Marco es un abogado de 37 años. Su rutina es la siguiente: se despierta muy temprano para ir a su puesto de trabajo, no le da tiempo ni siquiera de desayunar en casa con su esposa e hijos. Prende el auto y sale rumbo a su oficina. Mientras está en el consabido “trancón”, observa a través del vidrio de su vehículo los pocos árboles que quedan en su ciudad –debido a la altísima contaminación y proceso de urbanización-. Vuelve a mirar hacia el camino y sigue adelante, poco a poco mientras los autos se van moviendo. Llega a la oficina y el ajetreo del trabajo lo recibe. Así pasa prácticamente su día. Llega la hora de salida. Vuelve a tomar su auto y arranca rumbo a su hogar, pero se encuentra de nuevo el trancón. Esta vez peor que el de esta mañana, porque hay un choque y una protesta de trabajadores de una empresa en quiebra muy cerca de la avenida donde él está transitando. Con la paciencia que le caracteriza, respira profundo y trata de pasar ese rato calmado. Tres horas después, llega a su hogar en las afueras de la ciudad. Sus hijos ya están dormidos. Su esposa lo espera.
¿Quién no se siente identificado con el relato de Marco? Todos los ciudadanos que vivimos en zonas urbanas, somos testigos y víctimas de este “crimen”. El uso del vehículo particular -y otros factores más- han desencadenado una serie de problemas irreversibles en la sociedad actual, pues ¿a quien no le gustaría dejar el auto en casa y salir caminando hasta su destino?, ¿poder utilizar un eficiente sistema de transporte público que garantice la seguridad del pasajero?, ¿tener espacios públicos orientados al uso de las bicicletas?, entre otros.
Desde hace mucho tiempo en innumerables informes y conferencias, se viene hablando de la importancia que tiene para la tan necesitada sostenibilidad del planeta, el hecho de renovar nuestro actual modo de vida y reinterpretar nuestro actual modelo de desarrollo. Dentro de ese nuevo resurgir de ideas, criterios y acciones, la movilidad urbana entra a ser un punto clave en la formación de ciudades más sanas, más equitativas y con mayor resiliencia.
Hace unos días leía un artículo de un importante medio internacional y me topé con esta frase que comparto a continuación: “Nuestra historia de amor con los automóviles ha dado forma a nuestras ciudades y nuestras vidas, pero finamente nos hemos dado cuenta que las necesidades de la gente, son aún más importantes para consolidar una metrópolis madura”.
Y es que hacer que nuestras ciudades sean más habitables y sostenible, es lograr tener éxito en áreas como adaptación y mitigación del cambio climático, reducción de la pobreza y desigualdades sociales, entre otros. Las ciudades tienen que ser acondicionadas para que las personas que viven allí, sientan que fueron hechas especialmente para ellas. Las ciudades de hoy, deben ser reinterpretadas y ajustadas al movimiento social y ecológico.
Esto por supuesto, supone un tremendo reto para la humanidad pues el crecimiento poblacional es realmente crítico si tenemos en cuenta que cada 13 años añadiremos 1000 millones de habitantes a un planeta ya sobregirado -ecológicamente-. A partir de esta afirmación, traigo a colación las palabras del ingeniero George Amar (director del Régimen Autónomo de Transporte de Paris), el cual en un reciente evento sobre el desarrollo de las ciudades, acoto lo siguiente: “La movilidad está centrada en la persona. Un hombre con un par de zapatillas y un teléfono inteligente es el -símbolo- de esta perspectiva pues la movilidad se refiere a una nueva forma de vida para la gente. No significar ir rápido a un lugar, sino que el punto principal es no perder tiempo”.
La tecnología y la planificación urbana, juegan entonces un papel crítico ante el éxito de una ciudad del futuro, una caminable, una con mayor movilidad. Para George Amar, cada ciudad debe inventar su propia movilidad y cada una debe crear la manera de inspirar espacios “caminables”, en donde los ciudadanos cuenten con espacios e infraestructuras acordes para lograr esto.
Es así, como hace unos años nació el término “walkability” (caminabilidad) el cual ha sido utilizado para determinar qué tan amigable puede llegar a ser el hecho de caminar por cualquier espacio público de la ciudad. Fomentar un mayor nivel de caminabilidad es importante no sólo por los beneficios sociales en áreas como salud o medioambiente, sino que también genera un importante ingreso económico ya que mejora las condiciones de la ciudad para hacerla más amigable hacia el turismo y calidad de vida de las personas (distracción y uso del tiempo libre).
La caminabilidad de las ciudades es un reflejo del desarrollo sustentable, ya que la sustentabilidad de las áreas urbanas está íntimamente relacionado con la movilidad, las infraestructuras y en general, con la calidad de vida de sus ciudadanos. Recientemente leía un documento producido en Brasil, donde la autoras Barbara Bezerra y Scarlett Taipa, manifestaban lo siguiente “Hoy las calles están dominadas por los autos, pero otros factores agravan todavía más esta situación: acercas ineficientes, falta de señalización en las intersecciones para el cruce de peatones, falta de incentivo al uso de las bicicletas, entre otros”.
De igual forma, comparta una investigación realizada en la ciudad de São Carlos (Brasil), en donde entrevistaron a un 20% de los colegiales de la ciudad (desde educación preescolar hasta escolares) y ellos manifestaban que solo el 5% iba eventualmente a pie hasta el centro educativo. Algunas respuestas voluntarias del porque no ir a pie fueron las siguientes: “porque es más practico ir en auto”, “porque nadie va a pie”, “porque es peligroso cruzar la calle”, “porque tengo miedo de ser asaltado”, entre otros.
El reto que debemos afrontar en nuestras ciudades es inmenso, pero solo con innovación y convicción -individual y colectiva- podremos hacerlo realidad.
La interrogante que hay que hacer ahora es: ¿usted estaría dispuesto a dejar de usar el auto y caminar más?…