Harto por el chismerío político y el envenenamiento ideológico y los estúpidos nacioanalismos que disparan los medios de cumunicación del presente, el Premio Nóbel de Literatura 2002, Imre Kertész, ha denunciado en sus artículos cómo la cultura y la vida interior de los ciudadanos se van difuminando con ese lenguaje masivo que a todos alarma y a nadie calma. En el «Eclesiastés», recordemos, lo que más detesta Dios es ese chismerío político. Lo repite un escritor sobreviviente del Holocausto Nazi y de la dictadura húngara: la política no es cultura.   

Uno de los temas más actuales de «Cien años de soledad» es la estupidez que le ocurre a un pueblo cuando la política abre de pronto un abismo entre personas que comparten un destino similar, hablan la misma lengua, han sido criados en las mismas costumbres; de cómo el partidismo y las ideologías descerebradas distorsionan sus vidas y sus modos de pensar. Eso pasa cuando la políticia no sólo se opone a la cultura sino que aun la confundie y la tergiversa con las ideologías, destruyéndola con un lenguaje masivo y alarmante que nos afecta, nos estresa.  

Lo triste es que cierta gente moderna absorbe las ideologías como si fueran cultura. En los años sesenta y hasta no hace mucho algunos se creían «cultos» por ser de izquierda y otros por pertenecer al partido conservador.

Uno percibe que los políticos cambian de personalidad cuando están en el extranjero, en la suave diplomacia; en casa se muestran tensos y viven peleando con sus compatriotas. Es que la violencia se da más entre semejantes y hermanos que entre desconocidos. Ojalá que los hombres, con el perdón de Beethoven y de Schiller, nunca sean hermanos; mejor que se consideren distintos, bastante diversos, libres… 

No descuidemos la cultura, que es nuestra vida interior. Ese lenguaje político, incendiario, fatal que disparan los medios envenenados nos expulsa de nuestra vida interior.  Reconquistemos nuestro lenguaje personal, íntimo, ese, por ejemplo, que practicó el brujo Fernando González en OTRAPARTE (www.otraparte.org) Porque el lenguaje fiable es áquel que brota del amor o la amistad, untado de miel y sal, de vida, sin que por eso abandone lo rebelde, lo directo y lo claro.

«Y si ahora me preguntan qué me mantiene aquí en la Tierra, qué me mantiene con vida, responderé sin vacilar»,  suspira el Nóbel húngaro, «el amor».