Una de esas novelas de misterio y terror que, si no estuviera ya escrita, uno pensaría que tan delirante imaginación parece prohibida por la lógica y el lenguaje. ¿Cómo se puede concebir tanto horror y, lo más desconcertante, tanta verdad? Porque en el fondo sabemos que, por más fronteras entre la realidad y la ficción, todo cuanto se pueda mentar en palabras existe de alguna manera. Lo dijo el presocrático Heráclito.

Dios, ateos, existe en la palabra «Dios».

Entonces, ¿basta con nombrar algo o alguien para que sea real? Sí, pero debemos nombrarlo bien como una fórmula mágica; de lo contrario, no sobreviene el hechizo, y es puro bla, bla, bla y nada de nada. Por eso, la primera virtud de esta novela es que está bien escrita.

José Carlos Somoza (España, 1959) arranca el primer capítulo de «La dama número trece» metiéndonos en la fugaz pesadilla de Salomón Rulfo, el protagonista principal, y prosigue el capítulo en el consultorio del doctor Ballesteros, donde Rulfo pide desesperadamente alguna medicina contra esos malos sueños. (Por cierto, José Carlos Somoza estudió psiquiatría antes de dedicarse a la literatura: ¡qué bueno cuando cada escritor se mueve en su propio tema: es pez en el agua!). No se preocupe, le dice el médico; las pesadillas son necesarias para que el  cuerpo funcione; son las ventosidades del cerebro; los pedos de la mente, «vamos, y perdone la vulgaridad». Lo cierto es que a poco que avanzamos en la lectura, el hedor de esos pedales mentales nos embriaga, nos confunde y curiosamente no nos desagrada sino todo lo contrario… Porque lo que sueña Salomón Rulfo en sus pesadillas (o pedos de su mente) resulta ser un mensaje, una prefiguración, una cartografía, un mapa de otra realidad menos común y corriente.

Salomón Rulfo es un gran lector de poesía. Su vida es pragmática, y no tiene ninguna aspiración de poetastro. Con todo, sabe que «…el lenguaje humano no es inofensivo… Las palabras alteran la realidad, producen cosas, pero solo si se recitan de determinada forma y en determinado orden (…) ¿Y si las ondas que provocamos al hablar pudieran alterar la órbita de los electrones circundantes hasta el punto de producir grandes cambios de la realidad? (…) Existe un solo verso en todo Cavafis que puede producir ampollas de pus y fiebre alta, una estrofa de Keats que confecciona serpientes, un breve de Neruda que estalla como una planta nuclear y una línea de Safo que provoca el insoslayable deseo de violar a una…»

El mensaje de sus pesadillas no ha sido otro que el encuentro, en plena realidad, con unas señoritas musas o damas de una secta secreta. Son trece, las damas son trece: la número uno es Baccularia o también conocida como Laura: ella invita; Fascinaria, la número dos, vigila; Herberia, la tres, castiga; Maliarda, la cuatro, enloquece;  Lamia, la cinco, apasiona; Maleficiae, la seis, maldice; Veneficiae, la siete, envenena; Maga, la número ocho, conjura; Incantátrix, la nueve, invoca; Strix, la diez, ejecuta; Akelos, la once, adivina; Saga, la doce, conoce. Nadie sabe el nombre ni dónde está la Dama Número Trece…, pero Salomón irá a su encuentro o ella al de él, porque son las damas quienes nos escogen. Que nadie se las dé de conquistador.

Las damas son muchachas solteras, bellas y riquísimas (en ambos sentidos), cuyas ceremonias, tersos aquellarres, los celebran en una mansión de Provenza, al sur de Francia, cerca al río Ardèche. De ese lugar brotó la poesía lírica de nuestras lenguas romances… Y por acá me acuerdo de otra novela delirante, «La balada del pajarillo», donde el colombiano Germán Espinosa imaginó a Mabel Auselaou como una bruja-poetisa de aquellos parajes o paralajes… Las auténticas brujas no montan en escobas ni bailan en orgías: recitan versos.

Antología de frases-chispazos-hedores poéticos de «La dama número trece«:

«… el extremo de una cabellera negra y torrencial sobre unos glúteos de mármol terso»
«… y los labios como un misterioso animal vivo de carne rojiza…»
«Sus senos se movían como nubes…»

Luz de una linterna: «suave camino de oro»

«y el cristal
se quebró
en diagonal»

«Doce cuerpos desnudos. Doce figuras femeninas. El aire estaba lleno de un inconfundible olor a sangre, como si sus bocas fueran heridas abiertas».

Para leer fragmentos on-line de La dama número trece: http://www.clubcultura.com/clubliteratura/clubescritores/somoza/obra_dama.htm