Esta es, incrédulos del mundo entero, la verídica historia del Papa Grande, soberano absoluto del reino de Venezuela, que vivió en función de dominio durante 14 años y murió en olor de santidad un martes del marzo en curso, y a cuyos funerales no vino el Sumo Pontífice porque acababa de renunciar. Ahora que la nación sacudida en sus entrañas ha recobrado el equilibrio; ahora que los taxistas de La Guaira, los contrabandistas del Táchira, los petroleros de Maracaibo, las prostitutas del barrio Petare, los llaneros del Apure y los azucareros de Trujillo han colgado sus toldos para restablecerse de la extenuante vigilia, y que han recuperado la serenidad y vuelto a tomar posesión de sus estados el presidente de la república y sus ministros y todos aquellos que representan al poder público y a las potencias sobrenaturales en la más espléndida ocasión funeraria que registren los anales históricos; ahora, aunque el Concilio Vaticano no haya escogido todavía al Sumo Pontífice, y que es imposible transitar en Caracas a causa de las botellas vacías, las colillas de cigarrillos, los huesos roídos, las latas y trapos y excrementos que dejó la muchedumbre que vino al entierro, ahora es la hora de recostar un taburete a la puerta de la calle y empezar a contar desde el principio los pormenores de esta conmoción nacional, antes de que tengan tiempo de llegar los historiadores.[1]

http://motivosdeproteo.blogspot.com/2013/03/la-pataneria-intelectual.html



[1] Parafraseo a García Márquez [Véase Los funerales de la Mamá Grande, Editorial Suramericana, Buenos Aires, 2011, p. 46].