En cierta entrevista Juan Villoro admitió sus reservas con los premios concedidos por las editoriales: «procuran premiar una obra que se inserte en sus ambiciones editoriales… tienen claro interés respecto a su catálogo. Sería ingenuo que no fuera así…» («Entrevista a Juan Villoro», Juan Pablo Plata, La Movida Literaria, 3). ¿Qué hay de fascinante entonces en la nueva novela de Andrés Neuman (Argentina, 1977), EL VIAJERO DEL SIGLO, Premio Alfaguara 2009, para que tan prestigiosa editorial augure muchas ventas y pronostique varias reediciones…?
Apenas llegó a mis manos me sumergí en sus páginas en busca de esas fascinaciones… Pero al emerger del primer capítulo, después de leer más de cien páginas (la novela en total tiene 531), quedé con una rara sensación de no haber encontrado nada propiamente «fascinante» o atrayente. Volví a sumergirme con la esperanza de que la relectura me arrojaría otro resultado. Pero nada. A la ciudad imaginaria de Wandernburgo – poco afortunada invención del novelista – el viajero Hans llega en un carruaje alguna fría noche de invierno de principios del siglo diecinueve. Situada a lo mejor en una provincia austriaca o alemana, Wandernburgo es una pequeña ciudad en donde la presencia de Hans resulta toda una novedad para los aburridos wandernburgueses que se resisten a convertirse en burgueses modernos: rechazan el alumbrado público y el telégrafo porque no quieren cambiar sus costumbres. Hans está por irse pero el organillero del pueblo y cierto roce con el edil y ciertas conversaciones con señoritas wanderburguesas (Sophie sobre todo) prolongan su aburrida estadía en ese pueblo donde, en más de cien páginas, a Hans no le no pasa ningún acontecimiento importante, como no sea inofensivos coquetos con Sophie o conversaciones sobre política entre señores al pie de una chimenea.
Acaso, me pregunté, ha sido por esos guiños de historia política europea que los jurados de Alfaguara decidieron premiar esta novela. Según un juicio del jurado, reproducido por El País de España, «El viajero del siglo propone volver a mirar el siglo XIX con la perspectiva del XXI. Es un diálogo entre la Europa de la Restauración y los planteamientos de la Unión Europea, entre la educación sentimental actual y sus orígenes, entre la novela psicológica clásica y la narrativa moderna. Un puente entre el pasado y los problemas de nuestro presente global: la emigración, el multiculturalismo, las diferencias lingüísticas, la emancipación femenina y la transformación de los roles de género…» A menudo, ya se ve, estas novelas premiadas son una extraña combinación de gustos y circunstancias extraliterarias… Sin duda Neuman habla de todo eso, del librecambismo de Smith, de reformar el campo, deshacer latifundios, repartir mejor las tierras y otras teorías socioeconómicas, ¿pero qué logros o virtudes literarias intrínsecas posee esta novela?
La escritura es depurada y decidí seguir con el segundo capítulo: «Casi un corazón». Pero tampoco salí muy convencido. Lo mismo le pasó al crítico bloguero Alejandro Gánadara: «También tengo la impresión nítida e hiriente de que a la novela le sobran páginas y disquisiciones, pues se expone, al fin de todo, a que no se sepa exactamente de qué queríamos hablar o de qué estamos hablando. Por otra parte, hay mucho que sobra por sí mismo, pues aporta poco más que una divulgación de temas, sin rostro ni significado nuevos» (blog El escorpión).
Dudé del apunte en la contraportada: ¿ambicioso experimento literario entre la novela clásica del siglo XIX con las narrativas de vanguardia? No… Pensemos en las largas narraciones omniscientes de Stendhal, Balzac o Dostoviesky, en donde el lector debe esperar varias páginas para que ocurra un acontecimiento realmente importante. Sólo que en esas novelas uno sí se encuentra con personajes enérgicos y cada detalle psicológico y cada conversación ya política o ya religiosa posee tanta condensación de belleza, astucia, intriga, pasión y sabiduría vital que hasta no hace falta la acción, aunque sabemos que va llegar de un momento a otro como en «Rojo y negro«, «Papá Goriot» o «Crimen y castigo«. Incluso ya en novelas del siglo XIX hay experimentos vanguardistas sorprendentes como en «Madame Bovary«, donde Flaubert mezcla varias voces y ópticas narrativas con el relato clásico. Hasta Cervantes, el novelista clásico, no sólo está lleno de esos experimentos sino que se burla de ellos. Es, pues, cierta solemnidad en Neuman lo que perjudica su novela.
Había leído de él otras novelas mejores que esta como «Una vez Argentina«, en donde, lleno de humor, también nos conduce a esa Europa decimonónica de su apellido paterno de la mano de su experiencia, es decir, saltando en el tiempo hasta el Buenos Aires de su niñez, de sus padres, de sus amigos. Su novela «Bariloche» había hasta recibido la bendición de Roberto Bolaño cuando quedó finalista del Premio Anagrama: «la novela trata sobre un recogedor de basuras que en sus ratos de ocio se dedica a armar puzzles… nada en sus páginas suena impostado: todo es real, todo es ilusorio…la literatura del siglo XXI les pertenecerá a Neuman y a unos pocos de sus hermanos de sangre» (Bolaño, «Entre paréntesis«, 149). Incluso esa última frase de Bolaño se reproduce en la contraportada. Pero, como vuelve a decir Juan Villoro, «hay que relativizar la importancia de lo que dice el jurado, aunque sea en tu favor. Los premios no son certificados de excelencia ni mucho menos de inmortalidad. Son accidentes felices, si acaso los ganas…»
Como sé que mucha gente leerá la novela o ya la está leyendo movida por la curiosidad publicitaria, recomiendo acompañarla de los Conciertos Branderburges de Bach: http://www.youtube.com/watch?v=EC1E4_imS0A&NR=1
* Foto tomada de http://www.revistaopcion.com.mx/web/wp-content/uploads/2009/03/1237822834_0.jpg