Muchas cosas han cambiado desde 1989 cuando la famosa revista Time, llevó a su portada como “personaje-planeta del año” a la Tierra en peligro. Innumerables efectos del calentamiento global y de la gravísima contaminación ambiental se han desarrollado en los últimos decenios, provocando alteraciones holísticas entre el sistema social y ambiental.
Recientemente leí una entrevista realizada a David Álvarez, un ingeniero español quien además gerencia una idea innovadora en materia de biodiversidad. El junto a otros colegas, puso en marcha una idea llamada “banco de hábitat o de conservación”, en la cual los créditos ambientales que estos “bancos” generen pueden ser adquiridos por empresas para compensar los daños causados al entorno. Estos mercados ambientales son instrumentos que pueden utilizarse como elemento de protección de la naturaleza y como fuente de financiación para su correcta conservación. El objetivo principal de estos mecanismos es el de crear incentivos para que las acciones favorables a la conservación del ambiente, generen una recompensa.
En dicha entrevista, Álvarez también indico lo siguiente: “a las empresas les favorece tener estos bancos de hábitat porque ya no tienen que buscar sitios nuevos donde actuar. Simplemente adquieren créditos ambientales que han generado por la mejora de algún ecosistema”. Desde esta perspectiva, se abre una interrogante muy amplia porque entonces si quien contamina paga, ¿quién protege la naturaleza debería cobrar?.
Y es que los ecosistemas naturales son la fuente de poder de las sociedades actuales y nuestra propia sobrevivencia depende de la resiliencia de la Tierra. Energía, materia, recursos naturales y más provienen de esa cadena de vida que experimentan nuestros ecosistemas -desde un pequeño e “insignificante” árbol cerca de nuestro hogar, hasta un inmenso parque natural como el Amazonas-.
La contaminación ambiental, fuerte y voraz como suele ser su característica principal, ha influenciado tanto a los ecosistemas que la capacidad de estos por regenerarse de forma natural, está cada vez más perdiendo efecto y sus consecuencias se ven trágicamente en la desaparición de innumerables especies de la diversidad biológica, representando un sinfín de tragedias que perdurarán en la historia de vida del planeta.
La evidencia existente indica que las actividades humanas están erosionando los recursos biológicos y reduciendo enormemente la diversidad biológica del planeta. Estimar las tasas precisas de pérdida o incluso el estado de las actuales especies, resulta un reto en la medida que no existe un sistema de seguimiento sistemático y falta de mucha información de base. Es decir que, las sociedades actuales aprendimos a ser insostenibles en un planeta que necesita que “lo sostengan”.
No se trata de “conquistar” la naturaleza por medio de un desarrollo disfuncional, se trata de adoptar un estilo de vida (individual y colectivo) basado en el respeto a los demás. Debemos ser capaces de tomar decisiones sustentables a favor de nuestro entorno y no solo; también para nosotros mismos, la raza humana; ya que sin agua, vegetales, animales, aire o suelo, no podremos seguir habitando en este espacio tal y como lo hacemos ahora. Y en ese caso, la tecnología y la computación no servirán de mucho para abastecer nuestras necesidades básicas.
No me quiero despedir aún, sin antes compartir con ustedes una reflexión de Heidi Cullen que expresa de una forma esplendorosa nuestro comportamiento con la Tierra: “La naturaleza es como una sinfónica grande y compleja. El Sol es como el bombo de la orquesta, su golpe siempre lo ha marcado todo, desde los periodos glaciares hasta los periodos de calentamiento. Pero ahora la influencia de los humanos ha penetrado tan profundamente en esta sinfonía que nosotros, los humanos, estamos influyendo en el clima. Es como si ahora estuviésemos tocando una guitarra eléctrica a todo volumen en medio de la sinfonía de la naturaleza”.