«Mario Benedetti es a la poesía lo que Oswaldo Guayasamín a la pintura, lo que Silvio Rodríguez a la música, lo que Eduardo Galeano a la historia, lo que Isabel Allende a la novela, es decir, lo que Julio Iglesias a la filosofía».

No he parado de reirme desde que le leí esta frase del gran Juan Manuel Roca, recientemente galardonado con el Premio Casa de América en Madrid. La frase la encontré, por cierto, en su ensayo entre chanza y chiste o entre burlas veras  sobre, o mejor, contra un poeta que ha recientemente fallecido: Mario Orlando Hardy Hamlet Brenno Benedetti Farrugia (Paso de los Toros, Uruguay, 14 de septiembre de 1920 – Montevideo, 17 de mayo de 2009).

Como me encanta la guerra entre poetas (eso enriquece la crítica y las historias literarias del futuro) transcribiré extractos de aquel ensayo de Juan Manuel Roca sobre Mario Benedetti, el cual fue escrito antes de la muerte del celebradísimo vate uruguayo y que, por lo tanto, habla y juzga su poesía con intención estética-humorística. Leamos a Roca:  

EL FALLIDO MÉTODO DETECTIVESCO
¿Por qué diablos se sostiene que Mario Benedetti es poeta?
Por JUAN MANUEL ROCA
Soy un hombre curioso que quiere dedicarse a la investigación. Pero no a la que depara y celebra la vida académica, sino a una verdad mucho más llana y divertida: la detectivesca.
Lo declaro como lo haría sir Conan Doyle, aunque ese viejo cromagnon de la novela negra dividía el vasto mundo en dos tajos irreconciliables en los que se llevaba a cabo una siniestra partida de ajedrez entre víctimas y victimarios. Como lo hacía Sherlock  Holmes o lo realizaban los engabardinados y minuciosos personajes de Raymond Chandler, quisiera aplicar sus métodos rastreadores a una severa investigación.
Se trata de descifrar un difícil Arcano, un misterio más que Eleusino, un embrollo mayor al creado por quienes fraguaron la Isla de Pascua, algo más portentoso que el episodio bíblico de Pentecostés, un enigma del más allá como aquel que se llevó el egoísta Lázaro de Betania por segunda vez a su tumba, algo más mítico y neblinoso que la infancia de Bartleby o de Kaspar Hauser, para saber por qué diablos se sostiene que Mario Benedetti es poeta.
Inicié las pesquisas recordando al cerebral «Monsiuer Teste» y, por supuesto, a Paul Valéry en uno de sus contados arrebatos de pasión: «leemos bien lo que leemos por un motivo personal. Puede ser el odio al autor». Aclaro que en este caso mi enconada manía, mi vade retro fóbico se centra en la obra del autor.
La mía es una fobia sin duda adquirida en los guitarreros años sesenta, una repulsa a la actitud benedittiana que también copa alguna buena parte de los ochenta cuando en las universidades se recitaba, casi con un entusiasmo adictivo, uno de sus esperpentos, y no hablo de lo esperpéntico propiamente a la manera del glorioso don Ramón del Valle Inclán, el de las «barbas de chivo», como lo recordara en un poema Rubén Darío.
Quizá fuera mejor no emplear esa muy digna palabra – esperpento -, después de propalada por el autor de «Romance de lobos», y más decididamente calificar los versos en cuestión como un fruto desabrido brotado de la cosecha del señor Benedetti:
«mi táctica es mirarte /
aprender cómo sos /
quererte como sos».
(…) Siguiendo con las huellas dactilares de Benedetti, las que precedieron a «El mundo que respiro», resulta lastimoso todo su rectílineo y tedioso camino lírico, pero su pica en Flandes está sin duda puesta en este libro, al igual que en su anterior volumen donde recoge unos haikús de lo más adocenado y hueco que pueda imaginar una mente perversa, afrenta a Oriente y burla a Occidente.
(…) Resulta difícil no preguntarse en estas pesquisas detectivescas cómo se ha impuesto dentro de una Internacional de la Mediocridad – así la llamaba Aldo Pellegrini – un nombre tan festejado y tan editado y tan usado como el de Mario Benedetti. Y repito con Auden: «el político, seglar o clerical, promete a la muchedumbre que, si todos le entregan sus espejos privados para ser aleados en un inmenso espejo público, desaparecerá la maldición de Narciso». Es decir, deponga su mirada, pliéguese a la visión gregaria, a la hipnosis política y al facilismo poético. Muy Benedetti el asunto (…)
Lo que sí resulta evidente es que no se necesita ser un paciente sabueso, ni un monje envenenador que acude al expediente de poner cianuro u otro veneno en las páginas de un libro, como en una novela policial de Umberto Eco que le hace guiños a Jorge Luis Borges, para volver a sangre fría al luguar del asesinato poético. «El mundo que respiro» es el lugar del crimen premeditado donde el muerto – el poema – resulta ser el sospechoso.
Si es cierto que el asesino vuelve al lugar de su irreprable crimen, don Mario debe estar releyendo su libro escondido tras un poste o tras una columna.Ojalá, como en algún filme de algún pérfido y burlón maestro del suspenso, sus movimientos sean seguidos desde una «ventana indiscreta», ojalá no falte el testigo, el buen lector de circunstancias que vaya más allá de lo que le quieren falsear.
Tras su columna de granito, don Mario debe saborear sus propios labios con deleite, pensando con deleite en la perfección de su elemental coartada, un ardid de trivialidades sensibleras que, además de tramar a los incautos, le llena con un puñado de dólares – y con la muda complicidad de sus editores – los hondos bolsilibros de su nuevo gabán. Para los editores, a su vez, el asesino no resulta más que su obediente mayordomo.
(…) Aparte de las pesquisas detectivescas para entender por qué demonios llaman poeta al versificador uruguayo, también fui asaltado por una sencilla pregunta – ojalá un Eliot o una Agatha Christie de los enigmas literarios me lo aclaren – esta vez de origen menos sigiloso: ¿Estamos ante un libro de pedagogía política para los recién venidos al «mundo que respira» el autor?
Mientras resuelvo el acertijo tengo que decir la ramplonería benedittiana no da «tregua». Ejemplos:
Cada vez que regreso a estas calles son otras
quizás han enflaquecido por la gripe
Una calle con gripe, sí señor. Cuidado lo estornuda un semáfora. (…) Sin duda el mundo que respira Benedetti es a veces el del craso y obtuso publicista:
Cuando el mar y la mar se enamoraron
nació un delfín con la sonrisa puesta
Leído «El mundo que respiro», ni el más severo método detectivesco nos conduce a descubrir por qué diablos se afirma que Mario Benedetti es un poeta.  Acepto de mala gana el virtuosismo de su coartada – un coctel de ideología y sentimiento – y renuncio, como un frustrado sabueso, como un fracasado detective privado, a descifrar ese inexpungable misterio. (…) No fui capaz, ni siquiera sobornando y prometiéndole a los dioses tutelares de la novela negra la narración de una sarta de historias oscuras en los bajos fondos de mi país, que es, dicho sea de paso, un país en extremo opulento en ellas (Daschiell Hammet, Allan Poe, ora pronobis), no fui capaz, lo repito, de esclarecer por qué tras varias décadas en las que muchos han podido leer algún libro o algún poema de Mario Benedetti, se le sigue adosando – una y otra vez -, como si se tratara de un alias, el marbete de poeta.
Pero más allá del estruendoso fracaso, más allá del intento fallido por resolver un caso para algunos ya cerrado, me niego a dejar de poner un aviso en los diarios y de ser posible en algún libro: se busca el autor de esa calumnia.
Reproducido con permiso expreso del autor