Chavela Vargas musicalizó con su canción «La llorona» una de las escenas más tormentosas de la película de «Frida» (2002), cuando Salma Hayek, interpretando a la pintora mexicana, luce devastada por la infidelidad de Diego Rivera, que en la película protagoniza Alfred Molina.
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Chavela, guardando las proporciones y la comparaciones entre las artes, se me antoja parecida a lo que Frida representa en la pintura. Ambos practican como un arte del sufrimiento. Se podría espigar más al respecto, pero básicamente me interesa señalar cómo México en particular y Latinoamérica en general (incluida España) se regodean en este goce por padecer, por el sufrimiento. Hay que ver cómo hasta los machos más rudos se desahogan entonando -gritando- canciones de Chavela (¡una mujer!) al calor de un tequila o un aguardiente o un mezcal.
Al ver videos de sus conciertos más memorables (las visitas en YouTube se ha triplicado por su muerte), ¿no hay como un proceso de masculinización en la figura de Chavela? Para cantar con esa voz tan ronca, tan recia, parecía querer ser hombre o parecerlo. ¿No hubo un deseo en Chavela por apoderarse de ciertos valores machistas, que son recios, directos y al grano, precisamente para cruzar el puente que separa el lado femenino, que se asume silencioso e interiorizado? ¿Pero no podría ser también que Chavela, bajo ese disfraz masculino, parodiara el machismo, se volviera contra los hombres, defendiera a las mujeres y reforzara el feminismo moderno?
Chavela patentiza y a la vez se enfrenta con una de las más enfermizas idiosincracias latinoamericanas. La que, según teoriza  Octavio Paz en «El laberinto de la soledad», hace de la mujer «un ser obscuro, secreto y pasivo (…) un ídolo que, como todos los ídolos, es dueña de fuerzas magnéticas, cuya eficacia y poder crecen a medida que el foco emisor es más pasivo y secreto. Analogía cósmica: la mujer no busca, atrae. Y el centro de su atracción es su sexo, oculto, pasivo. Inmóvil sol secreto».
Paz observó -y Chavela también lo hubiera sostenido- cómo resulta un mito aquello de la sufrida mujer mexicana [latinoamericana]… Es un mito porque «una persona sufrida es menos sensible al dolor que las que apenas si han sido tocadas por la adversidad». Y si aplicamos este caracter a la naturaleza de nuestras democracias, preguntémonos si ya otros pueblos no se hubieran levantado y protestado y tumbado gobiernos ante los continuos tormentos de sus mandamases. Gran parte de Latinoamérica, en cambio, encuentra un secreto gusto por padecer. Se asume víctima, se endurece, se vuelve insensible al sufrimiento. Se encallece a fuerza de sufrir. Se vuelve invulnerable, impasible y estoica. Triunfa en la resignación y en la ilegitimidad. Y de ese sentimiento de ilegitimidad, añade Paz, «brota su inseguridad, su perpetua inestabilidad, su ir y venir de un extremo al otro, del valor al pánico, de la exaltación a la apatía».
De ahí que sea tan necesaria la voz de «varón» de Chavela (bendita entre las mujeres) para legitimarnos. Para decirnos que no es de poco fiar ni un traidor aquel que cuenta sus secretos y pide consejos para afrontar los peligros como se debe. Las canciones de Chavela o los cuadros de Frida ayudan al autoconocimiento que es la mejor forma de conocer al otro. La escrutación de nuestro propio ser no es vanidad. Cada uno de nosotros se ve a sí mismo en los demás.