Tal vez una de las mejores novelas de Mario Vargas Llosa sea La Fiesta del Chivo (2000). Tal vez porque pocos, como él, conocen tan de cerca el poder y han estado tan tentados a ocuparlo.
Preguntémonos qué sentía el pueblo dominicano en 1961 tras tres décadas de aguantarse al mismo varón ínclito, al generalísimo, al Benefactor, al Presidente, a su Excelencia don Rafael Leónidas Trujillo Molina, un capataz de hacienda que de un momento a otro, por virtud de los mariners gringos, se subió a mandar la República Dominicana durante 31 años, de 1930 a 1961… Trujillo, con sangre de antiguos esclavos haitianos, tuvo tanto poder que hasta le cambió el nombre a Santa Domingo por el de Ciudad Trujillo, en su propio honor.
Con la precisión de un relojero casi diabólico Vargas Llosa traza en dos tiempos, por un lado, el día decisivo del Benefactor (de Trujillo) cuando un grupo de rebeldes lo esperan en una carretera de camino a su finca de recreo. Por el otro, los recuerdos de Urania, una gran ejecutiva que ha vuelto de Nueva York a la isla (a República Dominicana) a rendirse cuentas consigo misma.
Desde 1961 no puede concebir sus noches en paz por un recuerdo atormentador. Tres planos narrativos dividen esta impresionante novela: en el 1°) se cede la voz a Urania y ella a su vez a su padre, Agustín Cabral o Cerebrito, ministro fiel de Trujillo que un mal día pierde la confianza del Jefe y es capaz, para mostrarle su fidelidad, de cualquier cosa…; en el 2°) los rebeldes planean asesinar al Déspota, al Chivo terrible recordando cuánto han sufrido por su maldad, y en el 3°) el narrador omnisciente se mete como un gusanillo en los calzoncillos del varón ínclito don Rafael Leónidas Trujillo, contándonos cómo el Benefactor controla todo menos el efínter de su vejiga y cómo ya, a sus setenta años, le cuesta trabajo alzar la cabecita de su verga al recuerdo de una morena delgada y respingada.
Está viejo. Pero todos lo obedecen. En especial la Inmundicia Viviente, más conocido como el senador Chirinos o el Constitucionalista Beodo, una especie de plumífero semiculto que le escribe todos los discursos. También ejecuta todas sus órdenes el
sanguinario Johnny Abbes, jefe de la policía secreta. Gracias a él están rechonchos los tiburones de una prisión marítima: devoradores de todo opositor o rebelde.
El poder es efímero, precario. Nadie es obedecido porque sí sino tiene un máquina de terror que lo defienda.
Vale la pena una reflexión al respecto.
¿Qué extraño poder provoca o engendra estos gobernantes cerrados y rígidos, incapaces de la autocrítica y de la autocorrección? Gobernantes que no sólo se consideran perfectos sino que así son calificados por ciertas señoras y por ciertos varones que nos mirarían con rabia si reviramos…
¿Cómo es que hombres como Trujillo llegan a ser casi dioses? Abundan los ejemplos: Perón en Argentina, Pinochet en Chile, Franco en España…. ¿Acaso no sabemos todos que los políticos son inestables, caprichosos, egocéntricos, reacios a cualquier integración, enormemente susceptibles, memoriosos al extremo de acordarse de vengar cualquier injuria?
¿No es el político aquel hombre fríamente enloquecido que exagera la realidad como un mal novelista para proponernos una visión única del mundo? Suelen ser, además, moralistas empedernidos, censores perpetuos. Y pendencieros. Se rasgan las vestiduras porque quieren estar todos los días en primera plana, de suerte que las broncas son habituales en ellos. Así fue él: entretenido, conmovedor, perverso, poco confiable. Nunca se arrepintió de ninguna ejecución, de ningún fusilamiento…