Jared L. Loughner puso antes en Internet varios comentarios eminentes a su acto con una retórica ya demasiada agresiva. Aunque hay en Estados Unidos un dicho de gran valor democrático que sostiene cómo «Even if I don´t agree, I will defend your right to say it» (aun así no esté de acuerdo, defiendo tu libertad de expresión), crece entre la sociedad una enorme preocupación sobre los efectos de la discusión política, porque cuando la democracia se viene abajo sin duda el ejercicio de la libre expresión, que es el nervio de una sociedad, cae en la corrupción de los adjetivos y en los comentarios vacíos. Como todos los comentarios que dejó Jared L. Loughner, un maldito «freack» (en el sentido más peyorativo de estar frito o tostado), pobre diablo envenenado por unas cuantas lecturas y que se sumergió en Internet como sucedáneo de su fracaso en la vida cotidiana.  


¿Cómo combatir a este tipo de enfermos mentales si Internet es ubicuo y sin perder un ápice de nuestra libertad de opinión? Tratemos, para comenzar, de no tomarnos tan en serio la política. Esa mentira que todo el mundo admite. Segundo: nunca perdamos de vista que Internet, por más que reproduce lo que acontece en el mundo, no es el mundo, sino un sistema de palabras reforzado con sonidos e imágenes, otro entorno de la realidad, pero no la realidad como bien lo advierte el ensayo del matemático español Javier Echeverría, «Los señores del
aire: Telépolis y el tercer entorno».

Tercero. La única realidad es nuestro cuerpo.

En fin. No está de más recordar la advertencia del agudísimo Spinoza: 


«Las palabras forman parte de la imaginación, en el sentido de que concebimos numerosas ficciones según qué sea lo que las palabras compongan entre sí en la memoria gracias a determinada disposición del cuerpo; cierto es, pues, que las palabras, como la imaginación, pueden ser la causa de errores graves y múltiples, a menos que vigorosamente nos pongamos en guardia contra ellas. Contra las palabras que representan las cosas tal como aparecen a la imaginación y no al entendimiento». (De intellectus emendatione, 88-89).