La
La cama
La cama sobre la casa
La cama sobre la casa frente
La cama sobre la casa frente al mar.
Desperté y la cama se encontraba en el techo de la casa. Si me movía ligeramente hacia la izquierda la cama oscilaba ligeramente hacia la izquierda. Si me movía ligeramente hacia la derecha la cama oscilaba ligeramente hacia la derecha. Recordé un viernes Santo de hace tres años cuando un ventilador de techo me golpeó la cabeza y me llevó al hospital. Perdí casi un litro de sangre esa noche. Justo después del golpe sentí la sangre caliente extendiéndose sobre un costado de mi cabeza. Cuando era niño temíamos entrar al baño del colegio cuando no había nadie porque al fondo había un guante de caucho. Era la mano negra que esperaba agarrarnos del cabello y no dejarnos salir jamás de las profundidades de los inodoros. Cuando golpeé mi cabeza la mano negra pareció salir de entre la carne cortada para matarme. Pero no lo logró. Me detuve un segundo ante un escenario que aún no imaginaba. Me senté en calma sobre la cama y esperé a que la sangre fuera cubriendo mis ojos para cerciorarme que aún podía ver. Oí los gritos de mi novio y supe que aún podía escuchar. Me toqué los dedos y los acerqué a mis labios. Probé la sangre de la mano negra que crepitaba bajo mi cabello. Respiré hondo y se hinchó mi estómago. El corazón no latió más fuerte, mi tensión no subió. Pude conservar mi sangre.
Pero ahora me pregunto cómo conservaré el balance sobre esta cama a tantos metros del suelo. El mar me mira desde lejos preguntándose cómo llegué allí. Qué abanico de gaviotas se lanzó desde el mirador of the First Baptist Church para levantarme en medio de los sueños y colgarme sobre el tejado, más vulnerable que nunca, pero más cerca de Dios y sin recibir su gracia. Cualquier movimiento en falso podría llevarme al suelo. Qué fuerza sobrenatural es capaz de dispararme sobre el tejado de mi casa. Veo los árboles del fruto de pan tocando las ventanas. Avisan que estoy más allá de los treinta peldaños que llevan a la puerta principal y más arriba del nivel del comedor, la sala y la cocina, subiendo los veinte peldaños al segundo piso, donde se ubican los cuartos para cocer y dormir de Aunty Tania Archbald y su colección de conchas de la Cueva de Morgan que cuelgan del balcón de barandas francesas que alcanzo a ver desde el techo que cubre el ático.
Hay alguien en la casa. Se prendió una grabadora y oigo una canción de los Orange Hill. Será Aunty Archibald o el fantasma que me levantó sin yo darme cuenta. No quiero gritar. No. Temo el segundo escenario. En caso de que fuera el primero tampoco habría mucho qué hacer. En algún momento Aunty se dará cuenta de mi ausencia y preguntará al vacío de la casa. Le hablará al fantasma que la mira desde el tocador pero que ella no ve: ‘Where are you? You’ ‘Im up here, Aunty! God put me here to protect you because he cannot take care of you anymore. Now, I do not know how to come down from the roof!’ ‘Don’t be silly! Baja de allá pealo, my goodness!’
Pero nadie pregunta por mí. La música sigue sonando. Hay negros caminando sobre el andén frente a mi casa. Pero nadie parece percatarse de la cama sobre el techo. Yo no digo nada, no grito. Si mi pecho se agranda tal vez pierda el balance, la fuerza, la calma con la que recibí la sangre que caía a borbotones sobre mis manos. Tal vez la sangre ahora está fría, prendida de los bordes de mis venas para no dejarse llevar por la gravedad del suelo. La música sigue sonando abajo y no oigo a nadie. Se acabó la música. Me pregunto si alguna vez podré bajar de acá. La cama cruje con las tejas de vez en cuando. Levanto la vista para alcanzar a ver parte del pórtico. Espero a que salga Aunty. Pero no sale nadie. No hay pasos, no se mueven muebles. Suena la música de nuevo. Parece que la brisa suena las conchas del balcón, pero hoy no hay brisa. La canción del adhan suena desde el minarete de la mezquita y anuncia las cinco de la tarde. Como soy oscuro ya nadie me va a encontrar. Tal vez solo vean la cama, la tumben, y me dejen aquí arriba esperando para siempre. Recuesto mi cabeza sobre la almohada con cuidado y cierro los ojos. No quiero hacerle ruido a las manos negras que nadan como medusas entre el silencio de las habitaciones y que mecen las conchas del mar.