Nueva York, 1967. Adam Walker tiene 22 años y estudia Literatura en Columbia University cuando conoce a un profesor francés llamado Rudolph Born, a quien por sus lecturas asocia con el poeta provenzal Bertrand de Born, una figura siniestra que aparece descabezado en el Infierno de Dante por cantar que la guerra es la más pura expresión del ser humano.
Lo curioso es que el Profesor Born parece pensar lo mismo, a juzgar por su participación en la represión francesa contra la independencia de Argelia en 1962, por su simpatía hacia el militarismo de Castro en Cuba (fuma habanos uno tras otro) y por su fastidio de la opinión democrática en Estados Unidos contra la guerra de Vietnam. Rudolf Born tiene una novia francesa de 29 o 30 años, bastante aburrida de escuchar sus opiniones radicales y quien esa noche, de repente, se siente atraída por el joven Adam Walker: un poeta sin ínfulas, sencillo, silencioso, pinta. Su novio Rudolf, perspicaz, lo nota antes de que ella lo engañe. Y así como no tiene inconveniente en animarla a que le sea infiel con Adam, así tampoco tiene inconveniente en matar, en «defensa personal», a un pobre mendigo que intentaba atracarlo.
Hay intelectuales perversos que justifican acudir a la violencia con las propias manos. Pareciera que en esta impresionante novela de apariciones y desapariciones – se titula «Invisible» – Paul Auster se inspirara para crear a Rudolf Born en Louis-Ferdinand Céline, el médico nazi que escribió una de las mejores novelas francesas del siglo XX: «Viaje al fin de la noche» («Voyage au bout de la nuit»). Por cierto, Céline cumple hoy cincuenta años de muerto y el gobierno francés lo excluirá de sus celebraciones nacionales por haber simpatizado en la 2ª Guerra Mundial con los nazis y el holocausto judío. Como Heidegger. ¿Por qué gente dedicada al arte, a la gran escritura, al cultivo de la inteligencia se llena de tanto rencor para desear la represión y hasta la exterminación del Otro? ¿Qué nos salva del mal? ¿La religión? Dudémoslo… Tal vez la duda. La duda de que ningún extremo es justo.
A esa conclusión – momentánea como todas las conclusiones – llega Adam Walker al narrar su autobiografía dentro de la novela de Paul Auster, un novelista habituado a envolvernos en historias que encierran otra historia y otra historia como en el juego de la muñeca rusa. Metaficción o meta-narrativa o como se llame, este procedimiento narrativo funciona en manos de Auster. Envuelve de intriga y vértigo al lector. Y de belleza y de erotismo (las páginas en que se narra una affaire incestuoso nos excitan hasta la médula) y de ética. No se puede tolerar a los asesinos…