Frente a tantas novedades, nada mejor que volver a a los clásicos. La encontré en el stand de Mondadori: "LAS AFINIDADES ELECTIVAS", de Goethe. Algunos suelen pronunciarlo a la inglesa o a la francesa, pero debe pronunciarse a la alemana: Goethe, esto es, sin la "o" y haciendo sonar las dos "e". Breve aclaración para entrar en materia.
"¿Debe el escritor mirar a distancia el flujo de los acontecimientos o sumirse en ellos a plenitud?", preguntó Thomas Mann al referirse a la vida y a la obra de Goethe. Porque el autor de "Werther" y "Fausto" pensó lo segundo y, aun a los sesenta años, se dejó resbalar por la pendiente de las sorpresas. Por eso escribió "Las afinidades electivas". Entre mil rostros y figuras, aun poseyendo lo que nos gusta, ¿por qué nos seduce un tercer elemento?
El protagonista de "Las afinidades electivas" ya ha viajado y vivido otras relaciones amorosas para estar seguro de su amor por Carlota, su esposa. Viven en un casa de campo alejados del comercio de las ciudades, con jardines y criados y respirando el valle que dominan desde su habitación. Nada hay que los turbe o los ponga en desacuerdo, hasta que él se muestra alegre por la pronta visita del capitán, uno de sus mejores amigos. Celosa o insegura, su esposa portesta: ¿no te basta ya estar conmigo? ¿Para qué tus amigos? El pobre hombre, que podría ser Goethe, no quería ir contra los deseos de su mujer, pero no podía ceder a su petición. Caminan por el campo a fin de relajarse, donde se topan con un campesino de nombre Mittler, es decir, Mediador. Con chanza le piden consejo frente a su disyuntiva, pero Mittler contesta con sinceridad:
"Hagan lo que quieran: ¡es lo mismo! He visto salir mal las cosas más razonables, y salir bien las más disparatadas. No se rompan la cabeza, y aunque de un modo o de otro salga mal, tampoco se la rompan".
"Las afinidades electivas" consigen su climax no sólo cuando llega el capitán sino también cuando a la casa de campo arriba Ottilie, sobrina de Carlota. Sabiendo la belleza de Ottilie, Carlota teme que su esposo caiga en la tentación de enamorarse o fascinarse por ella. Pero, ¿y qué? Si es que el amor empieza a ser interesante cuando produce separaciones. ¿O piensan que una mermelada de empalogosos cariñitos basta para asegurar el amor? En el péndulo del abandono y aburrimiento, de la huida y la búsqueda, está plenamente justificado el término técnico de afinidades electivas. Si sucede en los procesos químicos, no va a suceder en las pasiones humanas.
"Unas veces occurre cuando se encuentran amigos y antiguos conocidos, que se reúnen y se juntan sin alterarse en nada mutuamente. Por el contrario, otros se obstinan en permanecer extraños unos junto a otros, sin unirse siquiera por mezcla y agitación mecánica; del mismo modo que el aceite y el agua, sacudidos juntos, vueleven a separarse al instante". Si su esposo cayera seducido por su sobrina Ottielie, o ella por el capitán, ¿de quién sería la culpa? De las afinidades electivas, que al encontrarse se aferran rápidamente una a otra.
Juan Villoro observa que la preocupación principal de Goethe consiste en rendirse cuentas a sí mismo, defender por sobre lo divino y lo humano nuestra libertad individual. Como la razón o el intelecto no bastan para entender todas nuestras pasiones, debemos ensanchar nuestra inteligencia a un radio mayor, al ámbito desconocido de las sinrazones. Goethe ya lo había mostrado en "Fausto", cuando deja deslizar en el alma del científico racionalista la presencia del demonio Mefistófeles, porque hoy como ayer la mejor manera de vencer la tentación es cayendo en ella a ver de qué se trata. La espontaneidad creadora de la vida escapa a todas las predicciones. El amor se derrama por todo el universo, y ¿acaso no cambia de rostro?
Aun en su madurez, a los sesenta años, el ilustre Goethe no se halla seguro de su matrimonio, y, a la seguridad del hogar, prefiere la zozobra de la vida.
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Sebastián Pineda