Las comunidades deben aprender a transformarse. Es imperante entablar sociedades capaces de reencontrarse de nuevo con el entorno y poder preservar así, los servicios que este nos brinda. Debemos dejar la involución retrograda a un lado y más bien evolucionar como seres sabios e inteligentes capaces de actuar sustentablemente, para que este cambio se vea reflejado en un una toma de conciencia colectiva basada en el uso racional de todos los recursos del planeta.
Resulta sumamente importante plantearnos un nuevo estado holístico entre la naturaleza y el hombre, pues las consecuencias de nuestro “superdesarrollo” deben reinterpretarse mediante nuevos estilos de vida basados en una cultura ecológica y más amigable para con las ciudades, el clima, los bosques y el resto de seres vivos. A estas alturas del partido, es necesario que nos adaptemos a las nuevas condiciones que ofrecerá la Tierra y eso solo lo lograremos si somos capaces de alejarnos de ese estado primitivo en el que nos ocultamos. Exterioricemos la nobleza del ser humano, la cual (por favor no olvide), radica en la naturaleza.
Esa adaptación que necesitamos, debemos ejecutarla lo antes posible ya que existe una base científica importante que nos demuestra que nuestra reacción tardía, condenaría audazmente la existencia actual y futura de la Tierra, pues estamos retando al planeta a infinitas crisis y presiones de una magnitud considerable y una variabilidad inmensa.
A menudo pienso en el futuro y me pregunto cómo serán las cosas. Enseguida recuerdo las recientes palabras del artista Alejandro Sanz, cuando en una entrevista manifestó lo siguiente: “se me caería la cara de vergüenza si quedáramos como una generación que no ha hecho nada por el planeta”… Si eso llegase a ocurrir (que espero profundamente que no ocurra), será simplemente por nuestra incapacidad de no ver a la naturaleza como una parte fundamental de nosotros, sino más bien como una mercancía o inclusive, como un obstáculo.
Por esta razón, la primera tarea que debemos realizar TODOS es la reconciliación con la naturaleza, pues todas las respuestas podemos encontrarlas en ella (para muestra, la biomímesis). Dentro de la reconciliación, está el amor que podamos llegar a sentir por todo lo que pertenece a Gaia: bosques, ríos, seres vivos, energía… A este punto quisiera traer a colación las palabras de George Schaller, un reconocido biólogo y naturalista cuando expresa que “sin valores morales, la conservación ambiental no se sustenta”, y permítame decirle que tiene toda la razón.
El amor real siempre se orienta hacia otro ser y ese amor a la naturaleza, nace de la inspiración de ver al entorno como parte de uno mismo y a partir de allí, nace un valor intrínseco de energía que moviliza acciones positivas para mejorar esta Tierra devastada y maltrecha por tantas guerras, egoísmos y amenazas.
Humberto Maturana, es considerado como uno de los mayores exponentes de la biología contemporánea y logro mostrar en sus estudios sobre la “autopoiesis”, es decir, sobre la auto-organización de la materia de la cual resulta la vida, cómo el amor surge desde dentro del proceso evolutivo. En la naturaleza se verifican dos tipos de conexiones (él las llama acoplamientos) de los seres con el medio y entre sí: una necesaria, ligada a la propia subsistencia, y otra espontánea, vinculada a relaciones gratuitas por afinidades electivas y por puro placer, en el fluir del propio vivir. (Leonardo Boff)
Amemos la naturaleza. La reconciliación y el amor, son dos de las fuerzas más universales que existen, y de los cuales provenimos todos los seres. La reconciliación es encuentro, perdón y movimiento. El amor es una fuerza de atracción, unión y transformación.
¿Y usted, se siente parte de la naturaleza?
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