La primera cualidad que se necesita para dominar a los hombres es la de despreciarlos. «¡No más soñar! ¡Luchar en el mundo, luchar contra los hombres y vencerlos; hacerse amar de las mujeres!»
Hasta ahora no he vuelto a encontrar, como en esta biografía de «Rafael Núñez» de Indalecio Liévano Aguirre, una explicación tan diciente sobre la esencia del poder: despreciar a los hombres para dominarlos; hacerse amar de las mujeres, pero nunca amarlas.
Hace unos días el economista-escritor Alejandro Gaviria había publicado un paralelo entre Rafael Núñez y Uribe Vélez (http://agaviria.blogspot.com/2009/11/el-nuevo-regenerador.html) que me quedó sonando.
Entonces volví a retomar el libro de Liévano Aguirre, del que alguna vez había escuchado buenas referencias de Germán Espinosa… El único presidente caribeño que ha tenido Colombia ha sido Núñez, el único presidente costeño en una país bañado por dos mares. Y fue presidente en TRES ocasiones (pues «al que no quiere caldo que le den TRES tazas»).
En las dos primeras se hizo reelegir consecutivamente, ya que la Constitución de Rionegro establecía un período presidencial máximo de 2 años y así no se podía, se quejó Núñez, fijar bien un plan de gobierno. De su primero, 1880-1882, se reeligió para su segundo, 1884-1886. Como tampoco cuatro años eran suficientes, Núñez planteó otra reelección.
Entonces los otros políticos que hacían cola, cansados de esperar, estallaron en ira. Y explotó la guerra civil de 1885. Núñez, lejos de debilitarse, se reafirmó con más vigor en el solio presidencial de 1886 a 1888. Acusó al liberalismo radical de blandengue por haber permitido tanta anarquía y pidió más Regeneración. Llamó al ultraconservador Miguel Antonio Caro para que redactara la ultraconservadora Constitución de 1886.
En 1889 dejó el poder por un ratico en manos de Carlos Holguín (ignoro si será pariente de Carlos Holguín Sardi, el ex ministro de Uribe). No quería que lo acusaran de dictador. Él era un poeta, digo, un filósofo. Volvió al poder otro ratico de 1892 a 1894, cuando la muerte lo encontró tranquilamente en su casa de El Cabrero, en la isla de Manga sobre la bahía de Cartagena de Indias. Odiaba a Bogotá y había decidido gobernar desde su casa-finca cartagenera en asocio con el perverso gramático.
García Márquez, experto en patriarcas, lo menciona de paso en «El amor en los tiempos del cólera», pues la gloria más grande de las bodas de Fermina Daza y Juvenal Urbina fue el «padrinazgo del doctor Rafael Núñez, tres veces presidente de la república, filósofo, poeta y autor de la letra del Himno Nacional…»
El biógrafo Indalecio Liévano Aguirre justifica los actos de Núñez, no porque estuvieran sujetos a la más rígida moral (que eso en política no existe), sino porque antes de Núñez en Colombia habían gobernado tantos presidentes blandengues que alguien como Núñez era proporcionalmente necesario. Ante lo blandengue y el desorden, alguien autoritario y fuerte.
Ignoro si asistimos a una repetición de la historia.
Si es así, al menos me anima pensar que la crítica que generó Núñez avivó como nunca la «intelligencia».