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Agradezco a los lectores que se tomaron la molestia de comentar el post pasado «Los judíos no mataron a Jesús», generando provechosas controversias. De la discusión anterior, basada en el libro del gran scholar inglés Robert Graves (versado en hebreo, griego, latín y otras lenguas antiguas), quise arrancar con la aclaración de que los judíos no asesinaron a Cristo, para señalar las maldades y los equívocos sobre los que se fundan las religiones.
Toda secta nueva quiere fundarse en oposición a otra (menos en Colombia, donde el próximo presidente parece ser quien remede la religión del actual) cuando en el caso del cristianismo y del judaísmo resulta de lo más ilógico: el Antiguo Testamento, que es más del 80 % de la Biblia, es hebreo: el pueblo del libro. Aun más, el cristianismo y el islamismo se reconocen en fuentes judías, luego, ¿para qué seguir insistiendo en que solamente los judíos mataron a Jesús si está claro que fue el gobernador romano en Judea, Poncio Pilato? Hay quienes dicen que los judíos sirvieron de chivo expiatorio para una curiosa alianza entre Roma y la futura iglesia católica. Esa necesidad o necedad ha justificado millones de asesinatos. ¿Por qué nunca en todo caso perdonaron los cristianos a los judíos si Jesús les enseñó a perdonar?
La cizaña sigue. Un lector, Eduardo Novoa, me reafirmó que los judíos ortodoxos sí habían instigado para que el gobernador romano, Poncio Pilato, matara a Jesús, según citas de Marcos 15: 13-15, Juan 19:1-12 y Hechos 11:26. Varios lectores no sólo continúan acusando antisemitismo en sus comentarios sino que se saltan 2 mil años de historia al relacionar al pueblo judío de esa época con las masacres del actual estado de Israel. Pero acaso tengan razón en algo, y es en la crueldad del Antiguo Testamento. En «La Puta de Babilonia» (había evitado citar a Vallejo por lo «grosero», pero ni modo) se demuestra con lujo de detalles la crueldad en que están fundadas el judaísmo, el cristianismo y el islamismo, bañadas las tres en creencias semíticas, fanáticas. Esas tres religiones monoteístas siempre hallan su Dios alcahueta para justificar todas sus fechorías. Lo peor es que como las tres son tan parecidas, claro, viven peleando… Ya el filósofo francés René Girard demuestra cómo las guerras se dan entre hermanos, entre semejantes
Ahora bien, el comentador «Vicfor» me desmiente cuando dije que el historiador judío Flavio Josefo no había citado a Jesús, puesto que en sus «Antigüedades judías» lo cita dos veces; sí: pido excusas; me regía por la idea de que esas menciones eran apócrifas; en ediciones recientes ha quedado validado su autenticidad. Flavio Josefo nació cuatro años después de la crucifixión de Jesús, y en efecto lo menciona dos veces. Sólo que esas dos menciones en una vasta documentación escrita en aquella época más bien le restan importancia al Jesús histórico, es decir, no se relacionan con el Jesús de los Evangelios en donde el Mecías parece una invención mitológica según las versiones de Marcos, Mateo, Lucas, Pablo y Juan – este último precisamente dice que Jesús era el verbo, es decir, el Logos griego.
Y por aquí es por donde quería inclinar mi discusión. Seré breve. Robert Graves arranca su libro «Rey, Jesús» con una curiosa idea: Cristo vino a destruir las obras de la gran Triple Diosa Lunar que regía las creencias de los antiguos pueblos del Mediterráneo. Los griegos – el pueblo más brillante que ha producido la humanidad – junto con los romanos, de donde vienen buena parte de nuestras instituciones y de nuestra lengua, jamás concibieron el universo bajo un solo Dios-macho. Nunca admitieron un Dios sin Diosa, pues eso es egoísmo e insuficiencia espiritual. Juno, esposa y madre por igual de Zeuz o Júpiter, preside el universo y encarga a su hija Minerva de las actividades intelectuales. Zeuz se casa también con Hera. De Deméter, otra diosa, nacen las diosas Afrodita (del amor y el erotismo que, sin duda, los cristianos vistieron y taparon en la Virgen María) y Atenea (de la sociedad y la política). !Ah!, pero el miedo a la sexualidad femenina de Jehová y otros fanáticos del Medio Oriente desterró a las sacerdotisas – a las mujeres – de sus ritos machistas. Y por aquí llagamos a las peligrosísimas perturbaciones sexuales de los actuales sacerdotes que ahora mismo minan la Iglesia de Cristo. Todo acaba por donde empieza.
Posdata:
No soy ni judío ni católico. Quisiera considerarme agnóstico, aunque me inclino por el panteísmo de griegos y paganos cuyas historias son mucho más divertidas. No creo que haya un Dios; si acaso una Diosa – «Naturaleza», la llamaría -: ¿pues acaso no es la mujer la única capaz de dar a luz?
* Tintoretto, «El lavatorio», en el Museo del Prado (Madrid).