Anoche fui a ver «Salt». Salvo los labios frutales de
Angelina Jolie, toda la película es pésima. Tiene más suspenso la
tensión entre Colombia y Venezuela.
«El arte de la guerra», tratado milenario de Sun-tzu,
sostiene que lo más deseable es someter al enemigo sin librar batalla
con él. Conviene que el enemigo tome la iniciativa, para que quede al
descubierto. «Así agoto sus fuerzas. Espiando lo que hace, me calco
sobre sus movimientos. Observo sus puntos débiles y sus puntos fuertes,
para hacerme amo de su destino. Lo encelo, haciendo destellar ante sus
ojos aquello que codicia, con el fin de agotar sus pies. Tan pronto
como ha dejado abrirse una brecha, me deslizo prestamente en ella;
cuando ha agotado todas las combinaciones, lo estrangulo; cuando ha
ensayado todas las posturas, lo aplasto».
El arte de la guerra reside en el silencio. «Chávez que ladra no
muerde» (un juego de palabras cabrerainfantiano de Héctor Abad,
quien recordó en ese artículo para «El País» de España esta enseñanza
de Erasmo: la guerra es dulce para quien no la ha probado). El bocón
está derrotado de antemano si deja al descubierto su táctica, palabra
que tiene que ver con tacto, con contacto y al mismo tiempo con cautela
– por seguir con Cabrera Infante.
Los necios pacifistas se nieguen a creerlo, pero hasta las cosas
más dulces de la vida no se consiguen sin discordias. «Sin lid u
ofensión ninguna cosa engendró la Natura, madre de todo», dijo
Petrarca. Lo sabe la Celestina, experta en brebajes y en juntar
amantes.
Freud se lo explicaba a Albert Einstein, un pacifista a ultranza: la civilización consiste en mejorar sus técnicas para matar. ¿O cuál fue el primer uso práctico de sus teorías? Añadía el padre del psicoanálisis que las guerras no podrán cesar mientras sigan siendo unas fuerzas tan anímicas las que las impulsan. Nacen en el inconsciente, pero ni Freud pudo explicarlas. «El por qué las colectivas individualidades, las naciones, se desprecian, se odian y se aborrecen unas a otras, incluso también en tiempos de paz, es, desde luego, enigmático. Por lo menos, para mí». Los gobiernos de Venezuela y Colombia han dejado patente el fenómeno de que los pueblos
más hermanos se conocen y se comprenden tan poco que pueden en
cualquier momento revolverse de odio y aborrecimiento.
El
taxista que nos traía de vuelta a casa, después del cine y unas
cervezas, me dio a entender que su conglomerado estaba muy aburrido y
que deseaban que el ejército llamara a reservistas. Así estará de mal
Hollywood con sus pésimas películas y la TV cololombiana con sus
bobonovelas, pensé, que el televidente invidente se excita con los
noticieros.
Fuentes:
«El ARTE DE LA GUERRA». Traducción y comentarios del Grupo Denma. 2003.
S. Freud, Freud, «Consideraciones de actualidad sobre la guerra y la muerte».
Disponible en: http://www.philosophia.cl/