Primero fue una alocución presidencial trayendo la imagen de un caballo discapacitado. Luego alguien, imitando su voz, habla en radio de un caballo con bríos, o algo así.
Pues la verdad que no entiendo esas metáforas con caballos al hablar de política. Son bastante anacrónicas, decimonónicas, por no decir que retrógradas. Pongámonos a pensar: como si la gente siguiera movilizándose en caballo o arriando mulas, y a mucho honor por los viejos arrieros de la Antioquia profunda que ya tienen camiones o tractomulas.
Eso de la metáfora de los caballos en la política me hace recordar al anciano ex presidente José Manuel Marroquín, quien a finales del siglo 19, mientras Colombia se desangraba en la guerra de los Mil Días y perdía Panamá, pulía una novelita sobre un caballito, «El moro», que dice odiar el tranvía y el progreso pues teme quedar inservible e inútil; y entonces anhela la vida hidalga y feudal.
No sé. Ya deberían hacer metáforas con carros, motos, bicicletas o incluso aviones. Y dejar de usar esas metáforas con los caballos. Pobres animalitos. Además, ahora sólo muy pocos millonarios puede darse el lujo de tener caballos y en especial haciendas donde apacentarlos. El semen de uno de paso, por ejemplo, vale millonadas. El ciudadano de a pie no se siente familiarizado con esas metáforas hípicas cuando a duras penas puede pagar – pero ahogado por las usuras de los bancos y el elevadísimo precio de la gasolina y de los estacionamientos y de los impuestos y por el tráfico – un carrito.
1 imagen: Salvador Dalí,  «Calígula y su caballo»
2. imagen: Goya, el gran Goya