Por sus sanguinarias guerrillas. Claro está. Pero aún antes de la existencia de cualquier grupo armado de extrema izquierda, por allá en el año de 1922, el brillante prosista Luis Tejada proyectaba una radiografía psicológica del colombiano, y afirmaba lo improbable – por no decir lo imposible – de aplicar el socialismo en Colombia. ¡Tenía toda la razón! Si hubieran leído a Luis Tejada, ¡ay!, tanto los rusos de Stalin como los cubanos de Castro se hubieran abstenido de financiar las guerrillas colombianas, y los norteamericanos de combatirlas.
«…Los antioqueños [léase los colombianos] son unos señores esencialmente reacios a todo lo que tienda directa o indirectamente a modificar el concepto clásico de propiedad aun cuando sea en un sentido más ecuánime y justiciero. Podría decirse que todos los antioqueños son propietarios, y los que por casualidad no lo son, sólo piensan en poder llegar a serlo: el modesto ciudadano quiere tener una casa suya; el campesino pobre, sueña con el campo que ha de comprar algún día; el arriero asalariado acaricia la esperanza de ir adquiriendo, una a una, las mulas que arrea. Al fin, todos llegarán seguramente a su ideal; pero no pararán ahí: el ciudadano querrá tener más casas; el campesino ensanchará progresivamente su campo a costa de los campos adyacentes; el arriero absorberá, poco a poco, las recuas de sus amigos. Hay, pues, un instinto general de la equiparación, de la acumulación de la riqueza, que no parece bien propicio a las predicaciones comunistas.
En Antioquia [léase en Colombia], como pueden comprobarlo las estadísticas, se mata o se muere por dos cosas principales: por avaricia o por celos: nos mata el compadre cuando queremos echarle ventajas en un deslinde de tierras; y matamos al que nos roba la mujer; pero la avaricia y los celos no son sino dos formas distintas de amor a la propiedad.
Por eso Antioquia [Colombia] produce con extraordinaria abundancia los tres tipos que más aman la propiedad, aun cuando emplean diversos procedimientos para alimentar su pasión: el avaro, que pasa una vida angustiosa de renunciamiento, sacrificando todas sus concupiscencias al placer de acumular; el jugador, que arriesga lo que tiene ante la sola probabilidad de adquirir más; y el ladrón, en quien el amor a la propiedad es tan intenso, tan apremiante, que como un Romeo gentil escala los balcones y penetra en las alcobas en pos de joyas rutilantes, no importa que su posesión le vaya a costar la libertad o la vida.
En Antioquia, en los tribunales, se perdona con laudable preferencia al homicida y a menudo el asesino sale libre; pero no se tiene noticia de que se haya absuelto jamás a un ladrón. Y es porque el ladrón, en cierto modo, es un émulo del avaro, del jugador y también del honrado ciudadano que trabaja para hacerse rico por ese largo y laborioso medio; y estos tres individuos, que constituyen el núcleo más poderoso de la sociedad, no pueden perdonar al ladrón, cuyo misterioso y rápido método de enriquecerse los alarma.
Pero el ladrón no es sino un comunista clandestino; si los antioqueños [colombianos] no lo toleran, menos tolerarán a los otros comunistas, aun cuando las ideas que prediquen sobre la repartición de la propiedad sean evidentemente justas y cristianas».
Luis Tejada. «El socialismo en Antioquia» (1922), en GOTAS DE TINTA, edición del Instituto Colombiano de Cultura, 1977