Dos hombres ingresan en pijama al apartamento de uno de sus vecinos una mañana de domingo. Los acompaña un policía. El vecino está tendido sobre el suelo, dormido. Hay vidrios, astillas, trozos de madera y agua regados por toda la habitación. El oficial traía zapatos limpios e insignias y una pistola brilladas. Su uniforme estaba limpio. Su bigote era simétrico y estaba untado de algún cosmético que lo hacía brillar tanto como sus medallas y su arma. La camisilla bajo el uniforme estaba rota en las axilas y tenía el cuello roído por el uso. Las medias y la ropa interior estaban percudidas.
-Cuando todo ocurrió yo estaba en la sala leyendo un libro. Pude escuchar todo su recorrido desde arriba, porque mi apartamento está justo encima del suyo. Solo quisiera limitarme a decir algo sencillo y sin más demora: él rompió la mesa. La noche anterior, con la luz prendida, se acercó a la cocina y llenó una jarra con agua y luego se acercó a la alcoba y la colocó junto al vaso de vidrio que había dejado allí desde la noche anterior. Luego dio tres pasos y se subió a la cama para entrar en las cobijas. Esa noche hacía frío. En horas de la madrugada se levantó y de un manotazo golpeó la jarra. Con un segundo manotazo golpeó el vaso. Ambos cayeron al suelo y se rompieron contra la baldosa. Después de semejante estruendo él se levantó de un salto y, sin prender la luz de la alcoba, se paró en el piso para mirar qué había ocurrido segundos antes.
Sintió gruesos trozos de vidrio atravesarle la planta de los pies. El dolor era agudo, y como si se tratara de un bicho corriéndole alrededor de los tobillos, dio un par de brincos sobre el vidrio roto que siguió cortándole la piel. En medio del movimiento su mano derecha tuvo el infortunio de rozar la madera del orillo de la mesa. Sin más remedio, su atención se dirigió allí y apoyó ambas manos sobre la superficie y luego buscó sentarse sobre ella. La mesa no aguantó. En menos de tres segundos la madera cedió a su peso. Tan mala suerte tuvo que varias astillas atravesaron la ropa de dormir y se clavaron por centenares en su piel. No hubo cortes mortales. Al caer sobre el suelo astillado de vidrio y desportillado de madera, su espalda baja, glúteos y nalgas terminaron por rayar los vidrios contra la baldosa.
-Sí, él se cayó sobre la mesa, pero lo que no estamos teniendo en cuenta es que también estaba muy borracho. Si hubiera tenido suficiente dominio de sí, se le habría ocurrido prender la luz del cuarto antes de pararse descalzo sobre el piso. No es la primera vez que él utiliza esa mesa. Que la utilice para poner una jarra con agua y un vaso en vez de un televisor ya da a entender que él sí conoce el volumen, peso y resistencia de la mesa. A nadie en su juicio se le habría ocurrido sentarse sobre esa tablilla tan reducida y endeble.
Cuando salió de la casa de José Luis ya había tomado bastante. En un momento dado decidió ingresar a una tienda cerca de su apartamento donde compró más cerveza. Tomó las cuatro latas que le entregó el tendero, las metió en una bolsa plástica y subió caminando lentamente y tambaleándose por la acera derecha hacia su apartamento. Entró por la puerta del edificio con cierta dificultad. Traía la cabeza gacha y donde ponía la mirada ponía un pie y luego el otro. A sabiendas de que el edificio no cuenta con ascensor, tuvo que subir cuatro pisos.
-Pero entonces yo agrego la siguiente consideración: él supo comprar más cerveza, supo llegar al edificio donde vive, pudo sacar las llaves de seguridad, abrir la puerta del edificio y entrar. Además, luego de verificar las cámaras de seguridad, pude constatar que, para su cuidado, subía lentamente peldaño por peldaño y se recostaba ocasionalmente contra la pared, no contra la baranda, que habría sido más peligroso. Él sabía muy bien por dónde caminada. Era consciente, tanto que es difícil imaginarlo rompiendo una mesa y lanzando una jarra llena de agua contra el suelo sin tener la intención de hacerlo.
-Sigo creyendo que él fue víctima de una noche de copas. Demoró mucho tiempo en subir los cuatro pisos. Los tragos seguramente ya habían hecho estrago en su cabeza, y para cuando llegó a la puerta de su apartamento le fue muy difícil encontrar las llaves –también revisé las cámaras- y además dejó caer la bolsa donde llevaba las cuatro latas de cerveza. Fue entonces que me levanté, porque yo vivo justo al lado. Pude darme cuenta, por lo que oí, que luego de mucho intentar –no sabría decir cuánto tiempo demoró- encontró las llaves y forcejeó con la chapa durante varios minutos. Tuve que levantarme, colocarme una bata y un par de pantuflas, para ayudarle. Tan pronto abrí la puerta había logrado insertar la llave y girar la chapa y cerrar de un golpe. Delante de mí vi las latas junto con la bolsa. Las recogí y las guardé en mi cocina. Volví a la cama y al cabo de un rato escuché el estruendo. Creo que no hay nada más que decir.
-Insisto. ¿Y la ventana estaba abierta o cerrada cuando él entró? Porque esta mañana, desde mi apartamento, la vi abierta, pero no sé si estaba así desde la noche anterior, y si estaba cerrada tampoco podría asegurar que fue él quien la abrió. Por esa ventana cabe fácilmente una persona, y puesto que el cuarto piso colinda con una loma, tal vez alguien pudo saltar de la colina a la ventana sin hacer mucho ruido. La distancia entre la una y la otra la puede saltar un hombre joven sin problema.
-Difícil saber a qué hora se abrió la ventana. De todas maneras hay cámaras alrededor del edificio y un sistema de sensores que prevén ese tipo de actividades delincuenciales. Habría sonado la alarma.
– Sí, pero esos sensores no están prendidos todo el día. Solamente desde las 10 de la noche, cuando ya no hay más rondas de guardia.
-De igual manera las cámaras sí están activas las 24 horas. Allí no apareció nada.
El policía se acercó a ambos hombres.
-Yo creo que para el momento en el que entró al apartamento ya había alguien dentro. Ambos estaban despiertos cuando él entró al apartamento, ¿usted cómo sabía que había dejado un vaso vacío la noche anterior? Usted estaba muy atento al número de pasos que él dio antes de subirse a la cama, no tanto de la lectura que dice usted hacía a esa hora. Menudo oído el que usted tiene. Si estaba tan enfocado en sus pies seguramente se escondió debajo de la cama. Usted habla muy bien de cómo se levantó de la cama y manoteó en la oscuridad. ¿Y para qué?
-A mí también me parece extraño que mi vecino sepa tan bien su recorrido. La manera como describe sus pasos en el primer piso, cuando subió por el andén derecho o cuando compró las latas no corresponde a una filmación de seguridad. Parece ser que él andaba detrás de él, ¿cómo explica usted esa precisión?
-Hombre, oficial, yo sé que él estuvo allí porque él siempre hace eso los sábados. José Luis es un viejo conocido de ambos. Ese ha sido siempre su recorrido porque en algunas ocasiones José Luis lo acompaña hasta su apartamento. Él me cuenta esos pormenores. Y, ¿esta vez lo acompañó?
-No, las cámaras de la entrada lo vieron llegar solo.
-Lo pudo haber acompañado hasta un punto determinado… Su cuerpo cayó sobre la mesa, no sabemos si fue él quien intencionalmente se arrojó contra ella. Bien pudo ser alguien que lo empujó. Él vive solo, así que tuvo que ser alguien que entró a su apartamento. Ustedes dos dicen que lo oyeron entrar a la cocina, que lo oyeron dejar caer las latas, que lo oyeron dar tres pasos antes de subir a la cama. Yo creo que todo lo vieron ustedes dos. Creo que ustedes estaban dentro del apartamento cuando él llegó.
-Eso es falso. Yo no tengo las llaves de seguridad de su apartamento. A esa hora dormía, hasta que él dejó caer la bolsa.
-Yo tampoco soy culpable de nada. No tengo las llaves de esa chapa.
-¿Y no tendrá cada uno una llave diferente, entonces?
-Imposible, él nunca deja las llaves de la chapa de abajo con nadie. Las llaves de seguridad siempre las lleva consigo. Además, de haberlo seguido también tuve que haber aparecido en el video de seguridad y no estoy allí. Solo aparezco cuando le ayudo a levantar la bolsa.
-No tenía que entrar a esa hora tampoco, le pudo haber avisado a su vecino que él ya estaba en camino con una llamada a su celular. Por lo de la bolsa, es muy difícil asegurar que fue usted o si fue el inquilino del apartamento inmediatamente adyacente al suyo quien levantó la bolsa. Por otro lado, las cámaras no muestran que usted haya salido de su apartamento y que haya entrado al de su vecino de abajo, por lo que se me ocurre que a lo mejor usted ingresó al apartamento saltando desde la loma hasta la ventana. El marco de la ventana es lo suficientemente ancho como para sostenerle los pies sin que caiga al vacío. Como usted dice, el cinturón de seguridad se enciende a las diez de la noche, luego de la última guardia. Tuvo un par de minutos para pasar de su ventana a la colina adyacente y de allí a la ventana de su vecino que seguramente estaba ligeramente abierta por descuido. Usted pudo haber entrado horas después, como de hecho lo hizo, con varias bolsas para el desayuno. Además, conocen muy bien cómo y dónde guarda las llaves este señor. Me sigue pareciendo sospechoso que den tanta información y que insistan en no estar implicados.
-Conozco su itinerario porque me lo ha mencionado cuando nos encontramos ocasionalmente.
-¿Y para qué se lo confiaría si no necesita hacerlo? Alguno de ustedes dos entró por la ventana mientras el otro lo seguía desde la tienda de José Luis. Ambos están implicados.
-¿Y con qué pruebas? Lo suyo son meras conjeturas no son suficientes. Ahora usted se defiende con las pruebas porque sus argumentos y razones ya han caído. La prueba es que él va a despertar y va a hablar. Además, habrá huellas de otro zapatos de ese lado de la alcoba y habrá huellas, yo qué sé. Pero a todas estas. ¿Ustedes qué buscaban con lanzarlo contra la mesa?
-Mire, oficial. Usted no puede asumir que por contar el número de pasos de este señor entonces estuve bajo su cama.
-¿Cómo supo cuántos eran si no era viéndolos? Nadie escucha los pasos de nadie a través de las paredes a menos que sean pasos tremendamente pesados o a menos que él llevara zapatos lo suficientemente pesados. No veo cómo estas pantuflas se hacen audibles a varios metros de aquí. Además, usted dijo no haber estado debajo de la cama. No dijo que no hubiera entrado por la ventana, además con increparme que no hay pruebas fehacientes. Si ya estaba dentro del apartamento ¿Dónde se escondió? ¿En qué lugar del apartamento sí podía escuchar las pantuflas sobre el suelo? Y de nuevo ¿Cómo sabía usted que había un vaso vacío la noche anterior?
-Creo que ya sabemos quién entró aquí. ¿Qué quería, vecino? Aquí no hay mucho dinero, ni joyas, ni nada.
-Usted no es ningún inocente. Usted estuvo pendiente de su llegada.
-Pero yo no entré en su propiedad. Yo fui cómplice, pero quien ideó el plan fue usted.
-¿Qué querían de este hombre?
-La mesa rota.
-Sí, la mesa, rota.
-¿No era más fácil pedirla?
El oficial ya conocía las implicaciones y había logrado desenmascarar a los culpables. No le interesaron mucho los pormenores del caso, al final, se resolverían con el fiscal; así que se acercó a las astillas de madera en el suelo y no vio nada anormal. Los vidrios rotos estaban sobre el suelo, el agua aún goteaba del borde de las sábanas. Luego revisó los pedazos de madera más grandes y recogió un par y los acercó a sus ojos. Nada lo había preparado para ver semejante fortuna: en medio de la madera veía cientos de miles de filamentos dorados. Se arrodilló y colocó una de las placas de madera contra su pierna e intento con mucho esfuerzo separar ambas caras de la placa. En el medio había joyas, monedas y hojas de oro. Muchas hojas de oro. El hombre dormido comenzó a despertar de su resaca.