Publicada tres años después del 9/11, esta impresionante novela indaga los móviles del terrorismo moderno y se sumerge en la mente de un joven musulmán de nuestro tiempo, para saber qué es lo que piensa. Lo raro es que Ahmad, como se llama el protagonista, es un muchacho cualquiera de Nueva York, nacido allí, con ciudadanía americana y con todas sus ventajas. Vive con su madre que es de raza blanca y de origen anglo. No habría ninguna razón para que el muchacho llegara a sentirse excluido de la sociedad americana a la que pertenece, si no fuera porque quiere creer que cierto tono moreno en su piel, o acaso su nombre y su apellido paterno lo obligan a marcar una diferencia imaginaria.

Su padre, como el de Obama, era un estudiante africano (egipcio) que llegó a alguna universidad de Estados Unidos y se enamoró de su madre –también estudiante. Como nunca ha conocido a su padre, Ahmad mitificó su imagen y de un momento a otro decidió volverse musulmán, pero más para diferenciarse de sus demás compañeros del colegio que por una convicción suficiente. A los 18 años ha querido sosegar la crisis de su adolescencia en las páginas del «Corán» y en la recitación de proverbios y cantos en árabe, a pesar de nunca haber hablado esa lengua. La primera en extrañarse  al verlo frecuentando la Mezquita del barrio es su madre. Ni siquiera el padre – su ex marido egipcio– se tomó tan en serio el Islam.

A falta de una figura parterna, el muchacho Ahmad la cifra en la figura de Shaikh Rashid, el «imán» de la Mezquita. «My teacher at the mosque», dice el muchacho, «says that all unbelievers are our enemies. The Prophet said that eventually all unbelievers must be destroyed». Aquí John Updike hunde el dedo en la herida: «The student´s faith exceeds the master´s…» (La fe del estudiante supera la del maestro). ¿Quiere decirnos que una de las raíces del fundamentalismo islámico en Occidente es el vacío, la crisis de espiritualidad del mismo Occidente? Tal vez. Pero Updike se lamenta de que los descreídos sean el «target» de Ahmad, pues ve en ello un odio a la vida.

La gente comienza a ser peligrosa cuando se aleja de la belleza y del amor a la vida. De pronto, Ahmad no sabe qué hacer cuando lo acecha Joryleen, la muchacha más linda del colegio: «You´re looking very serious», le dice ella. «You should learn to smile more». Al principio él la rechaza pero en el fondo se la imagina desnuda con una piel suave, «darker than caramel but paler than chocalat». Pero su tozudez religiosa aflora a flor de piel: «Mohamed advices women to cover their ornaments». Ten cuidado, le ha dicho el maestro, de que nadie te distraiga de la pureza de Alá.

Por dicha, no hay nada puro o inmaculado. Hasta la nieve, tapizando de blanco delicados jardines, espera a ser hollada por nuestros pies. Todos nos estamos mezclando unos con otros, «…even without sex».

Por supuesto, no diré lo que pasa al final.

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