“La Tierra Pura” de Alan Spence, recientemente publicada por Alfaguara, recorre la historia del Japón desde mediados del siglo XIX – 1862 – hasta los bombazos atómicos de Hiroshima y Nagasaki. La novela se centra en un personaje histórico, Thomas Blake Glover, cuya biografía ya de por sí es novelesca. Glover fue un comerciante escocés dado al mar, al comercio. En pleno auge del Imperio Británico se derramó hacia el oriente y contribuyó a la universalización del Japón, a través de la apertura económica. De pronto las dos islas más seculares del globo terráqueo – Gran Bretaña y Japón – se vieron unidas por la flota de barcos que este enérgico escocés impulsaba por los mares. Al comienzo llevaba armas y municiones para los clanes rebeldes de Satsuma, Chōshū y Tosa, quienes buscaban derrotar el viejo régimen de Shogunate y abrir al Japón al mercado internacional. Glover no sólo trajo armas – eso es solo una excusa, un medio – pues su fin era el intercambio total: en tanto transportaba a Japón la primera locomotora de vapor en 1865, financiaba a jóvenes nipones para que fueran a estudiar a Londres. Se entendió tan bien con los japonenses que lo apodaron el “Samurái Escocés”.
Thomas Glober montó al cabo una compañía de construcción naval que después – según leo en Wikipedia – se convirtió en la Mitsubishi Corporation of Japan (en nadita). Y como el comercio está íntimamente relacionado con la cultura – cultura es intercambio y ¡qué viva el TLC! – Thomas Glover ha sido relacionado con la ópera de Giacomo Puccini “Madame Butterfly”, en cuanto tuvo como amantes a ciertas Geishas famosas. Y aunque no hay evidencia histórica que sostenga esta afirmación, el novelista posee la libertad de pensar que en efecto la hay. Tal es la intención de Alan Spence.
La vida privada de Thomas Glover, al menos en la novela, es melancólica: no encuentra el amor, la mujer ideal, de suerte que recurre muy a menudo a las mujeres de la vida fácil. Sus últimos días en Aberdeen, Escocia, antes de partir al Lejano Oriente, son eclipsados por un affaire con una prostituta a quien conoció en una borrachera con sus amigos. Su primera noche en Nagasaki, más tarde, la pasa con una cortesana, a pesar de las advertencias del dueño del local “Tinkers and hoors”. La cortesana al cabo queda embarazada y da a luz a su hijo Tornisaburo, mitad occidental-mitad oriental, que entrara a escena al final de la obra.
Todo en Thomas Glover, sus contactos con los japoneses, incluso su amor por la vida, son coloreados por el comercio. No da puntada sin dedal. Sus aventuras no dejan de trazarse con detalles fascinantes: samuráis, casas del placer, paisajes japoneses, “seppuku” o 切腹 – que en japonés significa suicidio – además de maquinaciones políticas y traiciones que culminan con la caída del viejo sistema de Shogunato y la eventual destrucción de Nagasaki por los bombarderos americanos. Todo está contado de una manera vívida y atractiva. No se puede negar que “La tierra pura” es una novela de primer orden. Hay una profundidad filosófica, una profundidad y textura que sólo pudo haberla logrado un escritor impregnado de las ideas budistas.
John Burnside, a quien acabamos de traducir, apuntó en el TimesOnline que después de la espiritualidad maricona de los años sesenta, hablar de “la forma y el vacío” puede sonar como la típica postura hippy, pero en las manos adecuadas se convierte en una rica línea de pensamiento y de imágenes. Alan Spence lo maneja estupendamente, sobre todo al contrastar la juventud de Glover en el este de Escocia – cuya vida era materialista y vacía – con la complejidad de la filosofía budista. Su hijo Tomisaburo muchos años después habría de contemplar la destrucción atómica de Nagasaki. ¿Cómo expresar todo aquello sino a través de un haikú? "Giró de nuevo su reflejo en el Diamante Sutra, buscando orientación, luz en la oscuridad, tratando de entender. El verso rezaba: “Shiki soku ze ku”. Forma es Vacío. (“He turned again to his copy of the Diamond Sutra, seeking guidance, light in the darkness, trying to understand. The verse read, Shiki soku ze ku. Form is Emptiness.”).
Alan Spence ya se había probado en la cultura oriental componiendo haikus, sí, breves poemas al estilo japonés que en dos o tres renglones nos sintetizan el universo.
Aquí algunos de sus haikus:
“Tarde de verano
– a través de la abierta ventana
una vieja canción”
(summer evening –
through the open window
an old song)
“Es solo el viento
en mis ojos, dice ella,
explicando las lágrimas”
(“it’s just the wind
in my eyes, she says,
explaining the tears”)
Visita la página de Alan Spence: www.alanspence.co.uk
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SALUTACIÓN AL BLOG DE GARCÍA MÁRQUEZ
Fernando Jaramillo, el "gabofilo" de la web, recientemente inauguró su blog sobre el demiurgo de los Buendía, aquí, en los blogs de El Tiempo. Y acabó de publicar dos cuentos de Gabo no recogidos en libro, por no decir que inéditos porque la gran mayoría de lectores no teníamos ni idea. Tales cuentos son "De cómo Natanael hace una visita" (1950) y "Tubal Caín forja una estrella" (1948). Cuentos de juventud que pertenecen a su primer período, para mí el más interesante.
En varias ocasiones Gabo ha confesado que su despertar literario, mientras descansaba en su pensión de estudiante en Bogotá, ocurrió con el despertar de Gregorio Samsa convertido en un monstruoso insecto. Al calor de "La metamorfosis" de Kafka (traducida por Borges en 1938), escribió y mandó a El Espectador sus primeros cuentos. Se los publicaba Eduardo Zalamea Borda, nadie menos que el autor de la novela más vanguardista hasta ese momento, "Cuatro años a bordo de mi mismo" (1936).
En la trama de estos primeros cuentos se reflejan las influencias de Kafka: la invención de situaciones insufribles o desmesuradas. Estos cuentos ocurren en espesas atmósferas psicológicas, dentro del cerebro de sus protagonistas. Lo sobrenatural se presenta de golpe y pone el mundo patas arriba. Luego García Márquez operará lo fantástico sobre el realismo del Caribe. Y de ahí el realismo mágico.
Lo macondiano, como lo quijotesco o lo kafkiano, forma ya parte de nuestros adjetivos habituales. Pero insistamos: el realismo mágico puede representar verosímilmente el mundo, pero será siempre una representación a través de palabras, no el mundo.
Sebastián Pineda