Hojeamos una revista cuasi-pornográfica como Soho, claro está, no para encontrar ensayos de antropología o sociología, ni menos de historia o crítica literaria… Pero de repente, en cierto número, Soho ofrece a sus lectores una serie de artículos que quieren trazar una radiografía de su propio país: «¡Bienvenidos a Colombia! Guía práctica para entender a Colombia y al colombiano». (http://www.soho.com.co/guia/articulo/guia-para-entender-colombia/23516).

Conviene aclarar que esta guía  es fundamentalmente de Bogotá. Centralismo del que Publicaciones Semana ha sido abanderada intelectual. La edición se titula «Bienvenidos a Colombia»,pero tal «bienvenida» no puede ser más mal-venida. La guía insiste en la parte más oscura del cuadro.
Buena parte de las crónicas de este número, como casi siempre, cayeron en los lugares más comunes y en las descripciones más elementales. Otros se regodearon en el sustrato cultural más bajo del colombiano, como si sintieran un encanto casi escatológico por la alimentación precaria de quienes no tienen dinero; otros más dejaron al descubierto su humorismo cruel, su pesimismo hueco al describir cosas y personas que, caray, son fácilmente identificables en otros países. En ninguno de los artículos, creo percibir, se notó amor o cariño por la gente.
Tan solo una parte de los colaboradores de este número fueron extranjeros; pero a la mayoría de esos extranjeros parecieron imponerles el tema: un japonés comiendo fritanga, un sueco probando tragos fuertes… Temas así.
Solo un cronista de Barcelona, Use Lahos, demostró que la costumbre de callejear y detenerse a hablar con la gente en una buseta, en plan relajado, resulta más efectiva que poner a burlarse de todo el mundo.
La política editorial de Soho practica con bastante suerte el «intracolonialismo», es decir, una voluntaria dependencia para satisfacer las necesidades de exotismo. No quiere tomar en serio nada. No le conviene. Además, dice, es lo que le gusta a nuestros suscriptores y lectores: la burletería, la denigración de su propio país, el apetito auto-destructor. No retratar, pintarrajear un país y reírse de sus defectos y monstruosidades, sin ningún ensayo de interpretación, sin ninguna crítica constructiva.
Ya lo dijimos. No le pedíamos tanto a Soho. Le pedíamos, al menos, una visión más interesante de la cultura popular colombiana, digamos, en un plano más digno, no por ello menos humorístico o ligero. Pero a Soho no le convenía. A ellos no les conviene darle estatus intelectual a este país.

SPB