliva y cubiertos de esmalte. Son pedacitos de vidrio clavados entre la greda. Pasa tu índice derecho por acá, justo por debajo de donde tenías el pulgar. Son como tus pedacitos de vidrio, pero sin saliva y sin esmalte. Se asemejan más al coral muerto que recogiste cuando fuiste al mar con mamá Isidora y que ahora guardas bajo tu cama.
Luego de tan extensa explicación acerca de la geometría has entendido que esta figura compuesta está formada por dos figuras distintas. Miro un cuadro, una estrella sobre las paredes estrelladas de la casa y me viene a la memoria el San Jerónimo en meditación de Caravaggio. Te ves como el joven de Frans Hals sosteniendo las vanidades sobre su mano. Quisiera hacerte ahora una pregunta, David. Si pudieras adivinar el nombre de esta naturaleza muerta que sostienes, ¿qué nombre le darías?