Fuente: elmundo.es

Hace pocos días, leía las principales noticias del mundo y me topé con un tweet que decía lo siguiente “Mi problema es el cambio climático”. ¡No podía creerlo!. Me dije a mi misma: ¡Wao! ¿lo habrá dicho un político?. Apresurada abrí el link de la noticia y sentí que me habían echado un tobo de agua fría al mejor estilo del “Ice Bucket Challenge”, porque no, no era un político, sino un humilde agricultor boliviano preocupado porque sus cosechas no estaban dando como antes. Su problema entonces, era y seguirá siendo el cambio climático. Sin embargo, después de haber pasado ese trago amargo de ingenuidad, me pregunté ¿cuándo escucharemos esta frase de la boca de un político?.

Entre las décadas de 1960 y 1980, el medio ambiente era tratado en ocasiones como un conjunto de sistemas independientes. La acción política y las campañas informativas solían centrarse en problemas concretos: la contaminación atmosférica, los vertidos químicos de las fabricas a los ríos, la destrucción del Amazonas, la grave situación de los tigres o los CFC de los aerosoles… Las causas se consideraban lineales o específicas y por tal razón, se trataban por separado.

Hoy día tenemos una idea diferente de las presiones que se ejercen sobre el entorno. No son uniformes ni se mantienen localizados por condiciones geográficas específicas. Lo que sí tienen en común es que en general, es su origen -directa o indirectamente- en la actividad humana. Nuestras pautas de producción, comercio y consumo son fuerzas motrices muy potentes, que al mismo tiempo sustentan nuestra sociedad y determinan nuestro estilo y calidad de vida y de nuestro entorno.

A pesar de que la humanidad ha sobrevivido a más de siete grandes catástrofes climáticas en el último millón de años, actualmente nos encontramos en una tremenda disyuntiva: el futuro de nuestro planeta. Los políticos del mundo admiten la existencia del cambio climático, pero sus políticas siguen siendo las mismas del siglo XX: son extractivas, desgastantes e insostenibles en el tiempo.

El cambio climático es considerado un problema político y social, más que un problema ecológico; si bien este fenómeno global tiene efectos en todos los sistemas holísticos del planeta. Debido a esto, reducir la vulnerabilidad al cambio climático en los sistemas sociales, debe ser prioridad de los gobiernos. Cada país tiene la responsabilidad de gestionar sus propias agendas de adaptación al cambio climático, sin embargo, existe disparidad de recursos y condiciones entre los diferentes países y regiones, lo que no hace posible a todos afrontar de la misma manera los temas de vulnerabilidad, adaptación y mitigación, a pesar de que los efectos del cambio climático, es la gente la que resulta vulnerable.

Será indispensable contar con un sistema sólido de gobernabilidad climática -entendiendo por este, los procesos y relaciones que se desarrollan en el ámbito internacional, nacional, empresarial y local con el objeto de enfrentar las causas y los efectos del cambio climático- para asegurar que las gigantescas inversiones políticas, sociales y financieras que el sector público y privado destinen a medidas de adaptación y mitigación se gestionen de manera adecuada y equitativa y, por consiguiente, permitan el éxito de las respuestas al cambio climático.

Los intereses en juego son importantes para lograr un futuro con bajas emisiones de carbono, la inversión no solo deberá ser significativa, sino que debemos, además, asegurarnos de que sea efectiva. A pesar de las dificultades que existen para alcanzar un consenso a nivel internacional, los gobiernos, las empresas y los actores de la sociedad civil coinciden en la necesidad de establecer normas y mecanismos de cumplimiento claros para hacer frente al cambio climático. Una buena gobernabilidad climática puede favorecer este proceso, haciéndolo más transparente, accesible y equitativo para todos.

El cambio climático puede funcionar para forjar un gobierno local y nacional más responsable. A medida que los ciudadanos adquieran mayor conciencia sobre los riesgos climáticos y los gobiernos se enfrenten a la necesidad de cumplir nuevos compromisos de reducción de emisiones y apoyo a la adaptación en comunidades, se complementara el proceso participativo entre la política y la sociedad.

Debido a esto, es necesario fomentar el desarrollo de políticas y medidas que piensen a un largo plazo, es decir, prepararnos ahora para los cambios que ocurrirán en 20 o 30 años. A medio y largo plazo, los gobiernos deberán proporcionar un marco de políticas que enmarquen una adaptación eficaz por parte de individuos y compañías. Para esto, se consideran cuatro sectores clave: (1) una información climática de alta calidad y métodos de gestión de riesgo que contribuyan a promover mercados eficientes, (2) la planificación del uso de las tierras y normas de rendimiento, las cuales deberán estimular las inversiones públicas y privadas en infraestructuras a largo plazo en los que se tenga en cuenta, fenómenos climáticos extremos, (3) la introducción de una política del clima a largo plazo relativa a bienes públicos sensibles al clima, con inclusión de la protección de los recursos naturales y (4) una red de seguridad financiera para el sector social más empobrecido y más vulnerable.

Es importante dejar atrás el afán de centralización y sectorialización de los programas políticos que no dan cuenta de las diversidades entre localidades en todo orden como: ecosistémicas, culturales, económicas, geográficas, climáticas y sociales. Debemos reaccionar con urgencia por el presente y por el futuro de nuestro único hogar, ese lugar donde crecimos, nos desarrollamos, amamos y morimos.

No sé ustedes pero, yo podré cambiar de país o nación, pero creo que jamás podré verme en otro planeta…