Tu aire de héroe perfumado sube por tu cuello, redondea tu barbilla, entra a tu nariz y te enciende los ojos de colores. A veces soy yo quien debe colocar películas de piel viva sobre la degradación de tus heridas para que puedas vivir. El aire es tóxico y tus palabras, a veces, también. Una infección solo muta la gangrena. Te ennegreces y tus colores se vuelven pálidos, macilentos. La luz de tu cuerpo se reduce en espacio y tu alma, ansiosa, se torna contra ti, agorafóbica. Las escamas de hombre grande que brillan cuando las gotas de lluvia las atraviesa el sol se astillan; y del perfil de sus ángulos rectos parece emanar el final rojo y naranja de la tarde, antesala de la noche ennegrecida en tu silencio. Adentro, te espera el último botón de luz que ahora solo alumbra el pelambre ansioso que se torna contra ti.

Hacia dónde miran tus ojos entonces, si la brocha que hoy te coloreó la boca es demasiado gruesa y ocultó la verdad de tu dolor tras tus palabras traperas. Hacia dónde viran tus estrellas cuando solo existe un aire de héroe perfumado que parece limpiarte la piel del cuello, alivianando el peso de tus astillas. Hacia dónde viran tus estrellas si ellas no huelen. Miran. ¿Hacia dónde ven las estrellas cuando miran si solo miran lo que tus ojos ven? La sombra de mi mano casi se extingue bajo el peso de esa noche. Palmo a palmo busco cubrir tu cuerpo con escamas nuevas. Hay trazos de astillas que han quedado sobre la arena que aun iluminan. Pero no me alcanza ni la piel, ni mi piel, ni las astillas que aun sangran vida para curarte y cubrirte de ti.

Apenas mis manos de fantasma conocen el peso del dolor se refugian tras la espalda. No hay mano que, en su intención por llegar al otro no se extravíe, no se entorpezca y tropiece equivocadamente, hiriendo la bestia. Algunas noches te duele a ti, algunas madrugadas el herido soy yo.

Qué van a ver nuestros ojos tan ciegamente iluminados si solo enfocan el solaz del propio juicio. Qué van a ver tus ojos si no tus propios juicios; que van a ver mis ojos si no tus ojos sobre los juicios míos. Las luciérnagas quedan a la espera, inmersas en su propio ruido, su propia luz exigua frente al innegable avance de la luz del día que enarbola de fragancias y colores vivos nuestros juicios de todos los días. Quisiera vivir en un eterno limbo, cuando la luz aún no aclara, cuando con un solo tono de su brillo, la oscuridad esclarece en virtud de la luz que en las noches la acompaña. Cuando la verdad destila desde las bocas abiertas de las flores noctámbulas de onagra. No hay colores, no hay perfumes. La desnudez del cuello se le antoja a la mirada y el velo que antes cubría los ojos ahora mira sobre la espalda los agujeros de sus heridas, mira mis manos de fantasma, mis extravíos cansados de colocar fibras de piel viva sobre el dolor de tus escamas.