A ratos lo acusan de resentimiento, de confusión y hasta de locura. Tales acusaciones (que ya se aclararán a su debido tiempo) no obedecen sino al horror que siente la medianía colombiana ante la crítica inteligente.
Cuando el colombiano corrija un poco la patanería y la vulgaridad de un lado, y el acomplejamiento y la timidez de otro, estará en condiciones de apreciar el pensamiento crítico de uno de los intelectuales más influyentes de la lengua española en la segunda mitad del siglo XX: Rafael Gutiérrez Girardot (Sogamoso, Boyacá, 1928 – Bonn, Alemania, 2004).
Sus lúcidos ensayos tejidos a lo largo de cincuenta años encarnan la conciencia crítica de Colombia, mucho más de lo que pretenden los del brillante pero patán y vulgar de Fernando Vallejo.
Rafael Gutiérrez Girardot es la piedra en el zapato de todos aquellos que viven en la simulación intelectual y se conforman con un peligroso dogmatismo que está muy lejos de plantear soluciones robustas a la realidad inmediata de un pueblo desorientado.
Gutiérrez Girardot, templado como estaba en la filosofía alemana más exigente (fue alumno de Heidegger), se atrevió a cuestionar con argumentos muy bien fundamentados a vacas tan sagradas como este diario, o al multimillonario negocio de las universidades privadas de Bogotá, o a la vanidosa oligarquía criolla que detesta al trabajador del espíritu y suele escudarse en una cultura simulada y retrógrada.
Puso el dedo en la llaga. No se lo perdonaron.
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Por estos días la revista «Anthropos» – editada en España – ha lanzado un número dedicado a RAFAEL GUTIÉRREZ GIRARDOT, en que sus diáfanos ensayos invitan a quien desee sumergirse en las ideas de este colombiano universal. Los artículos y la edición de la revista está coordinados por uno de sus antiguos alumnos, el profesor Juan Guillermo Gómez.