Reportaron los periódicos del mundo: El fósil de la culebra más grande sobre la faz de la tierra fue hallado en las minas del Cerrejón situadas en la peninsula de La Guajira, Colombia. Y la noticia me alegró por La Guajira. Península arenosa, salvaje, mordida por los rayos prismáticos de soles arbitrarios, perfumada de iodo y donde se tambalean las hamacas wayuú henchidas de suspiros y de besos que se deforman en la noche. Algo así leemos en la novela «4 años a bordo de mi mismo», que un hombre del altiplano escribió en 1934 quemado por el azul del mar. Por seguir con las suscitaciones literarias de La Guajira, de allá peregrinan los primeros Buendía que cruzan la Sierra Nevada de Santa Marta y caen en la Ciénaga Grande para fundar Macondo en «Cien años de soledad».
Esos arrebatos poéticos causados por La Guajira tienen una explicación geológica. Hace 60 milllones de años, según los paleontólogos que identificaron el fósil de la enorme serpiente, La Guajira no era un desierto sino una selva lluviosa como el Amazonas y también cruzada por una red de ríos marrones y gruesos. De la materia de esas selvas sepultadas brota a borbotones el carbón de ahora. Todo es enigmático en esa península sutil.
No sé nada de geología, pero se me vino a la cabeza «UN MAR», la primera novela del geólogo Ignacio Piedrahita Arroyave que, sin nombrarla, recrea en La Guajira una extraña historia de amor-geológico entre un ingeniero de minas y la esposa de un colega, tomando como metáfora la lenta seducción del viento y las lluvias para desgarrar a las rocas y formar los granos de arena de la playa. Y recordé una conversación o entrevista que este geólogo PIEDRAhita me brindó desde algún café-internet de Buenos Aires.
(Fragmentos)
¿Alguna relación concreta entre la geología y la literatura?
«…que un geólogo devenga en escritor es lo más natural del mundo… En otros tiempos, tanto la piedra como el papel como el papiro llegaron a estar equiparados… Tantos años de historia en la piedra son suficientes para que un impulso se manifieste y lleve al estudioso de las rocas a querer dejar labrada su superficie. Sería increíble escribir una especie de código rúnico en nuestro tiempo, en fin, asuntos de estilo. Además, las rocas contienen la historia de la tierra, son los archivos de nuestra historia en el sentido más amplio de la palabra, desde el mismo origen del tiempo. Estas y otras cosas prueban que no es mera coincidencia que el Día de la Tierra y el Día del Idioma sean el mismo 23 de abril, fecha que en mi abrevia celebraciones y me da muestras de una vocación bien elegida…»