Voy a sumarme a la discusión que ha iniciado Eduardo Bechara sobre el alto precio de los libros contrastado con  el bajísimo porcentaje concedido al autor, superado tres veces por el que le corresponde a las librerías por venderlo, todo lo cual no cuadra con los pocos lectores existentes. Me basaré y tomaré prestados algunos juicios del ensayista mexicano Adolfo Castañón (1952) recientemente galardonado con el Premio Javier Villaurrutia – máximo galardón de las letras mexicanas.
 
También Castañón se ha preguntado sobre la importancia de la lectura en nuestras sociedades. Imprescindible, dice. Va más allá de la «escolarización aplanadora» que a menudo engendra los llamados analfabetas funcionales: aquellos que aprendieron a leer de mala gana en primaria y nunca más volvieron a tomar un libro y apenas hojean un periódico o una revista y menosprecian las letras. Porque, ¿para qué leer con tantos canales, emisoras, videos, instalaciones, performances, happenings, dvd´s y computadores? Ignoran que entre más medios audiovisuales mayor atención al texto, al guión, al script. La lectura nunca será prescindible; empezando porque nuestros países están fundados en Constituciones: normas y leyes escritas que requieren de comprensión de lectura y aun de apoyo en otros textos para interpretarlas. Entre más literatura (novelas y cuentos y poemas y ensayos) y periódicos lea la gente, más capacidad de raciocinio tendrá para hacer valer sus derechos y menos tragará entero. Las crisis jurídicas y políticas y aun financieras, preguntémonos, ¿no serán en un sentido más amplio crisis del libro, falta de lectura y de crítica?
 
La reflexión en torno al alto precio de los libros es un buen comienzo. No es que ese sea el problema central, pero tal problemilla nos sirve como chivo expiatorio para criticar el oscuro manejo del mundillo editorial. Como Castañón trabajó largos años en el Fondo de Cultura Económica conoció al monstruo por dentro.  Alimentó los criterios de su ensayo «Los mitos del editor», uno de las críticas más sólidas de la cultura contemporánea, cuyo efecto me atrevo a comparar con el polvorín que levantó Don Quijote, y que todavía no se ha asentado… ¿No parece gozar el editor del privilegio que en el antiguo Egipto tenía el embalsamador de cadáveres: garantizar el paso al otro mundo de simples mortales-escritores? Por aquí nos vamos acercando a la respuesta del por qué son tan caros los libros y tan bajo los índices de lectura. Y es que tanto la figura del escritor como la del editor y aun la del lector aparecen revestidas de un mito inexistente.
 
Desde tiempos inmemoriales «las casas editoras son propiedad de grupos familiares o de sociedades más o menos amistosas, invariablemente vinculadas con la aristocracia o la alta sociedad». A ningún escritor en ciernes, por más brillante manuscrito que ofrezca, se le publicará si antes no medra en el periodismo o se vincula con cierto poder. Lo saben muchos escritores frustrados que decidieron empezar al revés: manejar primero los medios y tener plata y «poder» para después escribir y tener público. Pero sus novelas son tan malas que ese público se evapora después del primer coctel de lanzamiento. Los editores, si dan con el buen novelista, lo explotan dándole sólo el 10 % y a ratos fotografiándolo o consiguiéndoles entrevistas para alegrarlo.
 
Ojalá se den cuenta esas prestigiosas y pretenciosas y vanidosas editoriales que, en tanto se afiancen los sencillos blogs, auténticas muestras de la libertad de expresión, de nada valdrán sus intentos de mistificar su sello y explotar a un escritor. Aparte, esas editoriales «prestigiosas» venden tan caros sus libros que hacen inevitable y «necesaria» la piratería.  Al fin y al cabo acá ha sido la piratería la que ha nos ha traído cultura (véase si no «La tejedora de coronas»: con los corsarios franceses penetraron las ideas de la Ilustración). Si no fuera por los San Andresitos tendría que renovar mi Microsoft Word cada 15 días. Ya el Proyecto Gutenberg.org (¡oh, gran  impresor alemán!) tiene en línea todos los clásicos de Occidente de los últimos dos mil años. Y los libros con derechos de autor vigentes y las novedades de los escritores jóvenes, nos dirán, esas sí no se pueden subir a la red así tan fácil y grátis. ¿Nos pagará google, Microsoft o El Tiempo? Pues, ya veremos. En todo caso se comprarán libros en demasía cuando al escritor le toque el 70 %, al editor el 15 y al librero otro 15.  Será el día en que los pájaros se vengarán de las escopetas.