Aunque mejor sería decir «viva del miedo», despierta, avispada porque China, Oriente y en general las potencias emergentes están compitiendo con ella. Si admitimos con Spinoza que el miedo y la esperanza condicionan la vida política y social, Europa tiembla de susto por perder su alto nivel de vida, las 35 horas semanales de trabajo laboral, los largos meses de vacaciones, el largo tiempo para almorzar y cenar y las pensiones a los 60 años cuyo extensión a los 62 prendió las protestas en Francia, tantas cosas ya conseguidas que en Latinoamérica apenas se anhelan de lejos…


Pero Europa ya se ha suicidado dos veces. En la segunda guerra mundial fue rescatada por sus primos todopoderosos de Norteamérica que la reedificaron y aún controlan sus defensas militares – la OTAN – no vaya a ser que los rusos o los árabes  ¡o los chinos! la invadan. Europa no aprende. Después de colonizar y explotar medio planeta ha querido encerrarse en un círculo de estrellitas llamado Unión Europea que consiste, básicamente, en una moneda común, el euro, pues hay una gran frustración en cuanto a integración política y cultural. Si lo confesó la propia Angela Merkel, canciller de Alemania. Uno pensaría que Francia se uniría más con Bélgica o España, digamos, pero no, resulta que Bélgica o España más bien se atomizan en comunidades autónomas y aun en pequeñísimos estados nacionales en pleno mundo globalizado. Sólo para no perder su altísimo nivel de vida repartiendo su dinero al resto de comunidades menos ricas. Ni hablar de ayudas a los inmigrantes o países del Tercer Mundo… Ya no quieren saber nada de ellos…

Europa, que en el mapa es una península del Asia, creyó que ya había hecho mucho como si la civilización pudiera detenerse y ya está; ¿no les enseñó Calvino que el cielo se gana trabajándola, luchándola?; pero Europa se echó a dormir. Que los inmigrantes hagan lo demás. Cuando se dio cuenta de la cantidad, entonces impuso visas a media Latinoamérica – donde viven sus primos pobres -… De Colombia, donde conseguir un visado de turismo ya es humillante, apenas se oyó una tenue protesta de sus intelectuales que ahora se pasean por París anacrónicos, románticos, sin sospechar que lo que Europa necesita es que la despierten, no que la alaben más. Recuerdo lo que para entonces dijeron en una carta encabezada por García Márquez contra la generosa España, obligada a imponernos visados (a esos extraños criollos) para entrar a la Unión Europea:
«Somos hijos, o si no hijos, nietos o biznietos de España. Y cuando no nos une un nexo de sangre, nos une una deuda de servicio: somos los hijos o los nietos de los esclavos y los siervos injustamente sometidos por España. No se nos puede sumar a la hora de resaltar la importancia de nuestra lengua y de nuestra cultura, para luego restarnos cuando en Europa les conviene. Explíquenles a sus socios europeos que ustedes tienen con nosotros una obligación y un compromiso históricos a los que no pueden dar la espalda».