Fray Tomás de la carrasca. Así apodaba León de Greiff a don Tomás Carrasquilla – de cuyo nacimiento se celebran hoy 150 años – porque escribía con una dulzura y una ternura de querubín, aunque a ratos de tanto sermonear y hasta de hablar solo parecía un fraile roto. El apodo de Fray Tomás de la Carrasca tenía, pues, mucho de ironía: lo de "Carrasca" era porque don Tomás, haciendo honor a su nombre, “tomaba” y apuraba aguardienticos desde el desayuno: vivía en una rasca permanente. Lo de "Fray" obedecía a cierta paradoja: era un fraile laico que "amaba" mucho al prójimo. Le contó León de Greiff a Germán Espinosa, quien a su vez me contó a mí que una vez, en alguna cantina de Medellín, el poeta de "Variaciones alredor de nada" se levantó a orinar, y vaya sorpresa cuando sintió que una mano de viejito lo hurgaba con ansia. "Tranquilo Leoncito, tranquilo, que a vos no te pasa nada y yo disfruto de lo lindo"…
Nunca se casó ni tuvo hijos, pero cantaleteaba como una de esas antiguas matronas antioqueñas de progenies numerosas, a cuyos quince o veinte hijos gritaba cariñosamente: "Vení a ver pues Tomasito, y vos Felipito también; no te me escapés Aníbal de Dios; quieta Margarita; acabá con eso Modesto; terminá lo que había María…". Así son los personajes de sus novelas: llegan a tener varios formas de llamarse como en las novelas de Tolstoy, ya que también los rusos son dados a los apodos y a los diminutivos. Las tales Tola y Maruja de hoy se quedan en pañales al lado de la Marquesa de Yolombo: esa sí que era bien brava y regañona, sin andarse con chismesitos… Y qué me dicen de Peralta, el personaje de "En la diestra de Dios Padre". De tan humilde que hasta se quitaba el pedazo de arepa pa´ dársela al pedigüeño, de repente Dios lo premió y entre los deseos él no escogió el cielo como quería San Pedro, sino el infierno.
Quería vencer al Adversario jugando al tute y a los dados. Y así liberar a todas las almas en pena.
¡Ahh! Ningún escritor más entrañable que Carrasquilla. Yo hasta he soñado con él: le dije que iba a ser escritor, que qué me aconsejaba…
Nació en Santo Domingo, según él mismo, el pueblo con las tres F: feo, frío y faldudo.
Resulta tan montañosa la geografía antioqueña que todavía cuesta trabajar ubicar con el dedo el puntico de Santo Domingo en el mapa de Colombia. Con tantas montañas no parecen, por cierto, las formas de una tierra llana y amable, y sin embargo ¡qué amabilidad, qué cortesía la de esas gentes montañeras, fraguadas en la minería! ¿Pero qué fue lo que hizo Carrasquilla que aún nos parece tan admirable. Investiguemos:…
Para probar que Antioquia se prestaba como escenario novelesco, en una apuesta con varios intelectuales de Medellín, entre ellos el futuro presidente Carlos E. Restrepo, Carrasquilla se lanzó al proyecto ambicioso de trasladar el lenguaje popular al estilo literario. Ganó la apuesta con su genial cuento “Simón el mago” (1890), donde se acerca al universo mental de la infancia cuya inocencia a veces raya en lo fantástico. El argumento es fácil de dilucidar: el niño Simón se deja impresionar por las supersticiones de su criada negra, maltratada por su familia, y en un acto de candor se atreve a lanzarse desde el tejado para ver si puede volar como un demonio.
Ya no se trata del cuadro de costumbres – género vago y algo peyorativo – sino de percepciones diversas, formas de vivir en las que Carrasquilla obliga al lector a entenderse con unos personajes que hablan, discuten, chismorrean, murmuran como si vivieran entregados a la conversación. Mediante esta técnica adivinemos la psicología de sus personajes, es decir, no porque él nos insista en tal cualidad o defecto sino porque con base en el tono impreso a los diálogos, en el vocabulario de quienes dialogan, consigue verosimilitud y ahonda en las psicologías de sus personajes. Más aún: los diálogos de estos personajes no son ordenados mecánicamente y puestos en sus bocas, como hacían los narradores costumbristas, sino que Carrasquilla se ha impregnado de sus formas de hablar al punto de confundir su estilo con el habla popular antioqueña. Nunca salió de Colombia.
Es curioso el efecto de los escritores dados a lo popular. Demuestran que la lengua la modela el pueblo. Cervantes en el "Quijote" ponía en una página mismo y en otra mesmo, en una dozientas y en otra duzientas, tenía mala prosa, mala ortografía, regular sintaxis. Y ahora, además de ser autoridad para la academia de la lengua, se le considera como el novelista más deslumbrante y humano de la literatura universal. Por eso Tomás Carrasquilla reclamaba que la gramática, la retórica y la poética enseñan a expresarse, sí, “pero no a pensar ni menos a sentir”.
Con vivir entre matronas, arrieros y mineros, Carrasquilla enriqueció la prosa española: la bordó, se estucó y policromó, adaptando el tono de todos. Estilo elástico capaz de encontrar poesía en cosas sencillas, de expresar lo más ordinario y lo más sublime. Ese léxico castizo, ya en desuso en la misma España, supervivió en Antioquia y, recónditamente, en el ladino de los judíos de la diáspora. Hay gente en Israel que “vocea” y parece tener el acento paisa. Con dificultad se hallará en la literatura occidental un novelista como Carrasquilla, tan lleno de reconfortantes refranes, tan abundante en cultura popular.
Sebastián Pineda
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Imagen de Daniel Gómez Henao