Fondeados, meciéndose por el suave oleaje, amarrados al puerto-librería nos aguardan los cuentos de este libro emocionante publicado por alfaguara. Las antologías son en sí mismas creaciones, pues el acto de elegir equivale casi al acto de crear, sobre todo en la selección de cuentos sobre una temática concreta, digo, líquida, marina: "Cuentos de navegantes". Breves narraciones tomadas de la literatura universal en torno a viajes en barcos o circunvalaciones, atracos en alta mar, buques, viajes fantasmas y naufragios… El antologador, Juan Bautista Duizeide (Mar del Plata, 1964), que egresó de la Escuela Nacional de Naútica como piloto de ultramar y navegó en toda clase de buques mercantes, divide su antología en tres compartimentos:
1) Singladuras. Es decir, según en el lenguaje marítimo, distancia recorrida por una embarcación en 24 horas, contadas a partir de las 12:00 del día. Zarpamos en esta antología con dos cuentos magistrales: "Los buques suicidantes" de Horacio Quiroga (el gran sucida uruguayo confinado en las orillas alucinantes del Paraná, en Misiones, experto en ríos y en mares) y "Una voz en la noche" del británico William Hope Hodgson (1877-1918), lobo de mar desde los trece años. Su cuento es de un suspenso psicológico en plena alta mar, notable por lo intrigante, pero sin llegar a superar al maestro de la intriga marina, H. Melville, cuyo cuento "Benito Sereno" enfoca a un capitán español llevando esclavos en la Pacífico chileno, sin revelarnos hasta el final nada de lo que sucede en el interior del barco. La antología es sorpresiva como el mar: "Mi cristina", nombre de un barco y del cuento de Mercé Rodoreda, una escritora catalana de la que hasta ahora tengo noticia. Hay un cuento-ensayo de Borges, "La viuda Ching pirata", que al no ser de sus mejores nos deja con la idea de que el gran ciego no debió inmutarse mucho por el mar. "La pasajera del San Carlos", de Pérez-Reverté, quien prologa esta antología, está dedicado a algún familiar de la Flota Mercante Española, pueblo de navegantes. No más fijénse: nuestro idioma está bañado de expresiones de marineros. Por ejemplo: "llevar a cabo", "marear" (en francés se traduce "mal de mer"), "de cabo a rabo", "no perder el norte", "sin moros en la costa", "buen viento, buena mar", etcétera, etcétera.
2) El segundo compartimento de la antología se llama "Orillas". Y aquí entramos a jugar nosotros, Colombia, país batido por dos océanos. Es curioso que nuestros novelistas más famosos, García Márquez y Álvaro Mutis, o sean del Caribe, o se sumejan en la temática del mar (Y auqnue no está antologado, agreguemos a Germán Espinosa: novelista del mar). La antología alcanza su cumbre al seleccionar, para mí, el mejor cuento de Gabo: "El último viaje del buque fantasma". ¡Qué cuento, Poseidón! Esa psciología del costeño puro, esa imagen última del trasantlántico chorreándose, esa escritura sin tregua, sin puntos aparte, como las olas sobre la playa, es más que suficiente para considerarlo uno de los mejores cuentos del idioma. Y de Mutis no podía faltar su saga de Maqroll el Gaviero, esta vez, paseándose por el sur de Inglaterra y las costas bretonas en su cuento largo "Cita en Bergen". Los que conocen Brighton, veraneadero de los londinenses, no pueden sino coincidir con su descripción:
"Brighton, ese lugar en donde la gente de Londres insiste en que disfruta del mar en medio de un sombrío hacinamiento de construcciones victorianas y otras de estilo eduardiano que superan la más febril imaginación… desolado malecón contra el que bate un mar gris y helado una larga lista de caricias…". Y más adelante, Maqroll insiste en que todos estamos de viaje, de paso por este mundo aun así estemos quietos y en el mismo lugar donde nacimos. Por eso: "morir es un pacto que hacemos con nosotros mismo. Lo importante es saber cuándo y cómo se cumple y estar seguro de que se trata de un viaje sin regreso".
3) El tercer y último compartimento se titula "Naufragios". Y aquí me hundo, me detengo. Stevenson me aguarda.
Sebastián Pineda