-Cuidado con mis
digresiones [parece advertirnos el narrador], son quizás el asunto central.

Que en 2666 haya una novela dentro de una novela y esta a su vez dentro de otra novela es porque todo en el universo es susceptible de volverse novela. Una alga roja, tinturada de azul en el mar del norte, es tema novelable. Lo mismo poner a dialogar  al mar Báltico con el mar Adriático,
a través de los Alpes. O volver personaje al paisaje de los Cárpatos, en medio de la
contraofensiva soviética contra el ejército alemán durante la Segunda Guerra
Mundial. O al desierto de Chihuahua en Ciudad Juárez [Santa Teresa] en la
frontera con Arizona (árida-zona) cuando se perpetraban asesinatos contra
mujeres por el solo gusto de matarlas. O alrededor de un libro de geometría,
colgado de un tendedero de ropa, a merced del viento del desierto que lo lee y lo
relee. Nunca antes la esquizofrenia había logrado tanta belleza. 

A menudo,
durante la lectura, no sabemos cuando volveremos a emerger a la superficie. ¿A
la realidad? Más aun, no sabemos si hay superficie -realidad- porque en esta
novela, en efecto, Bolaño quita el suelo del argumento conformista, único,
dejándose precipitar o despeñar por cualquier digresión o referencia, pero sin
golpearse o caerse del todo. Si todo lo sólido se desvanece en el aire, hundiéndose y emergiendo como pez en el agua funciona el narrador omnisciente de este océano narrativo, que otros llaman el universo. La
narrativa parece devorarlo o develarlo todo. «Dios se desacraliza narrándose»,
dice una erudita de la Cábala [Esther Cohen]. Y sí: los secretos de la cultura
del siglo XX y los secretos de esos secretos se abren a la manera de una muñeca
rusa: el nazismo, los nacionalismos y políticas de Estado, los móviles de
guerra, el machismo, el feminicidio, el periodismo cultural, la saturación
academicista y la crítica literaria, el mundillo editorial, todo. La cultura en
México como política de Estado, por ejemplo:

El intelectual
puede ser un fervoroso defensor del estado o un crítico del Estado. Al Estado
no le importa. El estado lo alimenta y lo observa en silencio. Con su enorme
cohorte de escritores más bien inútiles, el Estado hace algo. ¿Qué? Exorciza
demonios, cambia o al menos intenta influir en el tiempo mexicano. […] Esta
mecánica, de alguna manera, desoreja a los escritores mexicanos. Los vuelve
locos. […] La literatura en México es como un jardín de infancia, una
guardería, un kindergarten, un parvulario, no sé si lo podéis entender. (p.
161).
 

2666 está llena de humor. Así desacraliza todo mejor. Desmitifica el
patriotismo, refugio de canallas y una de las causas de mayor mortandad. Da a
entender, al narrar la vida del raro escritor Benno von Archimboldi, cómo la
historia europea se partió en dos pedazos con el nazismo alemán. O en tres. El editor Bubis,
que publica las novelas de Archimboldi, lo sabe. Ha regresado a Hamburgo tras
Hitler, pese a que todos sus parientes han sido quemados en campos de
concentración. «Germania, triste de habitar y contemplar». Se lamenta de que no volverán a
su editorial manuscritos de un nuevo Musil, de un nuevo Kafka «(aunque si apareciera un nuevo
Kafka, decía el señor Bubis riéndose pero con los ojos profundamente
entristecidos, yo me echaría a temblar), de un nuevo Thomas Mann». (p. 1011). Las
descripciones descarnadas, a ratos de una violencia extrema, no están
despojadas de belleza. Ni de ironía, cosa que le faltó a Kafka.

La
novela
2666, hallada entre los
papeles de Roberto Bolaño tras su desaparición en 2003, se publicó por primera
vez en 2004. Me pregunto si en el año 2666, de sobrevivir nuestra especie,
todavía andará por ahí, viva como los libros en los escaparates, a la mano de
un lector del futuro. Porque también el tiempo es gelatinoso. El pasado sucede
todavía. Mucho de lo que ya pasó apenas estamos viéndolo. Todos los libros que
nos faltan por leer es una prueba. Todas las estrellas, acaso ya muchas
extintas, aún siguen destellando su luz del pretérito en este planeta alejadísimo.

-Mira
las estrellas, Hans -le dijo. […]

¿Te
das cuenta dónde estamos, Hans? -dijo riéndose con una risa que a Archimboldi
le pareció una cascada de hielo.

-En
la montaña, querida -dijo sin soltarle la mano e intentando vanamente abrazarla
otra vez.

-Estamos
en la montaña -dijo Ingerborg-, pero también estamos en un lugar rodeado de
pasado. Todas estas estrellas -dijo-, ¿es posible que no lo comprendas, tú que
eres tan listo?

-¿Qué
hay que comprender? -dijo Archimboldi.

-Mira
las estrellas -dijo Ingerborg.

-No
soy tan listo -dijo-, tú lo sabes.

-Toda
esa luz está muerta -dijo Ingeborg-. Toda esa luz fue emitida hace miles y millones
de años. En el pasado, ¿lo entiendes? Cuando la luz de esas estrellas fue
emitida nosotros no existíamos, ni existía la vida en la tierra, ni siquiera la
tierra existía. Esa luz fue emitida hace mucho tiempo, ¿lo entiendes?, es el
pasado, estamos rodeados por el pasado, lo que ya no existe o solo existe en el
recuerdo o en las conjeturas ahora está allí, encima de nosotros, iluminando
las montañas y la nieve y no podemos hacer nada para evitarlo.

-Un
libro viejo también es el pasado -dijo Archimboldi-, un libro escrito y
publicado en 1789 es el pasado, su autor ya no existe, tampoco existe su
impresor ni sus primeros lectores ni la época en la que el libro fue escrito,
pero el libro, la primera edición de ese libro, aún está aquí. Como la pirámides
de los aztecas -dijo Archimboldi.

-Odio
las primeras ediciones y las pirámides y también odio a esos aztecas
sanguinarios -dijo Ingeborg-. Pero la luz de las estrellas me marea. Me dan
ganas de llorar -dijo Ingeborg con los ojos húmedos de locura. (p. 1043).

 

La multitud de voces que
hablan en esta novela, conviene adverirlo, se deslizan y se filtran por el
pasadizo de los sueños. Tras leerla completa, después de la medianoche,
tardaremos en dormirnos. Pero tendremos sueños de una riqueza
oceánica.