Formidables novelistas como son, dueños de una técnica poco usual, Carlos Fuentes y Mario Vargas Llosa utilizan -cuando escriben artículos de opinión, no literatura-  cierta fraseología demagógica. A veces dejan ver en su forma de ser un tradicionalismo recalcitrante, cerril, como si pensaran que aún deben subsistir todos los prejuicios y pretensiones de la alta clase social latinoamericana a la que pertenecen.

Lo decimos por lo que opinó Mario Vargas Llosa  en su último artículo dominical de El País (el diario más leído en español): una cosa que de haberla pensado de joven seguramente no sería el novelista de hoy, sino un caudillo político o un orador religioso. En serio. A propósito de la visita de Benedicto XVI a Madrid, el Nobel peruano-español escribió esta columna:


http://www.elpais.com/articulo/opinion/fiesta/cruzada/elpepiopi/20110828elpepiopi_13/Tes

En ella resulta más papista que el mismo Ratzinger: pordebajea y ningunea el sentido de la CULTURA para reivindicar el de la RELIGIÓN. Es una columna en la que parece desdeñar a los jóvenes que se queman las pestañas estudiando (al médico, al científico, al novelista riguroso, al humanista cosmopolita) y, en cambio, consentir, acariciar a los jóvenes peregrinos que atiborraron Madrid. El flamante académico de la lengua utiliza sin sonrojo «peregrino», una palabra anacrónica que indica no poco fanatismo a juzgar por su sentido más prístino: «estar en esta vida mortal de paso para la eterna» o «que por devoción visita un santuario especialmente si lleva el bordón y la esclavina». (Diccionario de la RAE). Leo lo siguiente de su columna y quedo indignado:

«La cultura no ha podido reemplazar a la religión ni podrá hacerlo,
salvo para pequeñas minorías, marginales al gran público. La mayoría
de seres humanos solo encuentra aquellas respuestas, o, por lo menos,
la sensación de que existe un orden superior del que forma parte y que
da sentido y sosiego a su existencia, a través de una trascendencia
que ni la filosofía, ni la literatura, ni la ciencia, han conseguido
justificar racionalmente».

No quiero pensar qué ajedrez político se mueve detrás de esta nueva apología al catolicismo por parte del escritor hispano más leído actualmente: ¿combate ideológico contra el Islam, fortalecimiento de la «moral» juvenil? No seamos ingenuos: apoyar ambos argumentos a la luz de la historia -de una interpretación racional de la historia- no sólo resulta torpe sino contraproducente. La historia (especialmente la de España) no puede ignorar el peligro de esos sentimiento masificados. No es que deba preocuparnos que haya jóvenes creyentes, papistas, rezanderos, cristeros, religiosos. No. Es que en el fondo, en lo íntimo de toda esa marcha apoteósica de los peregrinos en Madrid, flotaba la anarquía: modalidad típicamente española. Algo así flotaba también en 1936 cuando los laicos y «rojos», el pueblo 

revolucionario, incendiaba iglesias a comienzos de la guerra civil.

Carlos Fuentes, otro novelista del Boom latinoamericano, nos ha desinflado intelectualmente con sus juicios literarios en otro artículo de El País -el diario español que tutela a toda Hispanoamérica: ¿cuándo México, Colombia o Argentina tendrán un diario más influyente?-: 

http://www.elpais.com/articulo/portada/Estirpe/novelistas/elpepuculbab/20110827elpbabpor_3/Tes

El panameño-mexicano Carlos Fuentes traza vagamente un perfil de la historia de la novela latinoamericana, y al llegar por ejemplo al caso de los novelistas de Colombia, hace un salto injusto de García Márquez a Santiago Gamboa y Juan Gabriel Vásquez. No reconoce -o desconoce- todo lo que está en medio: Germán Espinosa, RH Moreno-Durán, Fernando Vallejo, Marbel Moreno, cuyas obras son y siguen siendo más sólidas de las que nos ofrece el vago cosmopolitismo de Gamboa o Vásquez, en quienes se nota, por lo demás, todos los prejuicios y pretensiones de la alta clase social latinoamericana.

Vuelven visiones oligarcas y clasistas. El mejor antídoto consiste en saber leer. En no pordebajear o ningunear. Conviene reforzar como nunca nuestro sentido de la relatividad.