A continuación voy a actualizar el primer artículo que publiqué en mi vida, por allá a finales de 1998, en el diario La Opinión, de Cúcuta, – tenía yo entonces 16 años -, gracias a la atención del abogado Juan Pabón. Se trata de un artículo de literatura comparada como se verá…:

Dos jóvenes salidos de dos majestuosas novelas traspasan la línea entre ficción-realidad, se alzán de pronto dentro del gran mundo de la literatura, se asoman, contemplan: un mundo en decadencia que progresa aceleradámente. Vienen de provincia, con ansias de civilización, queriendo buscar esas flamantes ideas sobre la libertad: ¿dónde estaban los ideales de la revolución francesa? ¿De qué sirvieron las tantas batallas que libró Napoleón? Europa a mitad del siglo dicienueve. Extrañamente impuesto otra vez el orden. La monarquía, por la que millones de hombres se habían exterminado; sí; y los mismos de nuevo coronados, champañas, bailes, títulos de reyes… Los barrios miserables se extienden infínitos a lo largo de París y San Petesburgo. Los palacios alrededor del Sena. Los puentes cruzando el río Neva; la gente entrando a iglesias enormes.
Por San Petersburgo camina un joven a punto de cometer un crimen. Su sensibilidad es tan intensa que sólo él, entre los caminantes, se detiene a escuchar las penas de un pobre hombre caída en la miseria: “Jóven ayúdeme”, le dice el borracho, el perdido. Raskólnikov lo ayuda a subir a un cuartucho donde aparecen críos harapientos; la esposa lo golpea: Raskólnikov quiere hacer algo…
Julián Sorel, un joven de cabellos rubios, de rostro altivo, toca la puerta de la casa del alcalde, y una hermosa Madame le abre: lo mira de arriba abajo: Rojo y Negro.
Raskólnikov primero es estudiante de la Facultad de Derecho. Acósado por las deudas no puede pagar la matrícula y su teoría queda a medias… “Si espero a que todos se hagan inteligentes, mi espera sería demasiada larga; la gente no cambia.”
Así que se dirige a casa de la vieja usurera.
Antes de llegar a París, Julián Sorel educa a los niños del alcalde del pequeño pueblo de Verriéres; el señor Renael. Con su brillante inteligencia consigue que la hermosa señora de Renael se le arrodille a sus pies y le diga: “Joven pídame lo que quiera”. Le es necesario aguardar varios meses en un claustro para que no sospechen nada y luego ser presentado en los salones más importantes de la capital. ¿Cómo fue posible que un joven provinciano, hijo de un carpintero, el secrétario del márquez lograra enamorar a su hija, la señorita más hermosa de todo París, Matilde de la Mole, y poner en jaque a toda la burguesía de la época? Los sacerdotes tiemblan, los señores golpean las mesas y las Madames suspiran por él, mientras él en su pecho guarda el retrato del emperador.
“¿Por qúe es un crimen? ¿Qué significa la palabra crimen?”. Se pregunta nuestro heroé. Estuvo delirando durante dos noches, hablaba de una mancha de sangre en su pantalón. Su madre se asombra de su estado, llora. Raskólnikov trata de aguantar la mala jugada de su conciencia, aún persiste en su empresa. “Sangre que todo el mundo vierte y que siempre ha corrido a cascadas; quienes la derraman como champaña, son coronados en el capitolio y declarados bienhechores de la humanidad. Y yo por esta culpa hubiera hecho millones de obras buenas.”

 

Esos jóvenes locos del siglo XIX pasan al siglo XX y dan un vuelco extraño. Al considerar imposible cambiar el destino prefabricado, se convierten en insectos: Gregorio Samsa. Franz Kafka dijo que en un cuento: “Nuestro pueblo desconoce la juventud, apenas conoce una mínima infancia.”