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Nunca dejará de sorprendernos por qué algunos seres humanos escriben seria y angustiosamente sobre seres y episodios inexistentes en el mundo real, pero sobre todo por qué nosotros creemos que existen y hasta sufrimos por el amor de Alejandra y Martín, por el Informe sobre Ciegos narrado por Fernando Vidal en «Sobre héroes y tumbas». Por la confesión de Juan Pablo Castel en «El túnel». Todos ellos parecen escaparse de la ficción y hasta rebelarse contra su propio autor.

«El artista – dijo el propio Sábato – se siente frente a un personaje suyo como un espectador ineficaz frente a un ser de carne y hueso: puede ver, puede hasta prever el acto, pero no lo puede evitar… Así, si la vida es libertad dentro de una situación, la vida de un personaje novelístico es doblemente libre, pues permite al autor ensayar, misteriosamente, otros destinos.» (El escritor y sus fantasmas).

Bastará leer unos cuantos fragmentos de situaciones de sus personajes, para asombrarnos del nivel de realismo. Habría que preguntarse por qué tantas chicas se han sentido tan identificadas con Alejandra Vidal…

Alejandra Vidal:

«…Siempre y donde fuese Alejandra despertaba la atención de los hombres y también de las mujeres. Aunque por motivos diferentes, porque a las mujeres no las podía ver,  las detestaba, sostenía que formaban  una raza despreciable y sostenía que únicamente podía mantener amistad con algunos hombres; y las mujeres, por su parte, la detestaban a ella con la misma intensidad y por motivos inversos, fenómeno que a Alejandra apenas le suscitaba la más desdeñosa indiferencia. Aunque seguramente la detestaban sin dejar de admirar en secreto aquella figura que Martín llamaba exótica pero que en realidad era una paradojal manera de ser argentina, ya que ese tipo de rostros es frecuente en los países sudamericanos, cuando el color y los rasgos de un blanco se combinan con los pómulos y los ojos mongólicos del indio. Y aquellos ojos hondos y ansiosos, aquella gran boca desdeñosa, aquella mezcla  de sentimientos y pasiones contradictorias que se sospechaban en sus rasgos (de ansiedad y de fastidio, de violencia y de una suerte de distraimiento, de sensualidad casi feroz y de una especie de asco por algo muy general y profundo), todo confería a su expresión un carácter que no se podía olvidar.»

Martín:

«Sos un muchacho interesante y profundo, aparte de que tenés un tipo muy raro» – le dijo Alejandra. «Sos largo y angosto, como un personaje del Greco.» (…) «Pero, sabes: como rompiendo de pronto con ese proyecto de asceta español te revientan unos labios sensuales. Y además tenés esos ojos húmedos. Callate, ya sé que no te gusta nada todo esto que te digo pero déjame terminar. Creo que las mujeres te deben encontrar atractivo, a pesar de lo que vos te supones. Sí, también tu expresión. Una mezcla de pureza, de melancolía y de sensualidad reprimida. Pero además… un momento…  Una ansiedad en tus ojos, debajo de esa frente que parece un balcón saledizo. Pero  no sé  si  es  todo  eso  lo  que  me gusta en vos. Creo que es otra cosa… Que tu espíritu domina sobre tu carne, como si estuvieras siempre en posición de firme. Bueno, gustar acaso no sea la palabra,
quizá me sorprende, o me admira o me irrita, no sé… Tu espíritu reinando sobre tu cuerpo como un dictador austero. «Como si Pío XII tuviera que vigilar un prostíbulo. Vamos, no te enojes, si ya sé que sos un ser angelical. Además, como te digo, no sé si eso me gusta en vos o es lo que más odio».

Fernando, el que le sacaba los ojos a los pájaros:

«Era callado y de pronto tenía estallidos de cólera ciega. Su risa era dura. Tal vez como reacción contra su padre, que era mujeriego y borracho, durante muchos años de su juventud no probó el alcohol y muchas veces lo vi entregarse a un sorprendente ascetismo, como si quisiera mortificarse. Períodos que rompía entregándose a una lujuria sádica, en los que utilizaba las mujeres para una especie de infernal satisfacción, despreciándolas al mismo tiempo y rechazándolas luego con irónica violencia, acaso como culpables de su imperfección. A pesar de sus simulaciones y payasadas era solitario y estoico, no tenía amigos ni los quería o podía tener. Creo que únicamente quiso a su madre, aunque me resulta arduo imaginar que aquel muchacho pudiera querer a nadie, si por esa palabra intentamos expresar alguna forma del afecto, del cariño o del amor. Quizá sólo sintiera por su madre una pasión enfermiza e histérica. (…) Desde que recuerdo vivió obsesionado por los ciegos y la ceguera. Un poco antes de la muerte de su madre, cuando todavía vivíamos en Capitán Olmos, recuerdo un hecho característico. Había apresado un gorrión, lo llevó a aquella pieza que tenía arriba, a la que llamaba su fortín, y con una aguja le pinchó los ojos. Luego lo largó, y el pájaro, enloquecido de dolor y de miedo, se lanzaba frenéticamente contra las paredes, sin acertar a salir por la ventana. Yo, que traté de detenerlo  en aquella mutilación, me  sentí mareado. Creí que mientras bajaba la escalera me desmayaría, y hube de agarrarme durante un buen tiempo de la baranda hasta reponerme; mientras oía que Fernando, allá arriba, se reía de mí».


SPB

ªImagen tomada de blog Al otro lado del camino: http://raulfa.blogspot.com/2008/11/sobre-hroes-y-tumbas-un-vistazo-de-la.html