No pretendo sino confesar mi cariño por esta como emanada por esta como elevada lava ardiente y a borbotones, esta poesía de don Gonzalo Rojas. No quiero posar como letrado {Como «Los letrados» que «Lo prostituyen todo / con su ánimo gastado en circunloquios / Lo explican todo. Monologan / como máquinas llenas de aceite. / Lo manchan todo con su baba metafísica. / / Yo los quisiera ver en los mares del sur / una noche de viento real, con la cabeza / vaciada en frío, oliendo / la soledad del mundo, / sin luna, /sin explicación posible, /fumando en el terror del desamparo.}
Porque, a la postre, «Uno escribe en el viento»:
«Me acuerdo, tú te acuerdas, todos nos acordamos
de la galaxia ciega desde donde vinimos
con esta luz tan pobre a ver el mundo.
Vinimos, y eso es todo».
Resulta imposible definir o agarrar esta poesía que va arrastrando o arrasando, como el Magdalena o el Cauca {«veo un río veloz brillar como un cuchillo»}, el amasijo esencial de las cosas de América. Me limito a remitir al lector a sus antología online: http://www.gonzalorojas.
Y a transcribir algo de uno de sus mejores críticos, el ensayista mexicano Adolfo Castañón en «América sintaxis».
«Gonzalo Rojas viene de una América que se tiene que inventar a sí misma cada que la traicionan sus élites, es decir, todo el tiempo, una América española que solo sabe despertar de sus laureles y hojarascas a fuerza de sismos y cortocircuitos. (…) Viene Gonzalo de Dadá y de la Mandrágora, del Gran Juego, del potlach donde gana el que pierde más, del Monte Análogo y del exquisito cadáver que transpira en zapping, collages y pastiches; viene de la sagrada fiesta de las palabras hervidas hervidas en los calderos de la vanguardia, de la tinta mestiza y del híbrido papel…»
Castañón ve a Gonzalo Rojas como el «hombre cordial» que es capaz de transformar la casa en hogar, termómetro de nuestro quehacer poético y político… de esta América «donde hay que sacar visas y salvoconductos, donde hay que pagar más caro los teléfonos, los impuestos y la educación y donde cuesta un ojo de la cara un billete para ir al país de junto, mientras es relativamente accesible, casi regalado, ir a las metrópolis que nos succionan; América, la de los siete colores y siete culturas que decía Germán Arciniegas, prometida a la libertad pero privatizada, devorada por las bochornosas diferencias sociales y económicas, dividida también por los idiomas y las tribus o unida apenas por la telaraña mediática y mercantil de la televisión, del Internet y la hamburguesa, saqueada por traficantes de toda laya y canalla…»
de ti, liturgia
y lascivia de ti y el beso
corriera como huracán y yo fuera el beso
de mujer para aullarte
loba de mí, Río
Turbio abajo hasta la Antártica, loca
como soy, zumbido del Principio»