Para Sahil Shah no es difícil encontrar los hilos que necesitan las mujeres que tejen en la casa de las hilanderas, aun cuando no hay hebra alguna en todo su pueblo. Siempre que se le dice: “Sahil, ve por más hilos”, el muchacho toma un cuenco de barro, sale corriendo por la puerta que da al río y trotando calle abajo se encuentra con el agua. Sin que nadie lo vea, Sahil se adentra en un río baboso todo cubierto de hojas secas, barro, agua y telarañas para recoger los hilos que necesitan las señoras para poder trabajar.
Algunos lectores desprevenidos se deben imaginar que Sahil arrancha los hilos de las telarañas. Pero esto no es así. Él recurre a los árboles fantasmas de Sindh, unos troncos negros y grandes que se han quedado sin hojas desde que las arañas han hecho allí sus casas. Son tantas y tan grandes las telarañas que ahora estos fantasmas vegetales parecen más algodones de azúcar que esperan la mano grande de algún gigante. El único humano que se aventura a sacarle provecho a semejantes copos telarañosos es Sahil Shah. Las arañas le han tomado mucho aprecio porque un día, el niño se acercó a uno de los árboles con cierta vergüenza y dijo a las arañas que las hilanderas necesitaban hilo para coser y tejer pero no había un solo gusanos de seda, no había lana y no había fibras en los árboles porque todo se había ahogado luego de una inundación: “solo quedan las arañas y no quiero arrancarlas de sus telarañas porque sería el fin de todos los hilos, no quiero destruir la casa de nadie porque yo ya perdí la mía y entiendo el mal que eso traería a cualquiera de ustedes. Por eso les suplico me enseñen a tejer hilos para que las hilanderas puedan tejer mantas y sacos para que así mi gente no muera de frío durante este invierno”.
Muy atentas a las súplicas de Sahil, las arañas resolvieron adentrarse en el corazón de sus árboles fantasmas para pensar cómo podían enseñarle al pobre de Sahil a recoger hilos sin ser una oveja, o una araña, o una cabra, o un árbol. Sahil se recostó sobre el árbol y esperó allí varias horas a que saliera la primera araña de entre los hilos: “te daremos un secreto para sacar hilos con la única condición de que no le digas a nadie. De lo contrario, lo sabremos inmediatamente. El viento es amigo nuestro y nos dice todo. Si traicionas tu silencio te convertirás en un árbol fantasma, te rodearemos de telarañas y tus ramas tiesas de madera nunca podrán recoger hilos. Habrás condenado a tu pueblo a morir de frío”.
Sahil entendió y muy atento escuchó lo que le dirían las arañas: “debes bajar de tu casa con un cuenco de barro. Cuando el sol esté proyectando el reflejo de todos los árboles sobre el rio, con tu cuenco recogerás el reflejo de las telarañas sobre el agua y con mucha paciencia te sentarás en la orilla a sacar cada uno de los hilos que hayan quedado dentro”.
Así lo ha hecho Sahil con juicio y prudencia desde entonces. Inyecta la mano en el agua helada con el consuelo de saber que con los hilos alguien sentirá menos frío durante el invierno.