En lo que va corrido del siglo – 11 años – gran parte de la nueva literatura colombiana puede tener una ciudad en común: Popayán. Cierto es que nadie es menos o más por el lugar donde nació. Pero a la historiografía le gustan esas contingencias. Mencionaré cinco. Pero hay más. 


JOHANN RODRÍGUEZ BRAVO (Popayán, 1980-2006)

Su narrativa parece una síntesis apresurada de la herencia literaria de todos los tiempos. Había nacido en una familia de modestos comerciantes, y para satisfacer su gusto literaria estudió Economía en Cali, se apoyó en pequeños empleos (a veces como profesor, a veces como funcionario de la Secretaría de Hacienda) que le permitieron conocer Nueva York, México y Buenos Aires. En esta última ciudad co-editó la revista de cuentos «Mil Mamuts» junto al joven escritor argentino Salvador Biedma. Alcanzó a publicar «Aquella vida de mago y otros cuentos» (2004), donde sorprende muchísimo un relato titulado «La enfermita del piso de arriba», que está como atiborrado de un fantasma, que está como cargado y atravesado de un fantasma silencioso y transversal. Dejó sin publicar «La ardilla de Newton», colección de minicuentos que exploran el mecanismo que activa la literatura fantástica. Sus dos novelas cortas, «Ciudad de Niebla» (póstuma, 2006) y «Seis versiones sobre Ernesto Varona» (también póstuma, 2011), no sólo parecen motivadas por un deseo de cambiar el modo de narrar sino que están asediadas -como regodeadas- por el presentimiento de la muerte. Su crónica sobre Héctor Lavoe (revista «Gatopardo», 2005) parecía el comienzo de una biografía novelada que acaso acariciaba escribir. Escritores de la talla de Germán Espinosa, Enrique Vila-Matas o Juan Villoro dijeron encontrarse ante un par cuando lo leyeron.
JUAN SEBASTIÁN CÁRDENAS (Popayán, 1978)

Las dos ediciones de «Carreras delictivas» (la primera en Medellín, 2006, la segunda en Madrid, España, 2008) acaso ya confirman que estemos ante uno de los mejores cuentistas de la nueva generación. Cárdenas compiló ocho cuentos casi perfectos. Cada palabra está bien puesta y detrás de cada frase advertimos una sintaxis ganada a pulso, es decir, practicada una y mil veces por la disciplina de la traducción del inglés y del portugués, oficio que Cárdenas ejerce. Más de 10 años en España le han permitido percibir con mucha psicología la vida del emigrante o el estudiante latinoamericano en Madrid, ser amedrentado por multitudes de complejos como si pareciera ignorar lo que desea, como en su cuento «Melodía sentimental». También en su relato «Residencias» percibió lo mismo con el estudiante de provincia que se vuelca sobre Bogotá. Su primera novela, «Zumbido· (2010), puede tener como escenario cualquier ciudad latinoamericana (sus hospitales sórdidos, su desorden) pero también puede prescindir del contexto social. Hay como un expresionismo. ¿Expresionismo? Sí: Cárdenas parece deformar -o descubrir- un lado bien ambiguo de la realidad.

JUAN ESTEBAN CONSTAIN (Popayán, 1979)


Sus traducciones del latín y del griego de libros antiguos que ha hurgado, desempolvándolos, del archivo de la U. del Rosario hablan de alguien con una sólida cultura. Tiene un resumen sobre «Ideas políticas» (2004). Cierto afán lo inclinó al género narrativo. En 2005, siguiendo la marca de Marcel Schwob y de Enrique Serrano («La marca de España») publicó «Los mártires», una serie de textos breves, retratos -o instantes- de sus escritores preferidos de tiempos distintos. «El naufragio del imperio» (2007), su primera novela, narra entre otras cosas el encuentro de dos criollos de principios del siglo XIX con Napoleón, en el que sugiere de paso cómo el cambio político de la colonia a la república (de Colombia) se desencadenó por las guerras napoleónicas. A su erudición histórica ha querido mezclarle frivolidades más o menos chistosas, y en «Calcio» (2010) discurrió la vida de posguerra de un académico de una universidad inglesa que dice tener pruebas de que el fútbol no se inventó en Inglaterra sino en Italia y que uno de los primeros jugadores había sido Jiménez de Quesada, el conquistador de Bogotá.

ANDRÉS MAURICIO MÚÑOZ CHAPARRO (Popayán, 1974)

Su cuento «Carolina ya no aguanta más» (que ha ganado un concurso nacional de cuento) levanta en el lector más cuestiones morales  que estéticas o de aventuras en sí. Y está bien: Borges decía que la verdadera literatura es aquella que asociamos inmediatamente con algún recuerdo. Hay filigrana. Múñoz Chaparro tiene alma de alfarero  al moldear tan bien los detalles de lo cotidiano, de la novia que tampoco «aguanta más» los rodeos del novio para no casarse, aburrida en un desolador ambiente oficinesco. El cuento está recogido, junto con otros, en su libro reciente «Desasosiegos menores» (2011).

RUBÉN ANDRÉS VARONA (Popayán, 1980)

De todos es el que más clara tiene su apuesto al género de la literatura negra, policial (de «crime fiction») que en Colombia ha sido tan poco cultivado, precisamente porque no es ficción. Lo cierto es que en su novela «Espérame desnuda entre los alacranes» (2006) y en varios cuentos recogidos en antologías internacionales, Varona tiene claro que en su género no se trata tanto de la representación de un crimen sino de la investigación policial que lo sucede; tiene claro también que el suspenso no debe explotar la emoción irracional del lector sino más bien su lógica, su inteligencia.